¿Qué pasaría si el asilo de Arkham fuese en realidad un semillero de creativos y teóricos salvajes marginados por el establishment? El guionista Alan Moore repasó las ideas de Foucault y el resultado es sobrecogedor.
Se necesitan. No solo por una cuestión de egos. Ni siquiera por la tensión sexual. Resulta que se saborea en algunos diálogos de esta animación para adultos: Batgirl, la hija del comisionado Gordon, es herida de gravedad por el Guasón. El criminal tiene motivos de peso para su puesta en escena, quiere demostrar empíricamente que solo hace falta un mal día en la vida de un hombre probo y racional para volverse loco.
Entonces, el héroe sombrío de Ciudad Gótica tiene la decisión en sus manos, respetar la ley para demostrarle a su némesis el valor de la civilización, o, en su defecto, darle muerte y terminar para siempre con sus actos de terror.
El millonario y el paria, ambos traumatizados y travestidos, febriles hipérboles de la justicia y el caos, reunidos por orden del Guasón en un oxidado parque de diversiones, se enfrentarán en un sorprendente conclusión.
Descontando un preámbulo no incluido en el cómic, que ralentiza el nudo central, la narración se vuelve misógina y perversa, como si fuera una fábula turbia de Esopo, cuya enseñanza expone que el poder está dado para los hombres que maquillan sus trastornos con espesas capas de egocentrismo. Esto consiste en perpetuar el sistema entre los locos, unos afuera del cuartel de policía y otros dentro de un sanatorio.
Violenta en lo físico, lo sicológico y lo sexual, La broma asesina es una propuesta que se sienta a escuchar a los etiquetados como perturbados, finalmente es cosa de tiempo para revertir esos tatuajes: los dementes de antes son los líderes sociales de hoy.
Mientras los locos viven todas las vidas que quieren, los normales caminan dentro de las reglas convenidas en el tablero de juego. Podemos seguir el manual de instrucciones entregado o inventar uno propio, o varios. O tal vez ninguno y escribir y borrar las reglas a diario.