Luis Valenzuela Prado: camiones y rancheras

por · Diciembre de 2013

Revisamos la novela Operación Betulio: carreteras y sus aventuras de idas y venidas.

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Fresno, el protagonista, personaje principal o narrador o voz o espíritu o cómo guste llamársele de Operación Betulio —la última publicación de Luis Valenzuela Prado, Calabaza del Diablo—, tiene sueño. Parece un detalle pero en realidad es lo que moldea la novela completa, cierta filosofía en vigilia, cierta política trasnochada, cierta ideología sonámbula. Fresno cabecea, bosteza, se duerme —y no sueña— para despertar de golpe tras unos segundos, en esta jornada que termina siendo la arquitectura de la historia: Fresno está en un camión lento cuyo plan es salir desde Santiago con destino al norte («Santiago, Los Vilos, La Serena, Vallenar, Copiapó, Chañaral, Antofagasta, Tarija») con un plan definido: rescatar a Betulio, o raptarlo más bien, convencerlo de que no se quede en Bolivia, traerlo de vuelta, boicotear su propio plan o su traición, que no busque su identidad, que se deje de tonteras.

En el camión Fresno no está solo, lo acompañan Julia, una socióloga de un humor igual de tedioso que el suyo y con quién ha pactado, o más bien aceptado, no tener ningún tipo de tensión sexual («Ya, huevoncito, te lo dejo clarito, nada de insinuaciones ni miradas babosas. Sin rollos entremedio. De lejitos no más. De lejitos. ¿Está bien?»), y está además Maturana, el camionero. Un especial personaje que termina convirtiéndose en el motivo de estudio de Fresno. Un ser tan extraño como entrañable. Amante del silencio, de la carretera y de las rancheras.

Por momentos, Operación Betulio es una novela sobre carreteras, sobre la Panamericana Norte, sobre las autopistas concesionadas, sobre viajes, sobre esa reinvención posmoderna de las aventuras de idas y venidas. Road Movies. Road Histories. Y en ese trans-curso de fondo siempre suenan rancheras, a mal sintonizar o mal grabadas en la radio de Maturana («una ranchera monótona», «una ranchera nostálgica», «una ranchera cachera», «una ranchera sobre un crimen pasional», «una ranchera triste y patética», «una ranchera con balazos de fondos», se indica al principio de ciertos párrafos).

Así, los tres personajes de este camión, de esta historia, transitan en una zona en donde solo existen rancheras, y resulta muy interesante porque el lenguaje de la provincia de Chile es una ranchera, de norte a sur, y no solo de la provincia de Chile, sino que de las provincias de Latinoamérica unida, o separada, o concesionada, da lo mismo. En ellas confluyen la tragedia de esos espacios en donde si no se contaran en compases de rancheras, nadie sabría nada de lo que pasa. Los amores y desamores de un pueblo, sus sueños y sus tragedias. La idea de la radio mal sintonizada, o silenciosa, o de canciones mal grabadas, nutren la narración de Operación Betulio, compuesta de ese lenguaje, de voces que aparecen, que no se oyen bien, que adornan el silencio, que lo borran.

Pensada como la segunda parte de Jueves (2009) y como parte de una tetralogía que recibe el nombre de “La Celebración”, Operación Betulio resalta por la destreza de hacer de un estado somnoliento algo dinámico y divertido, lleno de reflexiones frente a las cosas más banales, de apuntes sobre el cabecear, sobre soñar y no soñar, de un espacio de autoconocimiento, de una política del tuto («los sueños no son más raros que la vida real»), y de las observaciones del devenir propio de la carretera, lleno de momentos de mucho humor que no es humor blanco ni negro sino humor tedioso, aderezado de una narración prolija y diálogos siempre mordaces.

Operación Betulio
Luis Valenzuela Prado
La Calabaza del Diablo, 2013

Luis Valenzuela Prado: camiones y rancheras

Sobre el autor:

Daniel Hidalgo (@dan_hidalgo). Publicó los libros Barrio Miseria 221 (2009) y Canciones punk para señoritas autodestructivas (2011).

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