La serie es la cara más honesta y soterrada del sueño americano, ese donde hay que arrasar, depravar y destruir todo a tu paso para validar la propia masculinidad.
Vive en una mentira, también se las vende a sus clientes y asume las propias como una realidad. Ese es el grado de enajenación en el que durante siete temporadas se ha movido Donald “Don” Draper (Jon Hamm), originalmente nacido con el nombre de Dick Withman. Un hombre al que cada vez le cuesta más replegar sus fracturas emocionales, han sido demasiados los cócteles de bourbon y old fashion, los ceniceros atiborrados de colillas de Lucky Strike, múltiples las amantes y consigo el sexo sin precaución varios años antes de los albores del VIH. Porque en esta ficción original de AMC y transmitida para América Latina por HBO, todo tiempo pasado definitivamente fue peor.
Poco importa en Mad Men la memorabilia, los detalles vintage y las efemérides propias de una serie de época. Aquí todo lo trascendental siempre ha estado en los subterráneos personales de este grupo de hombres y mujeres que bien conocen la trillada sentencia de «sangre, sudor y lágrimas». Aquí no es extraño encerrarse a llorar en los baños de la oficina, bajarse una botella de vodka antes de las doce del día y tragar aspirinas como si fueran mentas. Tampoco está presente esa evocación romántica por el pasado, porque no hay nada que extrañar ni mirar con apego de una sociedad en la que reírse de los negros, judíos u homosexuales era una costumbre vista casi como saludable. Acosar sexualmente a las colegas, corregir a un niño ajeno a punta de bofetadas y dejar basura repartida en el pasto después de un picnic son las manifestaciones más crudas de un machismo brutal, donde hablar de derechos civiles, de la infancia o de género, es visto como el argumento de una película futurista y de vocación contracultural.
Es probable que los integrantes de esta agencia ubicada en la cotizada Avenida Madison de Nueva York (de ahí el juego de palabras con el título, que a su vez tiene otro signo: el de los hombres perturbados), no hubieran sobrevivido al futuro de haber sabido que un hombre negro llegaría a la presidencia de su país. Tal vez les hubiera resultado más cómodo morir antes y no avanzar más allá de 1990. La desactualización los habría vuelto seres obsoletos y zombificados, condenados a vivir en un eterno loop de aferrarse a sus recuerdos en sepia. Es entonces cuando Mad Men adquiere su dimensión más interesante, la de un retrato social con aires de thriller psicológico pero disfrazado con su estética y reglas old school.
Porque estos caballeros a la antigua no son más que una pandilla de caníbales, obsesionados con ganar montañas de dólares, hombres blancos capitalistas que reflejan sin sutilezas la cara más honesta y soterrada del sueño americano, en la que hay que arrasar, depravar y destruir todo a tu paso para validar la propia masculinidad.
Entonces la serie «de época» va más allá aún, habla de costumbres arraigadas desde el origen de los tiempos, casi presentes en la genética o en factores ambientales. Para nosotros, los espectadores, funciona también como literatura —o televisión— de anticipación. Estamos posiblemente ante una ucronía donde nos advierten de los riesgos de corremos sino cambiamos el presente, porque los redactores creativos y ejecutivos de cuentas de Mad Men, ya no lo hicieron, y las consecuencias están a la vista. Desde 1960 hasta ahora no hemos avanzado tanto como quisiéramos. Si bien las minorías han alcanzado logros civiles y la justicia social opera en los países más desarrollados, no por eso dejan de existir abusos propios de economías neoliberales.
Es así como Don y la Sterling Cooper Draper Pryce se convirtieron en la mejor novela histórica alternativa que hayamos visto por televisión en forma de metáfora. ¿Qué hubiera pasado con nosotros con la muerte del capitalismo salvaje? Es la gran interrogante que nos deja esta ficción de Matthew Weiner (Los Soprano). Este lunes se estrenó el primer capítulo de este réquiem final, y quedan seis más para saber si el protagonista logrará redimirse o si seguirá en caída libre hasta chocar estrepitosamente contra la vereda como en el opening de cada episodio.
Lo más probable es que ocurra lo segundo.