La danza de la realidad: Retroceder para impulsarse

por · Agosto de 2014

Dejando atrás las polémicas por el escaso apoyo que recibió en Chile, La Danza de la Realidad, de Alejandro Jodorowsky, representa su regreso al cine tras veintitrés años de ausencia. Al Norte de Chile, en su natal Tocopilla, transcurre la historia que se sitúa en los años treinta, en el contexto de un país que […]

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Dejando atrás las polémicas por el escaso apoyo que recibió en Chile, La Danza de la Realidad, de Alejandro Jodorowsky, representa su regreso al cine tras veintitrés años de ausencia.

Al Norte de Chile, en su natal Tocopilla, transcurre la historia que se sitúa en los años treinta, en el contexto de un país que sufre por las consecuencias de la Gran Depresión del ‘29 y que es gobernado por el general Carlos Ibáñez del Campo. Este escenario da vida a La Danza de la Realidad, que no es otra cosa que un ejercicio autobiográfico audiovisual, donde Jodorowsky proyecta su crecimiento y deja entrever, entre símbolos y metáforas, sus recuerdos, miedos y secuelas de una infancia marcada por dos grandes figuras: un padre autoritario, ateo y estalinista, que imparte a su hijo una educación basada en la disciplina militar, evidenciando su incapacidad para demostrar afectos; y una madre que se erige como el pilar espiritual que lo marcará para el resto de su vida, personaje que no habla sino que canta cada palabra que pronuncia, representando tal vez el génesis de todo el imaginario surreal, mágico y místico que caracteriza al director.

En poco más de dos horas, el psicomago y escritor entabla una relación dialéctica entre él, su padre y su hijo. No por casualidad Brontis Jodorowsky —su hijo en la vida real— interpreta al padre de Alejandro, pues la película oculta un solapado discurso sobre la paternidad y la reconciliación, donde el nexo generacional es el propio cineasta, quien reconstruye su pasado valiéndose de la potencia inventiva y visual que ha mostrado en sus trabajos anteriores.

La Danza de la Realidad escarba en los rincones más impolutos de la memoria para entregar como resultado un imaginario lleno simbolismos y bizarras alegorías. Coloridos personajes que contrastan con la cruda tonalidad de su árido pueblo, travestis, personajes mutilados, prostitutas y payasos son parte del surreal y onírico mundo que (re)construye, trabajo que por momentos muestra cierta influencia del gran legado de Fellini.

La obra puede dividirse en dos grandes bloques: en el primero, la conflictiva relación de Alejandro con su padre Jaime, para después centrarse en el viaje de aprendizaje que realiza éste último, cuyo objetivo es matar al presidente. Un viaje redentorio del alma que alecciona y moraliza. Alejandro Jodorowsky rompe con la simetría patriarcal y opera como padre de su padre, otorgando una moraleja psicomágica potente llena de belleza y onirismo.

La Danza de la Realidad es la reconstrucción de un pasado bajo el visionario de un niño, que no busca rememorar los hechos bajo el fragor de la objetividad, sino más bien pretende cimentar y edificar un aprendizaje propio, un ejercicio de sanación personal mediante el cual busca reconciliarse con su pasado y sus seres queridos, trabajo que pone al servicio del espectador para ser homologado por quien lo vea y rescate su mensaje. Es una película intimista y realizada desde la vereda de los afectos, no apta para todo espectador y menos para quien desprecie el cine de autor. En cambio, se trata de un deleite para los aficionados y seguidores del cineasta, donde este las oficia de director, padre, hijo, maestro y juez de sus propios recuerdos.

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La danza de la realidad: Retroceder para impulsarse

Sobre el autor:

Paulo Silva Ibarra

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