La cultura no es entretenida

por · Junio de 2013

A propósito de la bajada de Cristián Warnken y su programa Una belleza nueva, en un acto de justicia poética, nuestro vate salta a la arena de la crítica televisiva para ponernos a salvo de la cultura entretenida.

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Ayer, mientras repasaba concienzudamente mis apuntes sobre el ars combinatoria de Ramon Llull, mi adorada Marcela me interrumpió enojada: «¡se pusieron de acuerdo!». Se refería, claro está, a la flagrante colusión de dos críticos televisivos del duopolio El Mercurio – La Tercera, a propósito de la columna “Respetable público” de Cristián Warnken. Jimena Villegas y Rodrigo Munizaga, respectivamente, se sobaban las manos ante el fin de su programa Una belleza nueva (continuador de La belleza de pensar) con argumentos sospechosamente similares. Si bien valoraban la larga lista de entrevistados notables, criticaron específicamente: 1) su concepción anticuada, principalmente en el set y la edición: «Están despojados de apoyo audiovisual y se desarrollan en un entorno negro . . . . Tienen la misma impronta reflexiva que tenían las tertulias en sepia de la TV en los 60» (Villegas); «se trata de un programa de televisión como sacado de los años 60, con un fondo negro, dos sillas y una mesa, renunciando —quién sabe para qué— a las posibilidades visuales que da hacer TV en 2013» (Munizaga); 2) su elitismo, es decir, la falta de esfuerzos por acercar la cultura a la gente: «Parecen comprender la cultura como un contacto más propio de un salón que de una pantalla de TV» (Villegas); «esas entrevistas quedaron relegadas a una elite, por la pobreza visual y la negativa a querer acercar el contenido a la gente, algo tan básico y exigible a un comunicador en un medio masivo» (Munizaga).

Quien haya leído mi tímido opúsculo Opinología ya sabrá que en varias ocasiones he criticado a Cristián Warnken. Me opongo a su concepción romántica de la poesía, no me gustan los organilleros, y aborrezco profundamente a sus siúticos seguidores, que se imaginan miembros de La sociedad de los poetas muertos. Al leer su columna el jueves pasado, disentí también de sus razones, particularmente de sus consideraciones sobre la televisión abierta: «una televisión que es hoy nuestra Freirina del alma, y donde la belleza está prohibida todos los días». Lamento que su estrecha visión le impida disfrutar de la belleza de Josefina Montané, María José Bello, Daniela Ramírez, Vannesa Borghi o Connie Mengotti, por mencionar a las primeras que me vienen a la mente («¡y Horton!», añade ansiosa mi adorada Marcela, «¡nombra a Horton, y también a Néstor Cantillana! ¡Y a Macaya!»). Ni siquiera sé si la mejor decisión haya sido cerrar el programa ante el cambio de horario. Pero lo lamento porque Warnken cumplía con una tarea casi impensable para el periodismo de hoy: se informaba sobre los entrevistados, leía sus libros, es decir, no le pedía al autor que se los resumiera. Y, en sus momentos de mayor inspiración, comprendía el valor de quedarse callado para que su invitado se explayara sin pausas.

Lo que me importa, sin embargo, no es defender Una belleza nueva, sino contradecir a estos críticos conspiradores. Lo primero que salta a la vista es que parece que ellos no conocen la parrilla programática de las mañanas de domingo. Yo sí, y muy bien. Regularmente preparo el desayuno mirando de reojo el pequeño televisor portátil (EUROSUN modelo EDX 502-R) que tenemos en nuestra cocina, y en esos momentos debo aguantar indistintamente la emisión completa de una misa católica, una serie de monos animados extremadamente chirriantes y El pabellón de la construcción (que igual me gusta un poco porque le han dado cabida a animadores respetables como Juan Guillermo Vivado y Jorge Díaz). Lo justo, entonces, sería comparar a Una nueva belleza con sus competidores directos. Sólo puedo decir que mientras sintonizo uno u otro canal, un set negro se convierte en un paraíso entre medio de las tomas a un coro de iglesia y la estética aspiracional de los departamentos piloto, y que su ritmo reposado es el único antídoto para preparame adecuadamente a recibir el que sí es mi programa favorito de dicha franja: Cada día mejor, a cargo del incombustible Alfredo Lamadrid.

Por otra parte, habría que reflexionar con mayor profundidad sobre el contenido y el tono de la conversación del entrevistador y sus invitados, que a Villegas le parecen áridos y Munizaga (¿será pariente de nuestro recordado Ronny Dance?) le recuerdan una charla en una universidad. He pasado los últimos veinte años de mi vida como alumno y profesor universitario, así es que sé perfectamente bien lo aburrida que pueda ser una de esas charlas. Pero, ¿de verdad son tan difíciles de soportar estos diálogos? A mí me parece que el lenguaje que allí se utiliza es menos abstruso que el de los comentaristas económicos de los noticieros, menos técnico que el de los meteorólogos (¿por qué nos machacan todos los días con la “baguada costera”?) y menos rebuscado que el de aquellos periodistas que sienten que están en Harvard cuando hacen gala de anglicismos como “al final del día”… Y si hablamos de dificultad: ¿hay algo más exasperante que la última media hora de cada emisión de SQP, donde luego de 20 minutos de comerciales, el resto del programa son las menciones a sus auspiciadores? ¿Y acaso existe algo más intolerable que Hágalo usted mismo, el infomercial encubierto de Homecenter que TVN emite precisamente los domingos al mediodía, y cuyo único objetivo es socavar la estabilidad emocional de aquellos varones que no tenemos suficientemente desarrollado nuestro lado masculino?

Finalmente, lo que más me ha enojado de sus reproches ha sido la insistencia en que no se había hecho el intento por “acercar” la cultura a la gente. Pareciera que la única manera de producir este acercamiento sería “apoyarse” en medios audiovisuales. ¿Qué entienden estos críticos por “apoyo”? ¿Entenderán lo mismo que un gerente que “apoya” sus balbuceos en un powerpoint? ¿O lo mismo que un director que “apoya” un testimonio sufriente con la música de un pianito? ¿Cómo se puede “apoyar” un pensamiento suficientemente bien expresado? ¿Es realmente necesario “apoyar” un verso sugerente con tomas difuminadas de flores, o con dramatizaciones de cartón como las de Pasiones, que hoy se han extendido por todos los matinales? ¿”Acercar” quiere decir rellenar, adornar o sobreexplicar?

La cultura no es entretenida. Hay que agradecerle a Warnken por no tratar de hacerla entretenida. O si trató, no le resultó. No fue entretenido ver en pantalla a José Miguel Ibáñez Langlois a punto de convertirse en el diablo. No fue entretenido que Claudio Bertoni intentara hablar de teología negativa. Y tampoco fue entretenido, pero sí inmensamente iluminador, escuchar a Raúl Ruiz exaltando las virtudes del aburrimiento.

La cultura no es entretenida

Sobre el autor:

Felipe Cussen (@felipecussen) es investigador del Instituto de Estudios Avanzados de la USACH y co-autor de Mil versos chilenos y Opinología, entre otras publicaciones.

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