Conocí a Rush por dos fuentes en mi adolescencia. Una, por las ondas radiales y su “espíritu de la radio”. Y la otra, en la sección “MTV Clásico” del MTV cuando pasaban pura música. Ahí estaban los pocos videos de Rush, esa banda que parecía ser perfecta, en mis VHS y los cassettes en los […]
Conocí a Rush por dos fuentes en mi adolescencia. Una, por las ondas radiales y su “espíritu de la radio”. Y la otra, en la sección “MTV Clásico” del MTV cuando pasaban pura música. Ahí estaban los pocos videos de Rush, esa banda que parecía ser perfecta, en mis VHS y los cassettes en los que hacía compilados de radio.
Por eso, la enorme cita a la que estábamos convocados el domingo 17 de octubre en el Estadio nacional era una de las que no te puedes perder en la vida. Esa que estuvo varias veces ahí, a la vuelta de la esquina, desde hace mucho tiempo, y que solo llegó hasta Brasil el 2002. Había ganas de Rush por acá hace rato, y por eso, cuando finalmente lo confirmaron, todos comenzamos a salir de nuestros escondites y a identificarnos unos con los otros para la que iba a ser una de las noches más importantes de nuestra existencia.
Porque sabíamos que el de Rush no iba a ser solo un concierto, sino que una EXPERIENCIA. Nos lo advertían los DVDs en vivo y los registros precisos que los canadienses se han preocupado de ir sacando de vez en cuando. Fueron muchos años. Había que estar ahí, y punto.
Una cosa es ver los videos que hay en YouTube con la intro de cada set que han hecho de la “Time Machine Tour”, y otra muy distinta es verla en vivo y en directo. Cuando las luces del remodelado coliseo se apagan y sale la genial y divertida intro “Don’t be Rash” por las tres pantallas gigantes, se te revuelven los sentidos, y compruebas eso que aprendiste de ver tanto registro en vivo de los canadienses, y lo que queda clarísimo con el emotivo documental “Beyond the lighted stage”: el humor de Geddy Lee, Alex Lifeson y Neil Peart.
Explosiones grabadas y la guitarra veloz del gran Alex “Pablo Mármol” Lifeson para “el espíritu de la radio”. Neil Peart, el más venerado batero de toda la historia del rock, es enfocado para las pantallas gigantes, con precisión en cada golpe. Y Geddy Lee, bajista inconfundible, poniendo una garra que no la puedes creer para cantar. Es una realidad. Rush está ahí, entregándolo todo para las cerca de 45 mil personas que había en el estadio en ese minuto.
Por casi tres horas, Rush nos hizo vibrar a todos. Set generoso, que se paseó por toda su discografía. Los sonidos de sintetizadores mezclados con guitarras en “Time stand still” convivían con las nuevas como “BU2B” (atentos a ese nuevo futuro disco, “Clockwork angels”, que se viene intenso) y los himnos como “Freewill” se cruzaban con la dedicatoria a los 33 mineros con “Stick it out” y la grandiosa Gibson Les Paul con puente levantado que Alex Lifeson lucía con un “33” pegado.
Tanto goce sin ninguna pausa duró hasta las últimas notas de “Subdivisions”. Una pausa de 20 minutos avisada por una voz en español neutro: “Debido a la avanzada edad de los músicos haremos un break de 20 minutos para que vayan al baño. Muchas gracias“. ¿Mala decisión? Por favor, estábamos advertidos del break extenso para respirar un poco.
La máquina del tiempo comenzó una cuenta regresiva hasta el año 1981. Un nuevo video lúdico con el ambiente preciso para disfrutar de principio a fin el perfecto “Moving pictures”. Parte “Tom Sawyer” con el karaoke del Nacional. Después, una emotiva “Red Barchetta”, seguida de un momento que sólo podías sentir allá: “YYZ”, la instrumental perfecta, con toda la gente coreando los cambios de ritmo y los riffs. Tal como en el disco, “Limelight” cerraba la cara A y daba paso a la cruza perfecta entre el lado progresivo y el uso de teclados con una que no tocaban hace mucho tiempo, “The camera eye”, seguida de “Wich hunt” y el cierre perfecto con “Vital signs”.
¿Y nuestras señales de vida? Por las nubes, listas para otra canción nueva en “Caravan”, y el infaltable solo de batería donde Neil Peart se pasea por varias corrientes. Para los que decían que una de las mejores cosas en el mundo era ver un solo de Neil Peart, estaban en lo cierto. Más rato, el deleite con ese Rush del “2112”, tomando el control de todo.
Luego de la experiencia Rush, quedan claros dos tipos de gente: los melómanos rancios, esos que se han criado queriendo vivir en Nueva York y escribiendo para alguna revista cool, condenando el virtuosismo y los pasajes largos porque no son lo suficientemente hype para ellos; y los puristas, esos fanáticos odiosos que no perdonan ninguna coma distinta a la música que han escuchado una y otra vez. Esos dos tipos de persona pasan por alto un detalle importante: Rush tiene sangre en las venas, y por eso se agradecen los cambios que hicieron en clásicos absolutos como “Closer to the heart” (una intro bellísima de Lifeson en 12 cuerdas), “La villa strangiato” (se disfrutaron algunas formas de tocar diferentes al registro, hace que te des vuelta y tomes más atención), y el cierre con “Working man”, de su primer disco, y parada final del viaje por el tiempo.
El recorrido fue largo e intenso. Y sobre todo, lleno de tripa y corazón. A pesar de las burlas (¿cuándo ha sido cool que te guste Rush?), el show de anoche unió en comunión a la banda y sus fans de Chile. Sinceramente, creo que costará que haya otro concierto así de grande, emotivo y comprometido como el que ofrecieron tres tipos normales, que tocan con una genuina sonrisa en el rostro.