Lollapalooza Chile 2014: sábado

por · Marzo de 2014

Reseñas, videos y fotos. La primera jornada del festival en la óptica del equipo de paniko.cl.

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La primera jornada de la cuarta versión de Lollapalooza Chile no solo nos traería diferencias en el clima, esta vez más cargado al frío que a la insolación, sino además una diversificación de la audiencia. Esto podría entenderse por la presencia de Red Hot Chili Peppers —las poleras con el símbolo de la banda plagaron el Parque O’Higgins desde muy temprano— y de Nine Inch Nails, ambas agrupaciones de carrera histórica y con significación particular en la escena rockera mundial desde hace dos décadas, o quizá por los alcances que ha logrado el evento, consagrándose como un punto de encuentro obligado más allá de las tipologías sociales, moldeando un país que se acostumbra a invertir en y asistir a festivales de esta envergadura.

Hubo cambios notorios: la distribución de los escenarios, el potenciamiento del escenario antes conocido como el alternativo, que incluso ofreció shows en paralelo a las cabezas de cartel, el abierto permiso a ingresar alimentación y líquidos, ampliación en los géneros y perfiles de las bandas, el aumento de puntos de alimento, repartidos en diversas zonas, el acrecentamiento de actividades paralelas a los conciertos, y el crecimiento del público asistente.

Sin ir más lejos, esto fue lo que vimos de esa primera y extensa jornada, desde que abrieron las puertas, hasta que sonó el último acorde.

Movimiento Original: salió el sol

Por Alejandro Jofré

Contra todo pronóstico, está nublado cuando Movimiento Original abre los escenarios de la explanada. A base de reggae fusión y letras sobre márgenes y vida feliz, los tres MCs que riman sobre las pistas de un DJ muestran sus credenciales de número fijo para estos horarios. Aparecen al mediodía, con pantalones de camuflaje y poleras blancas. En algún momento hacen “Dame un poquito de ti”, con Quique Neira de invitado, y entonces sale un sol veraniego y punzante. Ansiosos, los primeros en llegar a verlos, que son más que en las tres ediciones anteriores del festival, saltan y ajustan su look al cambio climático -que a más de alguno le pasó la cuenta (Lucybell y Joe Vasconcellos aparecieron abrigados).

Tocan “Natural”, que es uno de sus temas más conocidos, y el DJ Acres juega con los códigos del género: mezcla una tras otra, “Still D.R.E.” de Dr. Dre, “Jump around” de House of Pain e “Insane in the brain” de Cypress Hill. Y funciona. Atrapan a un buen número de indecisos, mientras el festival toma forma, y dejan sin la primera barra de energía a los adolescentes que esperan los shows del Arena. Nada es al azar. Después, ponen a cantar a Manuel, el hijo de seis años de uno de los integrantes, y adelantan uno de los temas de su próximo disco.

Fotos: Felipe Avendaño

Joe Vasconcellos: viejo y querido tío

Por Gonzalo Paredes

Hubo una época en este país –a finales de los noventa– en que En Vivo de Joe Vasconcellos estuvo en la mayoría de las discotecas de los hogares chilenos. Los miles de almuerzos y viajes de familias que crecieron escuchando este disco hoy claramente han dado frutos. “La Funa”, “Preemergencia”, “Mágico”, “Sed de gol”, son cantadas a coro por la multitud que ya repleta el Claro Stage antes de las 13 horas.

La banda de Joe suena impecable. Su setlist es inteligente. Niños, jóvenes, viejos, incluso gringos, bailan al ritmo chileno-brasileño que el autor de “Huellas” tiene preparado. Es precisamente con esta canción que el respetable comienza a cantar como si fuera un himno generacional. Al cierre del show suena otro himno, esta vez el himno concertacionista “Hijo del sol luminoso”. Malucha Pinto hubiese estado orgullosa con el fin del primer show del escenario que más tarde tendrá arriba a Café Tacvba.

Fotos: Felipe Avendaño

Prefiero Fernández: cuestión de actitud

Por Bastián García

Se dieron un festín con los singles que han cultivado con sus tres discos —como “Pestilente” o “Amor trapecio”—, algunos pasados hasta por MTV. Prefiero Fernández presenta una fórmula casi infalible de letras simples para corear y guitarras rocanroleras. Sonido rock de alma pop. Pero a su presentación en vivo le falta una pieza para ser realmente contundente, porque su vocalista no logra canalizar esa actitud atrevida que la banda merece.

Casi al final del show, agradecen a todo su staff y al resto de los músicos por el aguante, siendo su corista la más aplaudida por el público. Lanzan al aire decenas de stickers para mirones y fanáticos, que llegaron a la primera jornada de Lollapalooza directo a La Cúpula. Lanzan stickers, allí hay un problema.

Fotos: Felipe Zanca

Fat Pablo: no nací en Manchester

Por Alejandro Jofré

Poca gente para el hombre del colectivo Caja de ritmos. Concentración nivel guardias-que-piden-la-pulsera-en-la-entrada-del-Arena y suena la música. «Los que me conocen, me conocen por esto», dice Fat Pablo, promediando su show de beats gordos, y empieza una oleada de drum and bass. El porteño que dejó sus ramos en Manchester por dedicarse a pinchar discos, no despega la vista del Serato, detrás de unos audífonos gigantes y una calcomanía que dice Soul beats. Mueve un vinilo, gira unas perillas. Encima, a los costados, adelante: diez leds que estiran las posibilidades del rectángulo iluminan este ambiente futurista, que es más que un simple escenario, mientras temblamos por efecto de los bajos que sacuden todo.

Es música física. Vibrar, como un fenómeno clave del género. Vibrar, hasta la tolerancia del oído. Vibrar, vibrar, vibrar. En el Movistar Arena —el más tecnológico de todos los escenarios— siempre es de noche y es el único lugar donde nadie saca su celular para hacer fotos o videos de los conciertos. Si afuera todos cantan y graban la cámara del que está adelante, adentro se baila con el del lado.

Fotos: Gary Go

Santobando: deme el genérico

Por Matías de la Maza

Había muy pocas personas en el PlayStation Stage a las 12:45. Realmente pocas, tanto que, al momento de partir Santobando, los chilenos que abrían el escenario, no deben haber pasado de las 200. Y si bien el público se fue sumando durante los casi cuarenta minutos que duró el set de los nacionales, lo exhibido en el escenario estaba lejos de ser memorable. No, no era desagradable tampoco, pero simplemente, era un show de manual de reggae genérico. Hartas menciones al sistema neoliberal y a la libertad espiritual y poco dinamismo musical. Todo el set de la banda podría haber sido perfectamente una canción larga y nadie se habría dado cuenta.

La banda se mueve, trata de adornar con bailarinas su show y no se rinde en su intento de fiesta, pero simplemente no funciona. Los más prendidos del público son los que apenas menean la cabeza. El resto guarda un silencio respetuoso y aplaude entre canciones. Al final ocurre el único hecho realmente lamentable: el coordinador del escenario le dice a la banda que su show terminó, cuando faltan casi diez minutos para que realmente se cumpla el tiempo. El grupo intenta tocar una canción más pero les cortan el sonido. No habrá sido el mejor de los espectáculos, pero de todas formas no es manera de tratar a un artista.

Fotos: Felipe Zanca

Lucybell: otra para cantar

Por Mariano Tacchi

La fórmula es conocida, pero no por eso menos efectiva: la voz profunda, los rasgueos de cuerdas y una batería que sabe imponerse cuando debe. Eso es Lucybell, el grupo al que sus discos de estudio no le hacen justicia a sus presentaciones en vivo, en donde el público, literalmente, es parte de la vocalización. En su presentación —con la inclusión de Marcelo Muñoz, de la primera formación— se mandan puros temas conocidos, lo que la gente quiere cantar, más que escuchar: “Luces no bélicas”, “Caballos de histeria”, una impecable “Viajar” y el cierre infaltable de “Cuando respiro en tu boca”. Todo termina con la petición de la banda para aprobar el 20% de música local. Esto era difícil de evitar, la plataforma daba el pie para hacerlo.

Fotos: Felipe Avendaño

Nano Stern: Combo colectivo

Por Javier Correa

Le quedan bien a Nano Stern los grandes escenarios. Lo colectivo. Sus canciones adquieren una fuerza inusitada. Algo que debe hacer feliz al multi instrumentista: sus temas son coreadas por todos, sin importar la edad o posición social. Todos ellos llenan un PlayStation Stage vacío —literalmente— luego de Santobando.

Lo de Stern no es «folk» o lleva el mote mal puesto. Es el amor por el folclore que se funde, a ratos, con el rock más puro, pero también la aburrida fórmula canción-panfleto-canción-panfleto: el 20% de música chilena en las radios, Perú y Bolivia, los Yaganes.

Las más coreadas de su último disco La Cosecha (2013), “Ruperta” y “Carnavalito del ciempiés”, crecen mucho en lo colectivo. Stern parece estar en el momento preciso. Si en Lollapalooza prometió pegar un «combo en el hocico», el próximo golpe debería ser su paso a la masividad. Cierra con “El vino y el destino” en medio de una fiesta, con el rubio agradeciendo sin polera.

Fotos: Christian Yáñez

Café Tacvba: avanzar o morir

Por Cristóbal Bley

Hace veinte años apareció el Re (1994), un hito que a cualquier banda le habría costado superar. Pero Café Tacvba, entre pausas e idas y vueltas, consiguió sobrevivirlo con absoluta madurez, aferrándose a la reversión de grandes canciones presentes o pasadas (“Déjate caer”, “Amor divino”) o con composiciones mucho más sinceras y directas (“Eres”, “Volver a comenzar”). La vejez no ha aumentado los caprichos del grupo, que a pesar de tener un álbum relativamente nuevo (El objeto antes llamado disco, 2012) y otro poco explotado (Si no, 2007), su setlist, como tiene que ser en un festival familiar, va directo a lo directo. La gente responde, porque “Las flores” y “La ingrata” descansan en el inconsciente festivo de la mayoría, pero apenas cae un tema que exuda novedad o diferencia, gran parte del público —de déficit atencional masivo— los deja atrás sin culpa alguna. Son las reglas de este juego llamado festival.

Por suerte, Café Tacvba no tiene que demostrarle nada a nadie. Avanzar o morir, ese ha sido su lema, y aunque hay grupos muertos que siguen gozando de relevancia y popularidad (RHCP, Soundgarden), la vida que proyectaron los mexicanos en el escenario es contundente, como la fila que espera subirse a la rueda de la marca de telefonía, un poco más allá.

Fotos: Felipe Avendaño

Lance Herbstrong: tono de espera

Por Bastián García

No tiene principio, no tiene final, tampoco clímax. No tiene nada. Tan monótono como música de espera de llamada telefónica desagradable, los beats del trío electrónico Lance Herbstrong se repiten hasta el cansancio. Podría estar sonando la radio o una canción interminable desde un pendrive y tendría el mismo resultado: el público solo pendiente del público, que no se inmutan siquiera con los riffs de guitarra innecesarios, considerando la propuesta, de un ex Porno For Pyros como Peter DiStefano.

En su sitio web postulan que su biografía es degradable. Pues todo el resto no, porque el aburrimiento resulta contaminante.

Fotos: Marcelo Hernández

Flume: humano después de todo

Por Matías de la Maza

A los 15 minutos un percance bien podría haber sido un desastre. A Harley Streten, el joven australiano más conocido como Flume, se le apagaron los equipos. Durante un par de minutos el público expectante mira al DJ en el LG Stage tratar de reactivar una fiesta que no alcanzaba a comenzar. Pero llega el “We’re back on” y el músico se lanza de nuevo con sus mezclas de sonoridad dubstep y muy concentrada en el beat, casi como si se tratara de hip hop. Y funciona. La música de Flume mezclada con las visuales que lo acompañan logra atrapar al público del Movistar Arena, que en ese minuto tenía sólo tres cuartos de su cancha llena dejando bastante espacio para moverse.

Lo más interesante del set del australiano, es que a pesar de ser un escenario donde el hacer bailar es lo más importante, la gente no deja de mirarlo a él. Efectivamente atrae un interés visual por verlo en persona, moviendo las perillas. Todo el baile y los movimientos coordinados de brazos van dirigidos hacia él. Por supuesto, se da el tiempo de agradecer el recibimiento por su primera visita al país. Como regalo se lanza con un remix de “Tennis Court” de Lorde. Un show correcto, que los más fanáticos de la electrónica habrán sabido apreciar en su totalidad. Para el resto, de todas maneras fue una buena manera de pasar el tiempo.

Fotos: Marcelo Hernández

Cage The Elephant: ahora sí

Por Javier Correa

Sin los problemas de sonido de su primera visita, Cage The Elephant vuelve a Lollapalooza Chile a saldar una deuda inesperada. Matt Schultz y su gente regresan con la misma energía y rapidez, aunque dosificando mejor para no afectar el show. El setlist de los de Kentucky mezcla muy bien sus dos primeras placas con su reciente Melophobia (2013). Y son una patada en el hocico: “Spiderhead”, “In One Ear” y “Aberdeen” suenan gigantes en el inicio. Y eso se agradece a las 16 horas.

La nueva actitud de la banda se entiende también por Melophobia, más maduro y trabajado que sus antecesores. Por eso, pueden convivir himnos emotivos como “Cigarette Daydreams” y “Shake me down”, con el final explosivo de “Sabertooth Tiger”, con Schultz a torso desnudo. Lanzándose una y otra vez al público. La deuda ya no existe. Vuelvan pronto.

Fotos: Felipe Avendaño

Capital Cities: hipster boy band

Por Pablo Donoso

A pesar de que oficialmente es un dúo, la conformación en vivo de Capital Cities es lo más cercano a una boy band. De potente interacción con el público y bien tenida estética hipster, el grupo liderado por Ryan Merchant y Sebu Simonian hace bailar, actuar y cantar a la joven audiencia reunida para el deleite. La atención del público se mantiene hasta el fin de “Safe and Sound” —su single más querido—, momento en que se emprende un éxodo masivo hacia los otros puntos del festival. Vale la pena poner énfasis en un nombre: Spencer Ludwig. Él es el amigo de la trompeta. Ludwig tiene 23 años y se inició en el instrumento a los 17. Estudió jazz y tiene un par de proyectos que van más allá de Capital Cities, la banda favorita de Pérez Hilton.

Fotos: Christian Yáñez

Imagine Dragons: rock selfie

Por Javier Correa

El cielo está azul y lo cruza un grupo de nubes que parecen estrías, de fondo, Imagine Dragons abre con “Fallen”. Rock buena onda, meloso, aunque también energético. Una versión un poco más pesada y zorrona de The Killers. Algunas letras que en boca de Ricardo Arjona sonarían impresentables: «Si amas a alguien, será mejor que se lo digas rápido». Territorio de púberes que ensayan su mejor selfie.

“I’ts Time”, la emotiva “Demons” y “Amsterdam” confirman que lo de Imagine Dragons son los grandes estadios y la energía colectiva. Puños arriba, saltos y gritos. “On Top of The World” es especialmente emotiva: El vocalista Dan Reynolds le dedica la canción a María Paz, una chica chilena que soñaba con verlos en Lollapalooza pero murió en un accidente automovilístico hace un mes. Todo termina con “Song 2” de Blur y “Radioactive”, el gran hit de Night Visions (2013).

Fotos: Felipe Avendaño

Baauer: un terrorista

Por Gonzalo Paredes

Llama la atención que en todos los temas de Bauuer quepa perfectamente la frase «Do the Harlem Shake». Y es que lo de Harry Bauer Rodríguez es tan monótono y predecible que es fácil pensar que en cada canción saldrá una voz diciendo: «Con los terroristas».

El creador de “Harlem Shake”, uno de los fenómenos de Internet más odiados de los últimos años –después de “Adiós tía Patty, adiós tía Lela”– mezcla hip hop, ritmos latinos y otras bases pero todo se hace denso. Las pantallas que acompañan el escenario proyectan calaveras, casas quemándose, colores y ojos de gato que se mueven con las mezclas del dj norteamericano.

Cuando quedan casi 2 minutos de show, por fin suena la frase que todos estaban esperando: «con los terroristas». Las niñas caminan por los pasillos del Movistar Arena corren, la gente en cancha levanta sus manos hacia el techo y unos rubios y gorditos adolescentes que bailan desatados, entran en trance, mientras su padre inmortaliza el momento con fotografías de las que años más tarde se sentirán avergonzados.

Fotos: Gary Go

Nação Zumbi: una estirpe en resistencia

Por Daniel Hidalgo

Por su falta de iluminación, cuesta mucho abrirse paso por la Cúpula, cuando el show ya ha iniciado. Más ahora que una considerable audiencia ha concurrido para ver a los brasileros Nação Zumbi, uno de los emblemas del rock noventero de dicho país. Con dos sendos bombos que acrecientan la percusión de sus melodías que se pasean por la samba, el funk, el reggae, el post punk y el hard core, la banda muestra una potencia que ya se extrañaba en esta versión del festival.

Junto a músicos de excelencia, Jorge dü Peixe, el virtuoso vocalista que reemplazó a su original y fallecido Chico Science, chorrea actitud, haciéndolos parte de una estirpe que los hermana con Living Colour o Infectious Groove, rock duro y fusión negra, pero con una fuerte inclinación a las raíces. Los concurrentes disfrutan el repaso por su carrera discográfica bailando una particular mezcla entre el headbanger y la samba.

Fotos: Christian Yáñez

Jake Bugg: pequeña maravilla

Por Mariano Tacchi

Al británico lo vinieron a ver dos tipos de personas: fans acérrimos y los que escucharon que le fue bien en su sideshow (sorprendentemente, todos mucho mayores que Bugg). El resultado entre todos es el mismo: sorpresa. Talento, seriedad (quizás mucha) y profesionalismo. El joven que comparte las mismas iniciales de Justin Bieber hace gala de su estilo británico-country-folk-Dylan y no falla. Por el contrario, se levanta como uno de los mejores números de esta edición del festival. Suelta, entre la nube de polvo del Playstation Stage, el éxito más conocido que tiene, “Lighting Bolt”; la potente “Trouble Town”; y el nuevo corto del disco “Shangri La”: “A Song About Love”. Qué gusto es toparse con tipos como este, que a pesar de tener una raíz británica muy marcada, agarra un registro diferente, se apropia de él y crea algo totalmente novedoso.

Fotos: Christian Yáñez

31 Minutos: cancionero transversal

Por Cristóbal Bley

Para sobrevivir, el rock ha tomado el camino de la mansedad. La evidencia más clara está en los niños, estandartes hoy —con sus poleras, pulseras y gorros— de esta rebeldía de museo, infantilizada quizá a su extremo en Kidzapalooza. La mayoría de los niños que llenan el show de 31 Minutos visten prendas de Red Hot Chili Peppers. Los padres, por su parte, ríen los chistes y cantan las canciones, provocándose así, quizá, uno de los momentos más adultos del día.

El espíritu de colectividad que 31 Minutos consigue convocar parece ser el secreto de su éxito. Cuesta encontrar, si es que no existe, otro artista que acumule un cancionero tan amplio y tan popular como el generado por Díaz, Peirano y sus secuaces. Transversalidad completa, que va desde el chico más chico hasta el joven más descreído. Todos las cantan y todos las reciben con el mayor de los entusiasmos, sin poses ni artificios. Radio Guaripolo es un espectáculo elegante y exigente. La escenografía parece hecha en Disney, sin ningún detalle al azar, y la disposición de actores, músicos y muñecos fluye con la gracia de un arroyo. Dentro de la completa genialidad que es 31 Minutos, el punto más alto fue la versión ralentizada de “Nunca me he sacado un siete”, transformada en una balada escolar antirepresión.

Fotos: Rayén Luna

Upa!: Los recuerdos

Por Bastián García

Pegado a la reja, un tipo con polera negra y sus primeras canas en las patillas observa atentamente los movimientos de Pablo Ugarte y Mario Planet. De cuando en cuando, su mirada se pierde al imaginar toda su juventud, de esos tiempos difíciles y oscuros, musicalizada por los porteños.

Son los amores, la pena, la rabia, el desamor. Como estar mirando una postal, una fotografía desteñida por los años, pero que al sacarla del álbum toma cada vez más sentido. Porque así funciona Upa!, como un relato constante de ese pasado que a todos les gustaría revivir por un momento. Son los que esperaron a que ella volviera, son las que lloraron desgarradas en una esquina. Y no es solo el tipo de polera negra, son cientos dentro de La Cúpula. Son parte de los recuerdos de una generación. Ahí está el mérito.

Fotos: Christian Yáñez

Ellie Goulding: pop lais

Por Matías de la Maza

La reina del pop ABC1 es uno de los shows de mayor convocatoria de lo que va de jornada. Su presentación provoca una acumulación enorme de pelolais frente al Coca Cola Stage. Aunque, obviando la demografía de su público durante un rato, Goulding tiene muchos puntos a su favor. Su talento vocal es innegable, además de demostrar una gran habilidad para construir un setlist que mantiene la energía. El comienzo con “Figure 8” es un estallido perfecto para cualquier inicio de concierto. La inglesa despachó hits seguidos como “Anything Could Happen”, “I Need Your Love” y “Lights”, logrando un clímax musical con maestría. Y por último, pero no menos importante, Goulding está muy, pero MUY rica. Ridículamente rica, sus caderas deberían ser patrimonio de la humanidad. Eso no es menor, ya que equilibra la tonelada de minas en la audiencia con hombres hipnotizados por su figura.

Ahora, retomando el punto, el show de Goulding tuvo como gran kriptonita el hecho de haber sacado al peor cliché del público de Lollapalooza: La mina cuica que va más a carretear que a escuchar música. Una imagen recurrente era toparse con mujeres que venían entre curadas y voladas del VIP gritando con cada tema y chocando a todos a su alrededor. Detalles que empañaron la presentación, y que probablemente Goulding nunca pueda separarse de ellos. Las lais eligieron a su reina.

Fotos: Felipe Avendaño

Wolfgang Gartner: plano, parásito, fome

Por Alejandro Jofré

Baauer entrega el escenario del Arena con su viral “Harlem shake” y el estadounidense Wolfgang Gartner recibe la posta con un insoportable «ua ua, ua ua». Llega mucha más gente a bailar, entre sirenas y balizas de un house que comparte raíz con Deadmau5 y Skrillex. Se sabe: entre los tres se han remixado y en vivo destruyen, comprimen y amplifican sus propias canciones —por ahí “Ménage à Trois”, “Forever”. Los tres, también, han tocado en este escenario que ahora proyecta geometrías imposibles con una mezcla de “Another brick in the wall” de Pink Floyd. Gartner, que no ocupa computador y que debe ser el más débil y desconocido de los tres, pincha en algún momento “Da funk” de Daft Punk, una banda que no ha pisado Lollapalooza Chile, pero que también sonó envasada al inicio del show de Lorde (“Doin’ it right”), en el sideshow de Casablancas (“Instant crush”) y en el duelo Perry Etty vs. Joachim Garraud (“Harder, Better, Faster, Stronger”). Plano, parásito, fome.

AFI: besos y tocaciones

Por Gonzalo Paredes

Mientras suena la primera canción de AFI –abreviación de A Fire Inside– decenas de personas se cuelan increíblemente por una de las mallas protectoras del Parque O’Higgins, que ha sido completamente derribada por cientos que desde hace horas se encontraban esperando el momento de encontrar la avivada. Carabineros y seguridad se ven sobrepasados y los colados pasan a ser parte de la fanaticada de los de California, que parece toda una barra brava. Pero brava como podría ser también la fanaticada de The Killers o 30 Seconds to Mars. Y es que la relación entre Davey Havok, vocalista, y su público es extraña, a ratos un poco emo. Havok baja del escenario para cantar con quienes lo idolatran. Hay besos y tocaciones masculinas. Lo aman, cantan con él y lo persiguen con su mirada. Hay conexión inmediata entre los fanáticos y la banda que por primera vez se presenta en Chile. Por su parte, Hunter Burgan, el bajista, podría ganar un record Guiness al músico que más vueltas da con su instrumento en un solo show. Porque si usted creía que Flea de RHCP era un show en vivo, usted aún no ha visto a Burgan tocar su bajo. Para terminar uno de los últimos clásicos de AFI: Miss Murder. Los que aún quedan en el Playstation Stage cantan a coro, otros comienzan ya a caminar para los últimos treinta minutos de Phoenix o solo para guardar espacio en el que será el primer gran show de la noche, Nine inch nails.

Fotos: Christian Yáñez

Onda Vaga: menos vagos

Por Daniel Hidalgo

Onda Vaga viene de la amalgama de dos interesantes proyectos musicales bonaerenses: Doris y Michael Mike, quienes se juntaron con la idea de tocar en bares playeros de Uruguay, un verano en la más hippie, y harto de eso conservan. Con un puñado de buenas canciones que coquetean con el folklore y la murga, con el candombe y la cumbia, en la Cúpula del Parque O’Higgins se encontraron con una audiencia bastante generosa y ansiosa de baile que, lamentablemente, se quedó con gusto a poco.

Porque sí, el sonido pausado, armónico, que bebe de cierta tradición rioplatense, a punta de guitarras acústicas, cajón peruano y aderezado con bronces, además de una actitud tibia, no distó mucho de la de cualquier banda de playa, músicos del metro o de peña universitaria, sumándole la pasividad de sus temas que, al beber de ritmos folklóricos y latinos, parecían que iban a estallar en baile y fiesta, pero no, quedaban siempre como una promesa que solo se rompió medianamente con su final, el hit de youtube, “Mambeando”.

Fotos: Christian Yáñez

Phoenix: cuéntame una historia original

Por Mariano Tacchi

El nuevo disco de los franceses “Bankrupt!” tiene un par de temas buenos, otros pasables y el resto olvidables. Sin embargo, su trabajo anterior, “Wolfgang Amadeus Phoenix” es una metralleta casi maestra de singles. Y eso fue lo que más se mostró acá: singles. Uno tras otro hasta acabarse (incluyendo “Too Young” de Lost in Translation, las archi conocidas “1901” y “Lasso”) y repetir la última parte de “Entertainment”, canción con la que abrieron. Buena presentación, eso es indudable, pero demasiado clínica, muy estudiada, sin mayores sorpresas. Tibio, tibio.

Fotos: Felipe Avendaño

The Bloody Beetroots: hijos de padres aburridos

Por Cristóbal Bley

Como uno siempre ha sido joven, al menos hasta ahora, cuesta enfrentar los usos y abusos de la nueva juventud sin un juicio moral de sospecha. Hace 10 años, el rock todavía movía las entrañas adolescentes de mi generación, contagiando transgresión y haciendo enojar a padres y profesores. Pero las cosas cambian, ya no llueve tanto como antes, la pornografía es gratis y vivimos en democracia. La electrónica es la nueva flauta de Hamelin, y siguiendo sus beats llegan los chiquillos, lampiños, flacos, fértiles, fuertes, ansiosos, insaciables.

Así lo ha entendido la producción de Lollapalooza, que sin la parafernalia que traen los rockeros del 90, convocó a grandes djs de la nueva ola de la electrónica, esa que toma la posta del dubstep y la lleva a nuevos niveles de demencia, pasando por la exageración del screamo hasta la fineza del electro-house. Con las diferencias que pueda tener cada uno, pero siempre en torno al Movistar Arena, el objetivo fue el mismo: demolerlo todo.

The Bloody Beetroots, el proyecto del italiano Sir Bob Cornelius Rifo, que en vivo está acompañado de Edward Grinch (batería) y Battle (sintes), seguramente fue uno de los exponentes más claros de esta tendencia. Es una propuesta que vista de lejos parece carecer de sentido. A una canción rápida, a ritmo de heavy metal, le seguía un coro melódico, bien de house, a veces acompañado de un piano prestado por Elton John. Da la impresión de que nada consigue unir una cosa con la otra. No se ve un hilo que las junte, aunque lo más probable es que ese hilo no exista y que ahí se esconda su éxito. Porque el furor es absoluto. Las mujercitas se sacan sus poleras, que ya eran diminutas, y los mozalbetes ensayan un pogo inofensivo. Lo que suena parece estar vaciado de contenido, nada que decir más que unos garabatos gritados en inglés. El resto es romper por romper, divertirse sin medir consecuencias, creerse malos siendo buenos, hijos de padres aburridos que saltan por el mundo en busca de tatuajes nuevos y drogas extrañas. Un presente intenso que pasa peligrosamente desapercibido.

Nine Inch Nails: la genialidad

Por Pablo Donoso

En su segunda visita a Chile, el grupo encabezado por Trent Reznor se entregó a su historia. Dedicación, genialidad y pasión; conceptos reflejados en un show que muestra el punto perfecto de madurez en la carrera del artista. Sobrio en la cantidad de músicos que lo acompañaron en esta presentación, la propuesta de Reznor reafirma su potencia y magia, consagrándolo con éxito en su posición como director de orquesta, junto a un setlist de la mano con un público ya conocido, incluso elogiado por parte del grupo. Las canciones interpretadas por Reznor y su banda se salieron, en gran parte, de la lista de los singles ya conocidos. La presencia de todas las eras de Nine Inch Nails se hizo parte con la reinterpretación de sus canciones, transformando pistas como “Sanctified”, parte de Pretty Hate Machine –su primer disco–, en una pieza que suena como si hubiese sido recién compuesta.

Presentación redonda, hilada con cuidado y sin espacio para el error. Luces no aptas para epilépticos, además de la ya detallada profundidad musical y emocional marcaron una visita que desde ya debería repetirse.

Fotos: Felipe Avendaño

Zedd: oídos necios

Por Pablo Donoso

Anton Zaslavski, el dj ruso mejor conocido como Zedd, se presenta en un escenario perfecto para el género, el Movistar Arena, logrando su momento más alto con “Clarity”, el más importante hit que hasta el momento ostenta, una canción poseedora de más de 60 millones de visitas en Youtube, y es que con apenas 24 años, Zedd aún tiene mucho carrete por delante, en una escena que desde su aparición se encuentra en alza.

La nota baja del show: el volumen. Muy cercano a ser responsable del trauma acústico masivo, los niveles del sonido sobrepasaron lo que, seguramente, la OMS recomienda. Y es un asunto con el que se puede teorizar, ya sea por una más discreta asistencia de público para amortiguar las ondas sonoras o un perilleo indecente, el tema asociado a los decibeles fue un desagrado que costó, por un par de horas, olvidar.

Fotos: Gary Go

RHCP: historia por fragmentos

Por Daniel Hidalgo

Si no es el mejor bajista que el rock haya visto, al menos es el más carismático. Con ese plus, el concierto más esperado por los asistentes al festival, ya tenía un gancho asegurado, si le sumamos que es su quinta presentación en nuestro país, tenemos un número imbatible. Y es que Flea, acompañado por el rompebaquetas Chad Smith, un menos pintamonos y más abrigado que de costumbre Anthony Kiedis y la más reciente adquisición, Josh Klinghoffer, cubriendo el abismo que dejó John Frusciante, en la guitarra, son sobrevivientes. Con un show enfocado en sus fans más recientes y cargado de los hits radiales que han instalado en los últimos 15 años, los californianos, pese a las arrugas y las canas, mantienen la energía y el histrionismo musical de su época gloriosa, ofreciendo un show con creces superior al de su última visita del 2011. La están pasando bien, Klinghoffer ha dejado de emular a su antecesor para aportar nuevos adoquines sonoros a la banda, haciendo renacer una vez más.

Con más de 30 años de carrera, los Peppers se reinventan disco a disco, con mayor o menor repercusión, lo demuestran sus constantes jams en este show, como si buscaran un sonido en especial, y se dan lujos polémicos, como anular parte importante de su discografía y de igual forma llenar la hora y cuarentaicinco minutos de presentación.

Fotos: Felipe Avendaño

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Lollapalooza Chile 2014: sábado

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