Lolla: Kanye West
Vuela una nube de confeti en Jane’s Addiction cuando varios ya estamos instalados en el lado opuesto de la elipse. Lo de Kanye West es inminente y hay varias ideas dando vueltas como los papelillos.
Cosas como que:
Uno. No habrá balazos del repertorio gangsta rap ni estrofas homofóbicas o hasta racistas (…), ni los sampler de raíz funk y negroide del género. Al contrario, West hasta usa a Labi Siffre en la somnífera “I wonder” y su paladar musical va más ligado a los vinilos empolvados: Al Green, Bill Withers, The Dramatics, Jerry Butler, Eddie Kendricks.
Dos. Esto es un sonido más pulido que las tornamesas de Beastie Boys calentando la aguja de un plato o un hábil crossfader, y mucho menos plástico que el Eminem digital. Kanye West antes que un MC con todo un arsenal de frases bomba y una mochila Louis Vuitton llena de estrofas incendiarias, prepara sus bases con artistas folk y de rythm & blues, les cambia el tempo y los hace sonar 2011, con el gusto de Michael Jackson (le dedicó “Good life“), y el sentido pop entre ceja y ceja con sus sintetizadores y teclados.
Tres. Más que un paseo forzado por el Bronx neoyorkino, lo de Kanye West es una ida por la línea 7 entre Vernon Boulevard y la 42, con la vista en el punto perfecto en que se mezclan los edificios pintados de graffos con la vorágine de acero y cemento de los rascacielos groseramente iluminados de Manhattan.
Cuatro. Adam Levine parece un idiota presumido en los clips de Maroon 5, pero podemos suponer que lo conoce bien. Colaboraron juntos en “Heard ’em say” del Late Registration: “Supe que Kanye era un gran artista no cuando tuvimos una de esas charlas profundas y significativas sobre las cosas que lo inspiran, sino cuando me invitó a su casa. Está completamente vacía, sin pintar, sin muebles, sin pisos. Le pregunté por qué no la había arreglado todavía, y él me dijo: «Lo hice, pero tuvimos que hacerlo de nuevo porque no quedó bien».”
Cinco. Kanye dice la verdad o no dice nada y da lo mismo que tenga un Bvlgari en la muñeca y que no haya dirigido una palabra en su debut al mutante local. Todos lo vimos apretando a Bush. Haciendo el ridículo de la década en los premios MTV. Tirando un clip para epilépticos. Y hasta botando el celular por un tiempo para armar su My Beautiful Dark Twisted Fantasy el año pasado.
Seis. De ahí a la salida quince minutos tarde con “Diamonds from Sierra Leone” y “Can’t tell me nothing” para calentar la garganta, acompañado de tres músicos en escena tipo Kraftwerk: de pie y con sus respectivas máquinas. Descifrando la interrogante de cómo iba a ser su show de poco más de 90 minutos.
Siete. La idea no es quebrar las reglas del hip-hop y del pop, se trata de agrandar el anillo de los límites, el círculo de pellejo en la oreja con expansión. Acá hay baladas R&B seguidas de electrónica alienígena. “All of the lights“, “Monster“. Rimas para masas. “Good life“, “Power“. Samples de rock progresivo. “Gorgeous“, “Hell of a life“. Y cuatro grandes momentos de su show: la perfecta “Gold digger” con un Jamie Foxx virtual, la pegada “Flashing lights” del Graduation, la epopeya hip-hop de “Runaway” y la relectura de Daft Punk en “Stronger“, por lejos la más saltada de todas con Kanye West golpeando cada frase en la pasarela pegado al público.
Ocho. Aunque fue evidente que la voz no es lo suyo y que las bases hicieron toda la pega, ¡cómo produce! También hay hambre ahí, porque si no puede cantar en directo, en su último disco tiene hartos pasajes de autotune y de eso trató todo el final del concierto de Kanye West, hasta que faltaron quince minutos para las 11 y Lollapalooza era historia.
// Fotos: Carlos Müller. Video: Nicolás Vidal.