Manuel García y el descontento

por · Febrero de 2012

“La renovación del discurso es lo que ha canalizado el descontento”, dice en esta entrevista.

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A propósito de su aparación en Viña del Mar esta noche, rescatamos esta entrevista publicada a fines de 2011. “La renovación del discurso es lo que ha canalizado el descontento”, comentaba por esos días Manuel García, cantor que reflexiona.

Uno. Septiembre otra vez. La policía es descabezada tras comprobarse los responsables del crimen de un adolescente en Macul. Cae un avión, muere un político viejo. Duelo nacional. La organización estudiantil vive horas cruciales en su contacto con el gobierno. El cielo se abre y aparece el sol. La publicidad llama a consumir como nunca este 18 pero, una semana antes, una fecha nos recuerda, a todos, que este mes nos marca a fuego. Chilean dichotomy. Euforia y caída. Desastre y fiesta. Niños que elevan un volantín con hilo curado. Sus risas agudas y gorgojeantes, sus groserías inocentes y teatrales llegan hasta mi ventana con el viento seco de la zona central.

Dos. Sobre septiembre escribió alguna vez Manuel García. Es su canción “Pañuelí”, contenida en el disco “Témpera”, una tonada que surgió desde un sueño, cuenta. En este aparecía un hombre que el cantautor no podía distinguir si se trataba de una proyección de sí mismo (un flaco de pelo crespo, con una guitarra en la mano) o era Víctor Jara, ni más ni menos, que lo esperaba cerca de la reja de su casa de infancia, en Arica, en un día en que el sol dificultaba los contornos de los objetos. En el sueño, García recuerda que el hombre cantaba los versos de esa estrofa: “Yo tengo aquí un pañuelí para bailar/ yo tengo aquí…”. “Yo desperté con el estribillo”, recuerda, “era un verso muy especial, yo nunca había hecho algo así; nunca me había metido con la tonada pues no me atrevía. A la noche siguiente lo grabé y lo escuché al otro día y le armé la historia para completar la canción. Parecía que esta iba a existir por sí sola; estaba el sentido de la patria presente, estaba el pañuelo como baile y como despedida… Es una de mis canciones más logradas, creo”.

Tres. Con Manuel García coincidimos a inicios de septiembre para esta entrevista y más que hablar de conciertos, canciones y giras, le planteo que la idea es quizás charlar de lo que contextualiza y origina su arte, así como de su mirada de lo que acaece. Cantores que reflexionan. Paneo en derredor.

En canciones como “Témpera” o “Piedra Negra”, del disco “S/T” hablas de una acción política que pareciera no se remite a los canales institucionales. Dice en la primera: “Difícil tratar de decir si no es con las manos gritando en los muros/Nos mueve la estructura azul en la esquina de alguno de esos dibujos”. En tanto, Piedra Negra parece más desesperada… “Estamos todos/ frente a una piedra/tratando de romperla/con la mirada/y no pasa nada/ ¡no pasa nada!”.
—Hay una escena que se da en las canciones que tiene que ver con lo social. Hay un encuentro con los fenómenos sociales. Esos temas vienen a responder una inquietud que yo incorporé a mi creación que es la perspectiva de la gente más joven, por ejemplo, los punks, que quizás observan la sociedad con más nihilismo o descreimiento respecto de las instituciones que supuestamente articulan o controlan la sociedad. El descrédito de lo político se fue sumando en mi canción de un modo bien especial porque yo más bien soy de una generación que está acuñada en utopías que eran mucho más tridimensionales, si se quiere. Estábamos en una época en que aún existía una euforia en que desde la ideología política quedaba algo que decir o hacer. Tras la dictadura de Pinochet y el advenimiento de ese fenómeno tan extraño que se llamó Concertación, ya estas canciones se venían gestando. ”Témpera” habla de pintar las paredes, de expresarse políticamente a través de mecanismos que no son los normados por esa política tradicional. Creo que si comparamos, las canciones de la Nueva Canción Chilena, por ejemplo, sí adherían a una especie de de ideario, soñaban que el estado de cosas se podía cambiar pero eran programáticos. Eso se puede ver en Víctor Jara, Quilapayún o Inti Illimani. Quizás canciones como “Piedra Negra” son más nihilistas, creo yo, porque no proponen nada sino que hablan de lo que está mal. En ese sentido, son sociales pero no proponen modos de cómo vivir. El hablante de estas canciones está en posición de escucha, de querer sumarse, de mayor modestia.

¿Es esto lo distinto que hay entre los cantautores de hoy y los referentes de la canción social chilena, como Víctor Jara, la Nueva Canción Chilena, hasta los de la década de los 80 e incluso el hip hop de los 90?
—Es bien curioso. En los más viejos en esto de la canción, llamémosle social, chilena, creo que había una propuesta política clara que era, al mismo tiempo, más ingenua porque no sabíamos cuanto tiempo de esfuerzo iba a tomarle a esa generación poder cumplir sus sueños, y arriesgaban el pellejo de un modo distinto a lo que pasa ahora. Estaban expuestos a una represión directa del estado, en la dictadura, si cantaban en algún escenario. Hoy el fenómeno cantautoral creo que representa muy bien a las bases sociales pero no desde la construcción de una idea o una propuesta política tan jugada como era antes. Cuando la gente identifica a Chinoy como un cantor social no significa que a él le interese desde su canción cambiar la sociedad o que haya contenidos políticos en su música; él es un cantor social porque él es la sociedad; él representa a un estrato del lenguaje común y corriente, el lenguaje de la calle pero exacerbado en una poesía alucinante, que extrapola e identifica una gran cantidad de gente en su arte pero en él no está la búsqueda de un cambio político a través de su canción. No es un militante. Antes se entendía el artista como el ser político en acción, ahora no es tanto. Creo que la nueva generación se identifica con una veta muy humanista, de búsqueda muy profunda y filosófica pero que no tiene un trasfondo político como de la generación de los 70 y 80”.

Cuatro. Manuel García es un profesor de historia sin titular de la Universidad de Tarapacá. Su tesis de grado todavía espera la palabra fin. De sus años universitarios recuerda sus amigos, hoy docentes, y los viajes a lugares como Huara, Pintado y Pisagua, en busca de material para su tema de tesis: Los cementerios del desierto. “Yo estaba encargado de recolectar cajas de te, inglesas; junté como 40”, rememora. “Cosas que daban testimonio de la situación social de inicios del siglo XX… Son vestigios que encuentras bajo un cerro, que a lo mejor se formó por un aluvión”. El desierto. Otro punto de inicio. Origen geográfico de García: Arica y el norte grande chileno. “Para mi el desierto es como un lienzo en blanco. En el norte no tienes más que mar, cielo y desierto, entonces, el valor de las cosas está influido por ese contexto. Por ejemplo, una silla en el desierto pasa a ser otra cosa, muy potente; te toma muy emocionalmente. El espacio muy abierto, entonces, también te lleva a lugares íntimos tuyos”.

Esa búsqueda de vestigios continúa en las canciones de García. Desde su anhelo adolescente de incluir crónica histórica en sus canciones, a la manera de un Silvio Rodríguez en Playa Girón o Violeta Parra (“No me imaginaba ser un cantor ignorante de las cosas que pertenecen a su sitio de origen”, comenta hoy) hasta componer canciones que directa u oblicuamente hablan de situaciones políticas importantes, cuando no, de sus personajes: “El viejo comunista”, “El reino del tiempo”, “Joan”. Las canciones de García pareciera que tienen como asunto transversal la pérdida y la recuperación. La ausencia y la persistencia, simultáneas. Como un romance.

Cinco. La política de la imaginación. O viceversa. Más allá de sus giras a México y España, a Manuel García se lo ha visto a menudo sobre los escenarios durante las manifestaciones sociales y estudiantiles que han marcado este año. Le pregunto, desde su mirada, qué es lo que ha pasado en este período que lo vuelve tan singular e inquieto. “Yo creo que la presión comenzó con las expectativas que se generaron tras una dictadura que fue muy dura en Chile. Con una palomita de maíz que se comenzó a inflar que fue el gobierno de la Concertación; como que siempre iba a pasar algo y como que siempre era el próximo año… Había más discurso que realidad. Además, hubo distractores muy importantes como la aparición de las nuevas tecnologías, como celulares, computadores e internet que fueron alejando a la gente de lo que era importante. Entonces, se fue desarrollando un fenómeno de olla a presión. Con los pingüinos, en 2006, tuvimos una de las primeras apariciones de esa molestia. Ya luego vino las manifestaciones contra Hidroaysén o las termoeléctricas de Isla Dama y Punta Choros. Yo creo que la olla estaba ahí a punto de explotar, y lo que faltaba para canalizar ese descontento era una nueva visión con un discurso nuevo. Teníamos un discurso político ya muy masticado, desde los partidos, en el que la gente ya no cree. Finalmente, lo que hizo cuajar a los nuevos movimientos es ese nuevo discurso, que quedó en boca de la gente más joven, de los estudiantes. Es un discurso muy enriquecido por lo social, por lo espiritual, y si lo vemos en redondo, donde la expresión poética no ha sido menor, con marchas y protestas creativas que están echando mano de la metáfora, de la creatividad del ser humano. Ha sido la renovación del discurso es lo que ha canalizado el descontento”.

La política parece haberse trasladado a la calle…
—Parece que los muchachos no estaban todo el día viendo tele ni pintándose como Pokemón. Yo creo que en esta visión, de la política volviendo a la calle, de buscar maneras más creativas de existir, tiene que ver con la búsqueda de los ellos de saber, de preguntar qué pasó antes. A mi me han hecho esa pregunta, como era mi época como estudiante. Y ahí yo debo volver a la figura de hombres y mujeres en acción, que organizaban ollas comunes, festivales de barrio, peñas, funciones de títeres y que formaban parte de una política que se hacía día a día, una política de la resistencia, y que no tuvo espacio en la vuelta a la democracia. Hoy aparecen esas manifestaciones pictóricas, intervenciones gráficas de banderas, lienzos que ya no son, definitivamente, las de los 80 y 90. Yo lo identifico con una búsqueda filosófica y política. Pero es una búsqueda porque aún siento que hay algo etéreo, volátil. En estos momentos, somos mucha gente versus algunas decisiones del gobierno. Se fragua un algo pero esa coyuntura política aún no existe. Esa pieza del engranaje no está todavía. Son los estudiantes, no la CUT ni los profesores, los que más se pueden acercar a eso.

Manuel García y el descontento

Sobre el autor:

Felipe Montalva

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