Los fósiles del futuro

por · Octubre de 2021

¿Cómo será recordada la humanidad, nosotros, en el futuro?, ¿qué historia contarán los rastros que dejaremos? Dejaremos sobre todo plástico, hormigón, vidrio y acero, incluso residuos nucleares. Esta posible historia de destrucción la cuenta David Farrier en Huellas (Crítica), pero el libro también encierra la posibilidad de cambio: que nuestro paso por el planeta pueda ser uno de mayores cuidados y el intento de cambiar el curso de las cosas.

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Por Nora Castle
Traducción: Patricio Tapia
 

“El lenguaje es poesía fósil”. En su libro Landmarks, Robert Macfarlane anota esta afirmación de Ralph Waldo Emerson, explicando que “Emerson, como ensayista, trató de revertir esta petrificación y de restaurar el ‘origen poético’ de las palabras, revelando así el papel originario de la ‘naturaleza’ en el lenguaje”. El poeta, según Emerson, “vuelve a unir las cosas a la naturaleza y al Todo” nombrándolas en su poesía. Al iluminar y revitalizar los orígenes de las palabras, el poeta restablece una conexión con la naturaleza que se está perdiendo de la vida moderna.

Por contraste, David Farrier, en su libro Huellas, aporta una sensibilidad poética que no se centra en la iluminación de etimologías perdidas, sino más bien en aquello que puede convertirse en los jeroglíficos del futuro. Él vuelve a unir la “naturaleza” a las cosas, señalando las consecuencias ecológicas y materiales de la cultura humana y la sociedad. El lenguaje de Huellas, más que poesía fósil, es la poesía de los (futuros) fósiles.

Profesor de literatura y medio ambiente en la Universidad de Edimburgo, Farrier ha escrito una narración de amplio alcance, que abarca continentes e incorpora temas desde lo microbiano hasta lo cósmico. Huellas, que a menudo se lee como ficción literaria —las islas británicas, a través del proceso de elevación isostática, han estado “recuperando su forma, como una almohada que se liberase del peso de la cabeza que la ha presionado” y la cubierta del Queensferry Crossing “sube y baja como la armoniosa curva del cuello de un arpa”— es el intento de Farrier de descubrir “cómo seremos recordados en un futuro muy profundo”. Es también un ejercicio en la poética del Antropoceno. De hecho, su libro anterior, un volumen más académico que comparte cierta superposición temática y analítica con éste, se titulaba.  A diferencia de Anthopocene Poetics, sin embargo, Huellas no se centra en la poesía como categoría literaria. Más bien, es un reconocimiento de la composición y estructura de la época social y geológica actual y su legado futuro, como ella se verá a través del registro fósil. La poesía hace una aparición ocasional, junto con referencias a novelas, obras de arte y fotografía, mientras Farrier entrelaza su formación en humanidades en esta obra de escritura científica imaginativa.

Los capítulos de Huellas avanzan temáticamente, explorando carreteras, ciudades, plástico, núcleos de hielo, arrecifes de coral, desechos nucleares, floraciones de medusas, zonas oceánicas muertas, y microbios. Cada capítulo es autónomo, aunque sus títulos a veces no revelan lo suficiente como para guiar al lector en la búsqueda de un tema específico. Esto quizás tenga un propósito, ya que la estructura temática más flexible le permite a Farrier, por ejemplo, articular un capítulo que gira alrededor de océanos acidificantes y extinciones masivas con la visión de Virginia Woolf de un eclipse solar. El libro, que invoca el espectro de la “huella de carbono” en su negociación de la temporalidad (“Nuestra huella de carbono es una señal que indica cuánto nos importan (o no) las consecuencias de nuestras acciones. […] Pero la sugerencia de que una huella es efímera, una impresión temporal que en poco tiempo será borrada por el viento o la lluvia, enmascara la realidad de que nuestras marcas perdurarán durante mucho tiempo”), comienza y termina con huellas literales. Se abre con las huellas de Happisburgh, un conjunto de impresiones fosilizadas hechas hace unos 850.000 años por los primeros humanos llamados Homo antecesor; estas impresiones nos permiten echar un vistazo al pasado antiguo, “nos cuentan historias sobre cómo vivían en esa época”. Termina con un viaje de campo que Farrier realiza con sus estudiantes a una playa en Dunbar, donde, como se anota en las líneas finales del libro, sus “pasos no dejaban huella alguna sobre la playa de guijarros”. El compromiso implícito de Huellas con el tiempo profundo se intercala con fenómenos más efímeros (por ejemplo, obras artísticas o reflexiones personales), al igual que las huellas fosilizadas se contrastan con la marea menguante en la playa de guijarros sin huellas. El juego entre lo duradero y lo fugaz, lo literal y lo metafórico, es un sello distintivo del libro, que entremezcla géneros y campos académicos de una manera que epitomiza la idea de que todo está interconectado, lo que Timothy Morton llama “el pensamiento ecológico”.

A pesar de su inclinación literaria, no hay escasez de hechos científicos en este libro, que presenta compromiso y encuentros con un gran número de científicos. Además de citar el trabajo de estos expertos, Farrier también visita instituciones de todo el mundo, desde el Instituto de Estudios Marinos y Antárticos en Battery Point, Australia, o la Planta Piloto para el Aislamiento de Residuos ubicada cerca de Carlsbad, Nuevo México, hasta la Estación de Investigación del Báltico de la Universidad de Estocolmo, mientras relata sus viajes a través de una mezcla de narrativa de viajes, lectura atenta y exposición científica. Si bien la mayoría de estos lugares se encuentran en el norte global, Farrier también visita Shanghái e incorpora obras como La carretera hambrienta del novelista nigeriano Ben Okri, así como historias y topónimos de los gungganyji y los yidindji (aborígenes australianos). Su punto de vista único permite la vivacidad de capítulos como “El momento bajo el momento”. El capítulo comienza con el Parque Nacional Kakadu en el Territorio del Norte de Australia. Se abre paso a través de una visita (al exterior de) la mina de uranio Ranger en lo que Farrier explica que se conoce como “Sickness Country”, deteniéndose en el camino para contar historias de origen aborigen jawoyn, una anécdota sobre las pinturas rupestres de los mirrar gudjeihmi, y una explicación científica de la desintegración del uranio y su efecto en el cuerpo humano. Luego, el capítulo pasa a discutir las bombas atómicas, incluida la detonación de “Bravo” sobre el atolón Bikini en 1954 y su efecto de pesadilla en la población cercana de Rongelap. Cada paso narrativo está envuelto en un torbellino de hechos históricos y científicos (años de futura inhabitabilidad, número de casos de cáncer, etc.) y referencias culturales. Una discusión sobre Chernóbil va acompañada de gestos de saludo a lo “ominoso nuclear” de Joseph Masco y a la historia oral de Svetlana Alexievich, Voces de Chérnobil. La poeta de las Islas Marshall Kathy Jetñil-Kijiner hace una aparición justo antes de una discusión sobre el Edipo Rey de Sófocles. De esta manera, la escritura de Farrier refleja una opción política e importante de elevar a los autores y artistas menos conocidos y colocarlos al mismo nivel que los escritores de textos canónicos.

Todo esto es antes de que lleguemos al meollo del capítulo, las visitas de Farrier a la Planta Piloto para el Aislamiento de Residuos en Nuevo México y la de Onkalo de Finlandia, un depósito de combustible nuclear gastado. Junto a las descripciones de cómo exactamente estas instituciones planean almacenar y salvaguardar los desechos nucleares que están encargados de asegurar, incluye una fascinante discusión sobre la “semiótica nuclear” y el problema de comunicarse con las generaciones futuras quienes sin duda hablarán un lenguaje diferente (literal y figurativo) que nosotros. Mientras que la Planta Piloto para el Aislamiento de Residuos está trabajando en “reconvertir el lugar para que transmitiese una sensación de temor que se percibiera tanto con la mente como con todos los sentidos”, a través del desarrollo de una mitología en torno al sitio, incluida la ingeniería medioambiental y mensajes escritos, Onkalo ha optado por un sitio sin marcar para que “caiga en el olvido”. Estos enfoques dispares plantean la cuestión, central para el libro en general, de cómo queremos ser recordados por las generaciones futuras y de las responsabilidades con que debemos encomendar a esas generaciones.

De vez en cuando, la sensibilidad literaria de Farrier le resta a su narrativa general, como con la viñeta del viaje de la botella de plástico al final de “La botella como héroe”. Esta sección se aleja demasiado del pilar del hecho histórico y geológico que da el entretejido de lo literario y lo científico su fundamento. Otro tema es el formato de la bibliografía, organizada por capítulos en una mancha parecida a una medusa, con un estilo de párrafo continuo en lugar de saltos de línea después de cada entrada. Las referencias son siempre un tema espinoso para este tipo de libros creativos de no ficción, pero la imposibilidad de hacer referencias cruzadas efectivas entre fuentes y las afirmaciones es problemática.

Estas, sin embargo, son objeciones menores. Huellas es una verdadera cornucopia de información científica, literaria y antropológica escrita para un público intelectualmente curioso, pero no experto. El estilo anecdótico y atractivo de Farrier lo convierte en una lectura placentera, incluso cuando el libro está lleno de información. Su libro es una exhortación a “examinar nuestro presente, y a nosotros mismos, con la estremecedora luz que procede del futuro que se abalanza sobre nosotros a toda prisa”. A través de su examen de los fósiles del futuro, Farrier ilumina verdades sobre el presente, demostrando las consecuencias materiales y geológicas de la civilización humana y la sociedad, a la sombra del (antropogénico) cambio climático. Y con su suposición de que habrá generaciones futuras para descubrir nuestro registro fósil, arroja una “estremecedora luz” de esperanza sobre lo que de otro modo podría ser un texto oscuro y deprimente. Siguiendo la tradición del ecocriticismo, aunque dirigido a una audiencia menos académica, Huellas se erige como un ejercicio de lo que las humanidades pueden aportar a los estudios sobre el cambio climático. Como explica Farrier: “Es un relato sobre aquello que sobrevivirá de nosotros, y para eso necesitamos tanto a los poetas como a los paleontólogos. Gracias a la ficción podemos ver el mundo como es y cómo podría ser; el arte nos puede ayudar a imaginar lo cerca que estamos del futuro extraordinariamente distante”.

Este artículo apareció en la revista “Review 31”. Se traduce con autorización de su autora.
Los fósiles del futuro

Sobre el autor:

PANIKO.cl (@paniko)

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