La vida destruida

por · Octubre de 2017

Junkopia (2016), de Jonathan Opazo y Rodrigo Figueroa, construye o da cuenta de un mundo en destrucción a través de poemas cortos (casi haikus) e imágenes de baja resolución.

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¿Qué ramas se extienden en estos pétreos escombros
T.S. Eliot, La tierra baldía.

Un flâneur contemporáneo debería desechar el mapa turístico de una ciudad para más bien acercarse a aquellos espacios no registrados dentro de esa cartografía. Un flâneur contemporáneo no va hacia los bordes, sino a donde los trenes y buses ya no se detienen. Un flâneur contemporáneo buscará no los shocks del capitalismo (las grandes vitrinas, los enormes e iluminados letreros publicitarios…) sino sus residuos: aquellas sobras, escombros y restos que lo sostienen. Un flâneur contemporáneo no puede narrar, sino tan solo dar cuenta de fragmentos, pequeños vistazos de la destrucción contemporánea. Junkopia (2016), de Jonathan Opazo y Rodrigo Figueroa, construye o da cuenta de un mundo en destrucción a través de poemas cortos (casi haikus) e imágenes de baja resolución. Así, pues, la escritura y la imagen del libro también se encuentran, hasta cierto punto, «destruidas» gracias a la brevedad del texto (una fisura en la amplitud del blanco de la página) y al cuestionamiento de las imágenes a su capacidad de representación.

Como afirmo, las fotografías utilizadas en el libro también portan un sentido de destrucción. Más allá de que lo que se representa (cuando es posible decodificarlo) tiene relación con espacios destruidos, la propia imagen de por sí se halla “destruida”. Si la imagen digital carga hoy la promesa de una calidad visual de alta definición, el libro de Opazo y Figueroa utiliza, en cambio, imágenes de pobre calidad. De acuerdo con Hito Steyerl, «the poor image is a copy in motion. Its quality is bad, its resolution substandard. As it accelerates, it deteriorates. It is a ghost of an image, a preview, a thumbnail, an errant idea, an itinerant image…». Junkopia trae entonces el deterioro no solo como tópico sino también como formato. Asimismo, en uno de los poemas se expresa este carácter de pérdida gráfica de la imagen «revistas/ pornográficas/ pierden su color/ en la vitrina de un kiosco». En otro, «la vida pasa/ como en una VHS con los/ cabezales sucios». Continuando con la reflexión de Steyerl, la jerarquía de la imagen contemporánea se organiza en cuanto a su resolución. Entre mayor calidad, mejor lugar ocupa en el campo de la cultura. Ahora bien, las imágenes de baja calidad que presenta el libro son idóneas ya que su «pobre» calidad visual puede dar una mejor cuenta de aquello que también ha sido desplazado, aquello que no percibimos en los espacios más transitados de la urbe. Hay que decirlo: una imagen de alta calidad no tendría la fuerza en comparación a aquellas que salen en Junkopia. Se necesita ese ruido visual que interrumpe la capacidad de mirar lo baldío. He allí uno de los logros del libro.

Por otro lado, la destrucción no tiene un puro carácter negativo. Es, también, la promesa de un porvenir, de un ir más allá de los sentidos. «Ramo de margaritas/ tomado desde las grietas/ de una casa en ruinas». En aquello que parece ser un punto final aguarda también la vitalidad. Podríamos denominarlo como «una vida destruida». Incluso, la destrucción carga un valor erótico. «Erótico movimiento de la/ retroexcavadora penetrando/ un muro de hormigón». Lo erótico guarda una inquietante relación con la muerte y la destrucción, en esa ruptura del material concreto por parte de la máquina se halla un indicio de placer y transgresión; la liberación del deseo reprimido.

Por otra parte, la vida destruida demanda readaptación. No admite la pasividad de la ruina, sino una capacidad transformadora. Aquellos apegados a cierta forma de la vida moderna no parecen capaces de comprender la actualidad. «El viejo/ no entiende que/ su tractor ya no/ ande ni que su/ tierra no dé/ fruto alguno». Si el tractor es imagen material de la promesa moderna por el progreso, su falla al dejar de funcionar (de ser útil, de ser objeto), al igual que la infertilidad de la tierra hacia los frutos que normalmente antes producía, da cuenta de la necesidad de una nueva adaptación al entorno, una de la cual no se parte de la nada sino surge de los propios residuos heredados. «El futuro/ no es otra cosa/ que los escombros/ del presente». Esta nueva forma de vida es en la que por los ríos corren «una lavadora,/ calzones y una/ bolsa con / gatos muertos», en la cual una niña hace una muñeca a partir de desechos, en la que el ruido de la naturaleza proviene de «ventiladores industriales», en la que un basural puede ofrecer «cartas y fotografías perdidas». No se trata de ver con romanticismo la destrucción, sino plasmar cómo en los despojos y el deterioro no radica un final sino un proceso.

Junkopia quizá puede verse o leerse como una obra pesimista. Sin embargo, considero que esa lectura es insuficiente para pensar cómo lo destruido, el escombro y la ruina participan hoy en el acontecer diario; Junkopia vislumbra el acecho de la destrucción y su condición transformadora.


La vida destruida

Sobre el autor:

Alejandro Martínez ha colaborado para distintas revistas en América Latina y Estados Unidos.

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