¿Quién dice que la literatura tiene que ofrecer consuelo?

por · Julio de 2022

En Salvo nosotros, nadie habla de nosotros, el autor alemán Wilhelm Genazino (1943-2018) nos presenta a un personaje en medio de la extrañeza general de vivir y soportar una existencia sombría, aunque no carece de humor.

Publicidad
Por Gerrit Bartels. 
Traducción: Patricio Tapia
  

En un momento en que el suicidio ha dominado las noticias, ya sea en forma de suicidio ampliado (es decir, cuando se mata también a los parientes más cercanos) o de atentado suicida, el suicidio silencioso parece haberse convertido en una rareza. Esta forma de suicidio es mucho más común, y usualmente deja a los familiares tan aturdidos y desamparados como a las personas en general y esto ocurre en cualquier parte, sea en Niza, Munich o Ansbach.

Así es exactamente cómo se siente el narrador en primera persona de la novela de Wilhelm Genazino Salvo nosotros, nadie habla de nosotros. Su novia Carola, que lo había dejado recientemente, se quitó la vida, lo que fue “para todos los que la conocían, un shock”. Y luego de señalar varias razones que los conocidos y amigos de Carola dieron para el acto, el narrador de Genazino concluye con la constatación del por qué los así llamados sobrevivientes suelen reaccionar con retraimiento: “por supuesto que no porque tengan ganas de encapsularse, sino porque se ven obligados a experimentar, perplejos y sin poder defenderse, que la sociedad televisiva y deslenguada ha olvidado que no se puede socializar lo privado así como así”.

Incluso antes de que su novia se suicidara, este personaje de Genazino no era miembro de la alta sociedad. Familiarizado con las rarezas de la vida, deambula por las calles de Frankfurt, la mayor parte del tiempo observando a personas que mueven contenedores de basura, mujeres que caminan con ositos de peluche blancos en los brazos o se echan crema en las manos en el metro. O mira a la gente mayor “con ropa deshilachada, con muletas y morrales” o “personas desamparadas” con mochilas y frazadas de acrílico enrolladas bajo el brazo; incluso polillas, langostas o palomas no escapan a su atención.

También le preocupa su nostalgia, su anhelo de llevar una vida coherente, trascendente; los muchos signos de la vejez —debe tener alrededor de 55 o 60 años— y también su lento desarrollo profesional: el trabajo en la radio como locutor y lector de noticias o de novelas es cada vez menor, como actor ha fracasado en todos los aspectos, y solamente de vez en cuando teatros “modestos” o fábricas “medianas” de ropa lo llaman para ofrecerle moderar “matinés de domingo” o desfiles de moda. De todos modos, este hombre envejecido no tiene mucho contacto regular con nadie, salvo con una colega de la radio que le da órdenes y con Carola, su novia. No comparte el departamento con ella, pero sí, a menudo, la cama. En algún momento ella quiere tener un hijo suyo, queda embarazada, pero deliberadamente pierde al niño y luego deja al narrador de manera repentina.

Es una vida poco espectacular, a veces deprimente, una “situación desastrosa” que “carcomía lentamente” la que Genazino comparte con sus lectores. Una vez más, hay que decirlo. Porque este héroe de Genazino se diferencia a lo sumo en matices de los héroes de sus otras novelas, las que Genazino produce casi en serie cada dos o tres años, siempre de la misma extensión.

A pesar de todo el impulso por el pensamiento, a pesar del fetichismo de la percepción, el sexo juega el papel principal, tanto el satisfactorio como el a menudo insatisfactorio y, a veces, con aspectos extraños. Y también, en relación con esto, la relación con su madre muerta hace mucho tiempo, la “sombra edípica” que pesa sobre él, los recuerdos de sus padres y de su infancia y de su juventud en general. Mucha vergüenza, muchas cosas no resueltas que seguramente no serán resueltas en esta vida, resuenan aquí, la conciencia de una culpa difusa que ya no se puede quitar.

Wilhelm Genazino con frecuencia escribe oraciones grandiosas y sutiles y crea escenas divertidas, por ejemplo, cuando Carola acusa a su novio de siempre patear libros a medio leer debajo de sus estantes, pero luego él le demuestra varias veces que sabe exactamente qué libros están debajo de qué estantes, como Suave es la noche, de Scott Fitzgerald o Punto de fuga, de Peter Weiss. Lo que llama la atención es que el héroe de Genazino es muy consciente de la caducidad de algunas cosas y tiene la impresión de estar “malvendido” por la realidad. Algunas de las formulaciones en este incesante flujo de discurso, sin embargo, demuestran una cierta obsolescencia y alejamiento de la realidad: “oficina de empleo”, “emisora de radio”, “matiné de domingo”, incluso la “tostada Hawai” (con queso, jamón y piña) todavía existe aquí.

Uno se pregunta en qué época viven realmente Genazino y sus personajes, sobre todo porque ellos no se comunican por correo electrónico ni por teléfono celular, y el narrador, a pesar de toda su gran atención, no registra que las calles y el transporte público estén llenos de gente mirando sus teléfonos inteligentes. Parece como si Genazino no quisiera dejar que simplemente le quitaran su “presente real”, como si estuviera contrastando el mundo paralelo virtual con su propio mundo frecuentemente al parecer sombrío, con las muchas mujeres, niños, animales y personas sin hogar que vagan por él. ¡Mira, todavía existe! El analógico no es mejor, solamente es más difícil.

Al final no se sabe si reír o llorar. Se puede reír mientras el héroe se involucra en disoluciones edípicas con la madre de su novia fallecida. O se puede llorar frente a un mundo genaziano en el que el narrador se pregunta: “¿Por qué tanta gente parecía perdida y abandonada y hasta burlada?”. Y luego llega a otra conclusión sobre el suicidio: “Todos conocíamos de nuestras propias vidas situaciones desesperadas para las que el suicidio podría haber sido una respuesta. Pero lo misterioso no era por qué había suicidas. Lo misterioso era por qué tantas personas soportaban sus difíciles existencias sin convertirse en suicidas”.

Eso, por cierto, no es reconfortante. Pero, ¿quién dice que la literatura tiene que ofrecer consuelo? Es bueno que los héroes de Genazino no solamente lleven existencias difíciles, sino que también tengan algo de ridículo y sean, a veces, divertidos. Probablemente es por eso que uno se siente tan atraído por esta realidad (literaria), cada vez que se acerca a ella.

Artículo aparecido en Der Tagesspiegel (28-07-2016).

¿Quién dice que la literatura tiene que ofrecer consuelo?

Sobre el autor:

PANIKO.cl (@paniko)

Comentarios