Crónica desde la Vega central en un capítulo de Trazo mi ciudad con Lemebel.
Para esta crónica nos colamos en el capítulo de uno de los pocos escritores chilenos que se maquilla y usa zapatos de taco alto, al menos en público: Pedro Lemebel, entre las cámaras de Trazo mi ciudad, uno de los pocos rincones en la tele que se relaciona con narradores locales en los lugares que los han inspirado a la hora de escribir.
Y tú aparte de ser lindo, ¿qué hacís? -se presenta Lemebel frente a mis apuntes.
Un tipo camina entre las antiguas máquinas de coser Singer –reacondicionadas para hacer las veces de mesa–, ofreciendo un Flor de Caña a mitad de precio. Desenfunda la botella como si se tratara de un arma, y la muestra veloz para hacer hincapié en que es una oferta exprés. Nadie parece interesado, y el tipo desaparece del “patio de comidas” de La Vega con la misma rapidez con que desde su polerón saca el botín del que se quiere desembarazar.
Las mesas de coser son ocupadas por hombres que comen solos, por mujeres con delantal, y por un grupo de mimos que comparten la hora de almuerzo con dos payasos. Los alimentos son proporcionados por la cafetería El Huayteño, cuya especialidad es la comida chileno-peruana, una paradoja culinaria que quizá sólo exista en lugares como este, donde las fronteras parecen pálidas fantasías en medio de la vorágine multicultural veguina.
La Vega Central es el lugar seleccionado por Pedro Lemebel para comenzar el recorrido de Trazo mi Ciudad, el programa de 13C que pasea a narradores nacionales por los lugares que les han inspirado a la hora de escribir. Cuando Luis-Miguel Méndez, el entrevistador, le pregunta por qué se ha decidido por este sitio, Pedro responde con su habitual humor: «Porque tiene unos cuartitos allí atrás».Antes de comenzar a filmar, el equipo y Lemebel comparten el almuerzo. Imagino que debe ser para entrar en confianza con el invitado, que mientras pone un pequeño espejo sobre el vaso que tiene al frente, se pinta los ojos prometiendo una performance– pero me voy a controlar, igual– aclara, aunque esto no parece convencer a sus interlocutores.
En la mesa del lado, la presidenta del sindicato de trabajadoras del Cementerio general y una acompañante saludan al escritor y le conversan. Pedro está de lo más interesado en saber en qué condiciones se encuentra la tumba de Gladys Marín, su anhelada amiga. La dirigenta le responde que bien, que siempre tiene flores y visitas. Pedro se regocija y continúa arreglándose para el programa. Al parecer, viene preparado para realizar varios cambios de vestuario: trae una mochila verde, que en cualquier minuto se revienta de lo llena que está. De adentro saca un gorro rojo y se lo pone encima del pañuelo que le cubre la cabeza.
Pedro tiene cáncer a la laringe, y no debe fumar ni beber debido al sentido común y a la recomendación médica. Pero mientras se echa gotas artificiales en los ojos, un productor le rellena el vaso con las cervezas que permanecen fondeadas dentro de una bolsa negra debajo de la mesa. Nadie en el programa quiere que él tome, pero Pedro está a cargo.
En un momento se pone a mirar los ojos de todo el equipo, incluyéndome. ¿De qué color tienen los ojos?– pregunta. El conductor bromea que es requisito que todos sean cafés. Y tú tenís carita de gato, me encara. Eh… gracias. Así distiende el ambiente de este capítulo uno de los escritores más contestatarios y provocativos de las voces chilenas.
Ah, me tiraron pa’ la cola– dice un risueño Lemebel cuando le señalan que su capítulo cerrará la temporada del programa. Luis-Miguel le habla de los invitados que han estado en el espacio durante este último ciclo [acá pueden revisar los capítulos], pero Pedro lo interrumpe con un «caca, caca, caca. Pura caca. No tengo nada que ver con ellos, yo construyo una forma de decir, yo uso la pirotecnia de la palabra, yo escribo por la sobrevivencia».
Un tipo de prominente panza, canas y una guitarra se acerca a la mesa y comienza a interpretar una canción. Un vals peruano de otra década. Le pregunto a Pedro por la exposición fotográfica de las Yeguas del Apocalipsis pronta a inaugurarse [en la galería D21], me mira mientras la canción suena de fondo y se demora en responder. Es que cuando escucho esta canción no puedo pensar en nada más, se excusa. Cuando el tipo de la panza, las canas y la guitarra deja de tocar, Pedro se toma un momento como para saborear los últimos acordes y confiesa que no está muy feliz con la exposición, que los créditos debieran ser de ellos [las Yeguas] y no del fotógrafo, ya que todo el trabajo visual- lo importante, aclara- es gracias a él y a Francisco Casas, que el fotógrafo Mario Vivado sólo capturó el momento.
La mesera peruana se acerca a retirar lo platos. Pedro quiere saber por quién votará en las proximas elecciones, pregunta: Mi amor, ¿por Keiko o Humala?. Ella le dice que no ha actualizado su lugar de residencia, por lo que no podrá votar. Cuando se aleja de la mesa, Pedro dice: Te apuesto que va a votar por Keiko. Luego se larga a hablar sobre Fujimori. Sobre Fujimori y el fascismo, sobre Fujimori y la corrupción, sobre Fujimori caminando sonriente encima de cadáveres.
Las cámaras han estado encendidas o apagadas en todo momento, y Pedro ha mantenido su misma actitud en todo momento. Es hora de dejar La Vega para que Lemebel pueda seguir trazando su ciudad imaginaria, pero no sin antes realizar unas pequeñas compras. Con Luis-Miguel a un lado, se detienen frente a un pequeño puesto que vende calzoncillos. Lemebel le pregunta a la dependienta «¿Cierto que es lindo?», mirando al ruborizado conductor. Ella asiente.
Luego de una conversación ininteligible entre entrevistador y entrevistado, Lemebel deja La Vega feliz y con una bolsa con ropa interior en las manos, cortesía, al parecer, de la producción. La jornada recien está comenzando y Pedro envía a Arturo, el productor, a comprar más cervezas para continuar el recorrido. Me pregunto como terminará.
// Fotos: Sebastián Tapia Brandes.