La mirada del mechón

por · Marzo de 2011

La primera semana de universidad todo se ve inmenso, ajeno y alucinante.

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La primera semana de universidad todo se ve inmenso, ajeno y alucinante. No conoces a nadie y nadie te conoce, lo único que te distingue es esa mirada inconfundible que irradias y que año a año, como a mediados de marzo, se ve por los pasillos de toda universidad: La mirada del mechón.

Esa mirada perdida, tímida, curiosa, tratando de no molestar a nadie, mirada que los de segundo año, los encargados de mechonear, detectan a kilómetros.

Encontrar una sala es toda una hazaña y no puedes preguntarle a nadie porque no quieres que te identifiquen como nuevo, como una víctima potencial. Entonces los guardias son tu mejor aliado. Piensas ingenuamente que te van a defender, que te van a cuidar, porque son la autoridad. Y con ellos te entiendes. A ellos les preguntas disimuladamente desde dónde está el baño, hasta dónde queda la sala en donde tienes clases. Los guardias se transforman en tu mejor brújula, porque no quieres perderte ni llegar tarde a nada.

Caminas por los pasillos que a veces parecen laberintos, te subes a un ascensor repleto, entras al casino y piensas que todos te están mirando, evaluando, etiquetando. Y con sólo pensarlo, hace que se dibuje un distintivo característico en tu semblante, es la mirada del mechón. La proyectas y lo sabes, pero no lo puedes evitar porque en parte te sientes orgulloso de entrar a la universidad, sea cual sea tu institución. Hay algo ahí. Un símbolo, un pequeño triunfo. Tienes la rutina armada por lo menos durante un año. Estás dentro. Eres nuevo. Y se te nota.

Y las mujeres de tu universidad te parecen todas insuperables abrazando esos libros gigantes y piensas que una de ellas tarde o temprano se va fijar en ti, y tal como una escena cliché, típica de las comedias románticas, algún día el enorme libro se le va a caer justo frente a ti y tú lo vas a recoger y la mirarás a los ojos y le dirás una broma, algo que la haga conectar contigo, algo simple, entonces a partir de ese momento nunca se van a separar.

Pero no, eso no va a ocurrir, porque a medida que avance el año, las mujeres que te parecían sublimes al principio, ya no lo son tanto. Al final te das cuenta que en todas las universidades, siempre hay como 10 que son increíbles, como máximo. El resto se vuelven comunes y corrientes, como tú, y sobre todo te darás cuenta que la escena del libro, ocurre sólo en las películas, ya que una cosa es la ficción y otra muy distinta, es la realidad.

Pero todavía no te das cuenta de eso ni de nada, porque es tu primera semana de clases y todo parece amplificado, haciendo que te deslumbres fácilmente ante casi cualquier cosa.
Cuando entras a tu sala, te comportas como una rata buscando los rincones o el asiento de atrás, para que nadie te vea y así poder espiar disimuladamente a tus compañeros, saber quién es quién en todo esto.

Notas que al pasar los días todos se hablan, se ayudan, hay cierta solidaridad en el ambiente. La pregunta habitual es ¿“cuándo mechonean?” y sabes que habrá feedback inmediato, porque algo tan pueril como el mechoneo, puede funcionar como la complicidad absoluta con quienes son tan nuevos como tú. Hay respuesta inmediata. Y sientes que todos están unidos por la misma causa, todos son buena onda, hasta van a tomar juntos los primeros meses, apatotados, casi nadie de tus compañeros dice que no.

Pero antes que termine el semestre, esa comunión ya no existe. Poco a poco, cada vez son más lo que dicen que no. Hay compañeros que ya no toleras y al final van a tomar después de clases los mismos de siempre. Con el tiempo te das cuenta que cada uno toma su propio camino, como debe ser.

Y el espejismo, la aventura, el juego que te conecta con el recreo del colegio, donde todos están unidos, dura una semana o un poco más, con suerte. Pero no se olvida tan fácil porque es algo que simboliza el término de una etapa y el comienzo de otra, y el resultado de todas esas sensaciones, inevitablemente, se nota en la mirada, una mirada que reflejamos o que vemos reflejada en alguien, cada año, en algún lugar, como a mediados de marzo.

La mirada del mechón

Sobre el autor:

Marcelo Poblete

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