La sabiduría de la muerte

por · Enero de 2017

En el volumen de cuentos Incorruptos todo se corrompe: el cuerpo, los órganos, las familias que se deterioran sin piedad, la inocencia infantil de unas niñas de colegio. Quizá lo único incorrupto en las dolorosas historias de Carolina Melys sea el amor de una hija por su padre.

Publicidad

En un tiempo en que todos hablan de corrupción, Carolina Melys nos sorprende con un libro largamente esperado por quienes conocemos su escritura desde antes, cuyo título, Incorruptos, encierra un enigma, una evocación de un tiempo distinto, en que todavía se podía confiar no solo en la integridad ética, sino incluso en la persistencia física de algunos cuerpos. El tiempo de los santos y sus cadáveres perfumados. El tiempo de los relicarios y los souvenirs tenebrosos de uñas, pelos, dedos y manos conservados intactos para una posteridad que necesitaría ver y adorar todas esas evidencias de la divinidad. Sin embargo, en el libro de Melys no hay santos, y la incorruptibilidad más parece la obra del demonio que de un dios afable. Se trata de un demonio muy real, que se agazapa en estas historias para devastar los cuerpos y los sentimientos de personas que se quieren y se necesitan. En el primer y el último cuento de Incorruptos, ese demonio se llama cáncer: un cáncer de estómago y otro de páncreas provocan la autodestrucción del cuerpo; los órganos se devoran a sí mismos con violencia, sin que ninguna esperanza humana o divina los preserve de la muerte. Carolina Melys relata estos procesos con claridad; su lenguaje cuidado y transparente está al servicio de la incomodidad: violento a su manera, porque es pulcro y puro, refiere como una anomalía a la pudrición orgánica, individual, familiar y social que protagonizan sus personajes.

El libro está conformado por cinco relatos que les invito a leer y sobre todo, a releer. La inquietante imagen de la portada, de Mariana Najmanovich, titulada “La familia”, nos advierte acertadamente sobre lo que encontraremos en ellos.

En “La historia que nos contamos”, el relato que abre el libro, una hija se va despidiendo de su padre enfermo. Son sus últimos días juntos y a la vez irremediablemente distantes, porque si hay algo que divide al mundo es, como ya lo dijo Lihn, esa línea injusta y humillante entre los que están enfermos y los que no lo están. Los tres cuentos que siguen, “Fragmentos de una higiene doméstica”, “Uniformes” y “Como un rey”, son observatorios de la caída de la infancia en la crueldad de un entorno enrarecido por la política. En dos de estos cuentos, militares que participaron en la dictadura chilena acaban sus vidas sin rastros de arrepentimiento. Sus presencias perturban la vida de sus familiares, quienes oscilan entre la admiración y el desprecio. El paso del tiempo, desde la dictadura hacia una época en que los juicios se alargan sin encarcelamientos, arruina a esas familias, las resquebraja, expulsa de sus hornacinas a los santitos pinochetistas, transforma los orgullosos archivos familiares en archivos de la vergüenza. Un acierto, el de Carolina Melys, el de haber registrado en sus cuentos lo que ocurre en esa orilla difusa de la postdictadura.

Aunque aparentemente más desvinculado de ese trasfondo político, en que la violencia de esos tiempos resuena apenas en los himnos que les enseñan en los colegios a los niños –los de Carabineros y otras instituciones armadas- el cuento “Uniformes” se detiene en el paso de la infancia a la pubertad. Con humor triste, el relato evoca otras grandes historias, como la de “Niños en su cumpleaños”, de Truman Capote –la tradición narrativa norteamericana es muy importante, a mi modo de ver, en el trabajo de la autora–, o cierta historia de Federico Falco, sobre un dramático cumpleaños quinceañero. Y es que si bien está ambientado en un colegio santiaguino de los noventa, el cuento de Carolina Melys comparte con aquellos otros grandes la ambientación pueblerina, provinciana, de mundo chico, de asfixia y también de incipiente tragedia. Su protagonista, seguidora de la iglesia de los Santos de los Últimos Días, aunque al principio es integrada por Daniela, la China, la Sankukai y Karina, sus compañeras de colegio, finalmente debe resistir la discriminación de su curso, niños extraviados en los bailes lentos de la preadolescencia, capaces del amor y de la crueldad en tiempos de uniformes.

Pero son sin duda “Las historias que nos contamos” e “Incorruptos” los cuentos que con más profundidad interrogan no tanto a la infancia, como al hecho de perder la inocencia, una experiencia que se vincula con el dejar de ser hijos, con la experiencia de la corrupción y la muerte, con la imposición de la soledad. La muerte deja de ser un elemento retórico para intervenir lo real, y eso es lo que deja sentir la narración de Carolina Melys. Las reflexiones de sus personajes son certeras y tristes: “Olvidaba que el paciente es el único cliente cuya opinión es irrelevante”, dice la hija de “Las historias que nos contamos”. Ella recuerda con ternura las historias que le contara su padre, enfermo terminal, sobre su infancia en Coquimbo. Una historia de niños jugando al miedo en un cementerio que adquiere, a ojos de los lectores, otro carácter.

“Incorruptos” es un cuento cuya protagonista, ya bastante mayor, se sigue preguntando por el paradero y la ausencia de un padre al que apenas recuerda. El relato seduce desde el primer párrafo: “Sentada en el borde de lo que parecía ser el antejardín de una de las tumbas del cementario de Andacollo, Laura prendió un cigarro y esperó. Mientras fumaba, miraba cómo se le ponía la piel de gallina en el antebrazo con la brisa que ocasionalmente se dejaba sentir en el pueblo. Los pelos se paraban y cada poro se hacía visible, para luego inclinarse lentamente sobre la piel ya lisa. Después soplaba otra vez, levemente, para repetir el movimiento (…) Alrededor suyo, solo tierra y flores artificiales de colores que alguna vez fueron chillones, ya desgastados por el polvo y el sol”. Los pelos de punta no solo prefiguran los hallazgos del cementerio; es la antesala, delicada y muy bien pensada, para introducir los sutiles cambios físicos que son la materia, finalmente, de este cuento, en que la búsqueda de un cuerpo es al mismo tiempo la constatación de una historia personal y familiar. Carolina controla con destreza narrativa el paso desde la levedad y la luz, a la dureza y la oscuridad de una materia descompuesta y caótica.

El miedo a perder a los padres es un miedo primario, oscuro como imaginamos la primera edad del ser humano, un miedo animal y salvaje, que a partir de cierta edad nos invade a todos, pero que muchos han debido vivir aún muy jóvenes. Hace unos años Carolina Melys escribía para la revista 60watts un texto bellísimo sobre Canción de tumba, de Julián Herbert, en el que el hilo conductor era ése: la pérdida de uno de los padres. Sabíamos, de hecho, que ella ya trabajaba en ese tiempo en torno al tema de la muerte. Carolina no habla mucho de su escritura; es muy reservada, incluso fina en ese sentido. Escucha, observa. Guarda silencio. Pero algo sabíamos. Quienes trabajábamos con ella en 60watts, y antes sus compañeros de La Calle Passy 061, entre otros proyectos críticos y creativos en que ha participado, imaginábamos que esa escritura iba creciendo callada y potente. A veces Carolina nos enviaba un cuento a mí o a otros amigos y amigas aquí presentes y podíamos asomarnos a su escritura, podíamos leer un poco. Y esperar. Esperar este libro resuelto sin apuros, sin ansiedades. Un libro contenido y preciso, parco como el consejo de un sabio o como un enigma. Un libro sobre la muerte de un padre y sobre la desaparición no de una, sino de varias y muy especiales familias.

Pero hay algo que hasta aquí no he comentado: ¿quiénes son los incorruptos que anuncia el título? Ya lo he dicho: aquí todo se corrompe: el cuerpo, los órganos, las familias que se deterioran sin piedad, la inocencia infantil de unas niñas de colegio. Quizá lo único incorrupto en las dolorosas historias de Carolina Melys sea el amor de una hija por su padre, tanto en el relato con que abre, “Las historias que nos contamos”, como en el que cierra y le da título al libro. Incorrupta es la persistencia, la porfía de las historias ajenas en nuestra memoria, sobre todo de esas historias de nuestros padres que, a fuerza de ser repetidas, aunque sea por el corto espacio de la vida de sus hijos, conjuran la muerte.

Incorruptos
Carolina Melys
Montacerdos, 2016
108 p. — Ref. $10.000

La sabiduría de la muerte

Sobre el autor:

Lorena Amaro es doctora en Filosofía (Estética) de la Universidad Complutense de Madrid y académica del Instituto de Estética de la PUC.

Comentarios