La terapia de Thom Yorke

por · Abril de 2013

Atoms for Peace estuvo en Barcelona con el líder de Radiohead de moñito estilo samurái y una tenida que lo hacía ver como el presentador de un circo freak, junto a un Nigel Godrich tan expresivo como un casco de los Daft Punk.

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Atoms for Peace estuvo en Barcelona, con largas jams para bailar, con el líder de Radiohead de moñito estilo samurái y una tenida que lo hacía ver simultáneamente como el presentador de un circo freak, junto a un Nigel Godrich tan expresivo como un casco de los Daft Punk.

Enchufándose

Comienza el buen clima en Barcelona y se nota porque uno empieza a echar de menos al sol cuando se va. Por eso desde las nueve abren las puertas del Razzmatazz, sala de eventos/discoteque donde hoy se presentan Thom Yorke junto al productor histórico de Radiohead, Nigel Godrich, para mostrar AMOK, lo nuevo de la banda terapéutica (para Thom) Atoms for Peace. Afuera una hoja carta reza: «Sold Out».

Atoms for Peace (nombre extraído de un discurso del presidente gringo Dwight Eisenhower a favor del armamentismo nuclear) se formó casi por casualidad como una manera de interpretar las canciones del primer álbum solista de Yorke (The Eraser, 2006) y está compuesta por Flea, bajista de Red Hot Chili Peppers, el batería Joey Waronker, cuyo trabajo abarca desde Johnny Cash hasta Nelly Furtado, el percusionista Mauro Refosco, de currículum menos bullado, y los pilares Thom Yorke y Nigel Godrich, quienes antes de la gira oficial de la banda decidieron hacer algunas presentaciones para ir calentando perillas.

Entré y la primera grata impresión fue el espacio. Una sala casi cuadrada con dos generosas barras a los costados y un tamaño no mayor al de una discoteque promedio del litoral central. Es el estilo de local que esta banda ha elegido para sus presentaciones, con la intimidad suficiente como para reflejar el ánimo de sus composiciones, alejadas de los grandes himnos y multitudes.

Después de dos horas de música electrónica telonera (sí, un poco agotadora) y con el lugar repleto sin llegar al punto de los empujones y roces involuntarios, Thom Yorke y Nigel Godrich se instalaron detrás de una mesa atiborrada de tecnología para dar inicio al show.

Thom lucía un moñito estilo samurái y una tenida que lo hacía ver simultáneamente como el presentador de un circo freak y un animal salvaje del mismo espectáculo. Nigel, por su parte, tan expresivo como un casco de los Daft Punk.

Atoms for Peace

Poniéndole Play

El principio fue flojo, pésimo sonido y harta conversa sobre el escenario a propósito de lo mismo. Thom se agarraba la cabeza, se paseaba y le ponía color, se acercaba a Nigel y parecía decirle: ¡Oye, ta sonando como el copiropi! Y Nigel parecía contestarle: Relaja la vena, si la misma desafiná al final lo afina. Así hasta que Thom se rió y le dio sin más. Es un poco también el ánimo de este proyecto para Yorke: airearse creativamente del trabajo con Radiohead, zafarse de la ridícula responsabilidad de estar casi reinventando la música con cada cosa que haga, tocar con otra gente, divertirse y hacer básicamente lo que le de la gana (quizás por esto último la sigla de Atoms for Peace es AFP).

Desde el segundo tema en adelante (“Black Swan”) el espectáculo fluyó en sonido y performance, intercalando deliciosamente temas de AMOK y The Eraser. Para que no todo fuera perilleo distante, Thom, micrófono en mano, se paseaba por el escenario cual animal exótico, agitándose al ritmo de su estilo patentado, con la actitud del dueño de la fiesta, relajado, sonriéndole al público y hasta posando para sus cámaras y teléfonos.

Toda la presentación se planteó como un solo sonido, sin pausas, tomando forma de un tema a otro mezclando pistas hasta dar forma a la base central de cada canción. Bien, funcionaba y los tracks eran recibidos por el público como pequeños grandes hits en una mezcla bastante equilibrada de alaridos féminos y gemidos viriles. En algunos temas, como “Before your very eyes…” o “Harrowdown Hill”, Yorke tomaba una de las tres guitarras disponibles y tocaba lo necesario sobre las bases. Un impecable complemento de los visuales terminaba por hacer de la presentación algo redondo, con la figura de Thome Yorke más nítida que nunca, en ese espacio tan extrañamente casual y cercano.

Desenchufándose

Llámenme conservador, pero al finalizar el show extrañé la ceremonia del encore, o sea, que volvieran al escenario para interpretar más temas o bien, ya que estábamos ahí, que Thom tomara una guitarra e interpretara alguna canción en solitario como para cerrar con un sutil batatazo en la cara de la concurrencia. Pero no. Al volver, se pusieron a pinchar música bailable como en el living de su casa, lo que por un lado estaba muy bien, porque básicamente empezó una fiesta improvisada y encabezada por el mismísimo Thom Yorke, que muy gracioso bailaba de aquí para allá música disco. El problema era que el público estaba pasmado sin saber muy bien cómo reaccionar. ¿Eso había sido todo? ¿Vendría una canción sorpresa en cualquier momento? ¿Bailamos? ¿Voy al baño? ¿Compro un copete? Entonces se perdió la conexión entre músicos y audiencia. Es lo más parecido a un silencio incómodo que he visto en un concierto. En ese rato no vi uno, sino varios bostezos y es que tampoco se veía que todo eso estuviera muy preparado por los AFP, que conversaban largo rato frente al computador bastante ajenos al público.

Así es que considerando el largo teloneo y ese final que terminó por diluir la efervescencia del show… qué te puedo decir Thom, si estás leyendo esto, un poquito más de preparación para la otra, sabemos que esta banda es terapéutica para ti y la idea del desorden tiene su qué, y lo de pinchar música es buena idea para aprovechar el contexto discotequero, pero por lo menos, un poquito más de intención para la otra poh, así por último, es el público quien se lleva el sentimiento de culpa de no haber comprendido a su ídolo y tú quedas como rey.

La terapia de Thom Yorke

Sobre el autor:

Pato Mena (@Pancopallo) es autor del libro ilustrado Don Mosco (Pehuén, 2011).

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