Lípidos del país: El rincón de la Mamita

por · Mayo de 2014

Su pequeño cartel me fusiló el estómago: la imagen de una olla de pollo al coñac y al lado un plato de prietas con papas. Me prometí entrar.

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Como dice un amigo: siempre fueron tiempos difíciles. Y cuando las cosas se ponen así, en lo primero que pienso es en comer. Así que anoche salí y caminé por Recoleta. Pensé en ir a meterme a un restorán chino del centro y refugiarme en una tina de pollo y ajinomoto, pero no. Lo dejé al azar. Doblé por Olivo, la calle del Hospital Psiquiátrico, y me topé con un vendedor de sopaipillas que venía llegando a su casa con el carro y los potes de salsa americana y mostaza a medio llenar. Le pedí fuego y le pregunté si reutilizaba los conchos. Me dijo que sí. Tenía la polera transparente, bañada en aceite. ¿Sabe dónde puedo comer algo por acá?, le pregunté. Y el loco, como un profeta del triglicérido, levantó su brazo aceitoso y apuntó hacia avenida La Paz. Me dijo que caminara hasta la esquina. Que justo ahí, en La Paz con Olivo, había dos locales de comida peruana a los que no entraba ni cagando, porque los peruanos eran unos cochinos culiaos. Fui en el acto.

En la esquina estaba El Wuatón Chifa y al lado El Gran Chef (Lima 100%), dos chifas —esa mezcla extraterrestre de comida china con peruana— llenos de peruanos sorbeteando fideos de unos baldes con sopa mientras miraban la tele. No había espacio y como tenían pinta de cerrar, seguí por La Paz y me iluminé: ¡En la otra esquina estaba EL RINCÓN DE LA MAMITA! Siempre había querido entrar ahí. O mejor dicho desde esa vez que iba arriba de una micro a Lampa, que dobló por La Paz, ahí mismo en la esquina de EL RINCÓN DE LA MAMITA —lo escribiré en altas para que se les incruste en la cabeza— y su pequeño cartel me fusiló el estómago: era la imagen de una olla de pollo al coñac y al lado un plato de prietas con papas. Me prometí entrar.

El lugar es perfecto: una enorme casona vieja, como las de Recoleta o Independencia, con el techo a la mierda, arriba, y muchas piezas convertidas en comedores; un patio interior con un parrón de plástico también convertido en comedor y las mesas forradas con manteles de tela y sobre cada una, contra la pared, la alcuza primigenia: una botella de vinagre de vino (NO PETRÓLEO BALSÁMICO, CONCHETUMADRE) y otra con aceite vegetal (NO DE OLIVA, MIERDA) y sal. Nada más. Las paredes llenas de cuadros sin firma y cachivaches sin sentido. Una casa. Mi casa.

El garzón era un loco bien Farruko, del Colo, pero con modales de viejo, porque el resto de los garzones eran todos viejos, pantalón negro, chaquetita negra, camisa blanca y zapatos lustrados. Junto a la carta, Farruko me chantó un pocillo de pebre —tomate, cilantro, cebolla, pimienta, sal, vinagre y aceite— y pan. Le pedí una cristal chica (luca) que estaba medio tibia, pero me la tragué en tres tiempos así que pasó piola. Los precios eran una locura: 17, 19, 15 lucas. Pero después caché que eran los precios de los pollos, la especialidad de la casa, al champiñón, al coñac, al marisco, servidos en fuentes de greda humeantes, para dos, tres, o cuatro personas. Como estaba solo, me pedí un arrollado huaso… Sí, ya sé, la foto no le hace justicia y más encima lo pedí con arroz, pero eso tiene explicación: la última vez que fui al nutriólogo, el loco dibujó una escalera al revés de la receta de metformina y después me dibujó a mí en el penúltimo escalón. En el último se leía: diabetes. O diabetis, no recuerdo. Si sigues comiendo carbohidratos, me dijo, en un año estarás como Zalo Reyes y en unos cuantos más sin patas. Me cagué de miedo y por eso le negué las papas fritas a Farruko, y el puré picante, y me cagué entero y pedí arroz —por ahí escuché que era el carbohidrato más cagón, no sé.

arrollado

La foto no le hace justicia, insisto, pero el primer paso para saber si un arrollado vale la pena, es rebanándolo: apenas hundí el cuchillo en ese bulto de grasa y carne, un sauna de comino, pimienta y ajo me destapó las coanas. Una nube de vapor con olor a vida e infarto me dejó loco. Cada bocado fue la gloria: grasa, carne, grasa, carne, grasa, carne, grasa, carne, ¿algo mejor que grasa y carne y grasa y carne a temperatura corporal fundiéndose en la boca? Lo único que me distrajo fue la conversación de cinco apostadores del hipódromo, en la mesa del lado, rodeando una olla con pollo al champiñón y hablando sobre los beneficios del Omega 3 y de la mezcla de yodo y miel de palma para que los caballos corrieran mejor. Mientras los escuchaba, bañé con pebre el arroz unas cuantas veces. Pedí otra cristal. Terminé de desatar la pita del arrollado como un magic twin y en quince minutos estaba listo. Atiborrado de chancho. Atiborreti.

¿Buena la picada, o no?, me preguntó Farruko cuando me trajo la cuenta. 6.500 pesos. Pagué con redcompra (tiene redcompra EL RINCÓN DE LA MAMITA, ojo) y me dijo que volviera, otra vez, pero como los hombres, es decir: por un pollo al coñac con papas fritas. O un pollo al champiñón con papas fritas. O un lomo a lo pobre, o un pernil con papas, una mechada con puré. Y que rematara la noche con unas castañas con crema o un banana split. También me dijo si iba viernes o sábado cerraban a las 0:30 —de lunes a jueves cierran a las 23.30—, pero los comensales se quedaban adentro, chupando y cantando. Le dije que sí. Obvio que sí. A la mierda el nutriólogo. Hola Zalo Reyes.

P.D: Esto no debería contarlo, pero pico. Cuando salí de EL RINCÓN DE LA MAMITA fui a sapear a los chifas de la otra esquina y los dos estaban abiertos, pero El Wuaton Chifa tenía la reja abajo, con ese espacio de la puerta de la reja por el que no pasaba ni cagando y si lo intentaba, me ha pasado, me volaba la cabeza. Pero El Gran Chef (100% Lima) todavía tenía la reja arriba y ya no había tanta gente y entonces me senté, con la guata llena, pero muy curioso —sí, digamos curioso y no de chancho— a probar una de esas sopas que sorbeteaban los peruanos. ¿Qué sopa me recomienda?, le dije a diminuta y bella mesera. ¿Anda con frío?, me dijo, y solita me trajo una sopa Womin: un hermoso plato hondo con base de fideos chinos, dos hojas de acelga china, pequeños filetitos de pollo tierno, cinco rebanadas o torrejas de chancho asado, un pelo del cocinero y un caldo transparente con tufito a jengibre, muy delicado todo, pero con el sabor de mil quinientos pollos hervidos por siglos en una marmicoc: si tuviera un jacuzzi lo prepararía así.

womin

El rincón de la mamita
Av. La Paz 480, Independencia

Lípidos del país: El rincón de la Mamita

Sobre el autor:

Luis Berríos

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