Marcelo Mellado: «Este es un país brutalmente mediocre, maricón y conchesumadre»

por · Enero de 2015

En esta entrevista, conversamos con el escritor de sus obsesiones y formas de entender el mundo.

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–Me vine en esto, porque es la mejor forma de andar acá en Santiago –dice, sacándose el casco, aludiendo, claramente, a su bicicleta. –Igual está lleno de sacos de weas que se creen la raja con la bicicletita, está peor que en Valparaíso.

Algunas advertencias: estamos en un infernal martes, superando los 32°, en la santiaguina comuna de Ñuñoa. Conversaremos con el escritor Marcelo Mellado, que ya en el borde de sus 60 años, se ha transformado en uno de los narradores más interesantes del panorama local, con sus textos –los cuentos Ciudadanos de baja intensidad, República bananera, Armas arrojadizas o las novelas La provincia, El informe Tapia y La batalla de Placilla–, no exentos de extravagancia y polémica, ha sabido impregnar, desde hace unos años, una original y paródica mirada del imaginario político cultural de nuestro país, desde la provincia, hoy instalado en Valparaíso. Hablaremos de sus obsesiones y temas, de su escritura y su forma de entender el mundo.

Una última advertencia: la siguiente entrevista estará plagada de chuchadas.

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—Marcelo, acabas de sacar Humillaciones, tu más reciente libro de cuentos, háblame un poco del proceso de su escritura.

—Ahí hay una línea conceptual que se sigue: los cuentos son un registro que uno tiene para resolver cuestiones concretas, cuestiones operativas, como retóricas de la operatividad político cultural, por decirlo de alguna manera, y en ese sentido funcionan, no sé qué tan efectivos sean, pero a mí me sirven para resolver cosas que tienen que ver con la estética de los pueblos abandonados, en ese registro, rápido como de informe específico, de informe de situación, o de informe político.

¿Te planteas de una forma distinta al escribir una novela?

—Sí, en el sentido de que la novela es morosa, es pretenciosa, es wagneriana, es decir es más pasá’ a caca. Hay que ser pretencioso y maricón en el sentido escénico, tiene esa weá media maricona, negativamente hablando. Pero tiene esa cosa, también, experimental y polifónica. Los dos registros son distintos y fascinantes, de igual forma.

Te gustan de igual manera ambas escrituras.

—Asumiendo su registro, sí, su momento. Es como bañarse con agua helada o agua caliente. Hay momentos para cada tipo de baño.

Igual, pasa con la novela que tiene una cosa súper aspiracional, como que no puedes ser un autor respetable si no tienes una novela, están medio subvalorados los cuentos en ese sentido.

—Es muy común esa idea. En el registro canónico reculiao del mercado y la literatura regida por esa razón, claro. Menos mal que existe Borges, pero sí, la novela es lo que hay que escribir. Alguien dijo hay que escribir novelas, y estamos mandoneados por ese modus operandi del mercado y del campo académico, ambos se nutren y se mariconean para que terminen todos los agentes dedicados a lo mismo.

Cuando uno revisa tu obra, se da cuenta de que tienes una temática muy armada, tus personajes, el tono, ¿de dónde sacas todo eso?

—Vienen de las prácticas de pueblos abandonados o de la retórica municipal, fundamentalmente del mundo municipalizado, sin glamour, son humillaciones sin glamour. Muchos funcionarios municipales, profesores asesinados, profesores gay con aspiraciones profesionales y políticas, como todos los colegas de uno, uno se nutre de todo el mundo del clasemedianismo profesional y también de la aspiracionalidad funcionaria, ese es mi modelito de trabajo… que ya me tiene bastante aburrido, en todo caso.

¿En serio?

—Es que lo tengo agotado, ya pos, hueón. Ahora quiero pasar a otro nivel en que las cosas comiencen a funcionar distinto.

¿Cuál sería ese nivel?

—Por ejemplo, ya se produjeron algunos cambios, como la instalación de los centros culturales, por la que nosotros peleamos tanto. La maldita de la Paulina Urrutia, cuando fue ministra, impuso la industria cultural, siempre se crean unos Frankenstein al final, pero eso venía de antes. Casi todas las iniciativas del régimen cultural en Chile vienen de cuestiones que fueron trabajadas antes por nosotros, por comunidades, por asociatividades culturales, creo. Quiero pensar que nosotros inventamos el maletín literario, cuando muchos años antes, habíamos hablado de la biblioteca mínima familiar, claro que ha sido mal implementado. Lo mismo con los centros culturales, antes de la ley bicentenario nosotros evidenciamos que era necesaria la creación de espacios, y después hay que venir a agradecérselo a los huevones, cuando son políticas que simplemente tienen que hacerlas. En Chile las políticas se hacen así, a la mala, es un país que se va haciendo poco a poco. Eso del binominal por ejemplo: las weás pasan cuando ya no son necesarias o ya te olvidaste. Hace diez años si hubiéramos roto el esquema binominal, puta que estaríamos contentos, ahora me da lo mismo. No es el momento, las revoluciones nunca son en el momento que uno quiso, hueón. O cuando uno fue testigo, era muy pendejo. Lo mismo con la reforma educacional, más encima aguardentosa, porque los hueones la están manejando… menos mal que la revolución no se hace con todos los deseos que uno tiene porque si no seríamos ayatolas. Entonces, dan ganas de meterme en otro registro, de otras productividades.

En ese sentido, tú siempre has sido bien crítico con la izquierda tradicional chilena. Hoy estamos con este gobierno de La Nueva Mayoría, que tiene un discurso súper progresista e integrador, ¿qué te pasa con eso?

—Me cargan. Se impuso un progresismo pasado a caca, causero (de causa), pendejístico, impostor. Mapuche, grupos minoritarios, gays, hamburguesa de soya, animalismo, todas weás pasá’ a caca, de un narcisismo que forma parte de una impostura generacional insoportable y reaccionaria. Igual que el anarco fascismo, todos esos perros culiaos, buenos para carretear, y que son unos sacoweas no más, y toda la profusión artisticucha culturosa y tamboril, que es muy porteña, lo vemos mucho en Valpo, porque tenemos el horror de tener allá el Consejo de la Cultura, entonces se observa mucho esa presencia, existe un Estado culturoso que promueve muchas causas que en el fondo evidencian patologías de huevones que quieren corregir al otro, como el ciclista insoportable, del que hablábamos antes, que puebla Santiago, que cree tener supremacía moral frente al que anda en auto, todos los hueones bien pasaditos a caca, como el mapuche que no es mapuche, el maricón que tampoco lo es, la simulación extrema del progresismo. Yo también soy tributario de eso, pero oye, hueón, paremos el hueveo, y además yo soy viejo, entonces esas cosas dichas a fines de los 70s, podían tener sentido, pero extendidas como chicle hasta ahora, las vuelven insoportables y mentirosas. Falta un rediseño de los modelos revolucionaros, de los modelos emancipadores.

¿Por qué no se ha dado ese rediseño?

—Porque la izquierda chilena es muy ordinaria, fascista, conservadora, maricona, reculiá, traidora, chilena, y porque este es un país brutalmente mediocre, maricón y conchesumadre.

Ehh… ¿Algo más?

—Sí, como chilenos somos huérfanos, cobardes, maricones, no tenemos capital simbólico, entonces estamos obligados a copiarles a todos los hueones. Los grafiteros culiaos tienen que copiarle a los grafiteros españoles, los hinchas del fútbol le copian a los argentinos, o sea es un país conchesumadre y copión. Y lo poco y nada que produce, es despreciado, entonces van a la segura estos culiaos, y eso es culpa de la mediocridad de la izquierda chilena.

***

En Humillaciones, Mellado extiende un proyecto literario que ha venido puliendo por años, desde los márgenes de la industria editorial, a veces con mayor visibilidad que otras. En el libro nos encontramos profesores frustrados, ex funcionarios municipales desesperados por volver a su antiguo lugar de trabajo, agentes culturales llenos de culpa e imposturas, personajes mediocres que tratan de zafar siempre de la peor forma. Es como si Mellado mapeara la derrota política de cierta épica revolucionaria. Siempre desde el humor y la ofensa, imbatible.

Cuando apareció Ciudadanos de baja intensidad, coincidió con un auge de la edición independiente en Chile, sin embargo, en el cuento Edi Yonki, brillante por cierto, tienes una mirada bien crítica del fenómeno.

—Sí, porque las editoriales independientes, yo creo que por una falta de concepto, terminaron instaladas como pymes elementales, tratando de competir o insertas en la gran industria. No hicieron un juego o una alternativa interesante, sino que se metieron al negocio general, van a las ferias detrás de la Cámara del Libro, sin un proyecto propio.

En el cuento, haces una caricatura de los editores que lloriquean.

—Sí, es que hay una cuestión poco digna. No sé si conocís a una estúpida porteña que pertenece a una asociatividad de investigadores poéticos, La Casa no sé cuánto, Morada, La Casa Negra, no sé de qué mierda La Casa, que lamenta no haber tenido apellido mapuche, si fuera de apellido Melinao sería feliz ella. Bueno, esa gente imbécil hace funas porque no la invitaron a una feria de Viña y esto es una empresa privada, no los invitan porque no les interesa su producto, porque sus tortillas son malas, o ellos creen que son malas, no veís que tienen mucha sal. ¿Por qué tienen que invitar a hueones que les cagan el negocio, si la Cámara del Libro es una huevá de mierda que es una empresa? Y ahí se mete la conciencia culposa, ¿por qué se sienten culpables si podrían decirles que no están invitados y punto? Entonces, ese escandalillo que viene de los tiempos de la toma de sitio, de la vieja culiá que es clienta del municipio, que reclama al alcalde y la hueona tiene dos puestos, tres taxis. El que no llora no mama y eso es una cosa de indignidad.

Tengo entendido que al final sí les dieron un espacio en la feria.

—Ay, sí, si las hueonas hacen un escándalo y le llaman funa. Un escándalo de vieja culiá, eso es. Yo nunca me he quejado si no me invitan. O sea, puedo putear, pero no voy a armar un escándalo de vieja culiá, es como armar un escándalo si no me gano un fondart, esa hueá es falta de pudor, en nuestra izquierda falta pudor, no tienen vergüenza. Y nuestros padres nos enseñaron esa weá, nos enseñaron a ser pudorosos.

Estás viviendo en Valparaíso, ¿no?

—Sí, estoy viviendo en el cerro Bellavista.

—¿Y qué tal la relación con el puerto?

—Mientras mantenga la weá con el cerro, con la gente, con las viejas, con los alemanes, con algunos cuicos gentrificadores, no tengo ningún problema. Porque el porteño pasado a caca me cae mal, los poetas para qué decir, esos hueones deberían estar prohibidos, los tamborileros están en otra, no me meto con esa weá, no me dedico ya a la weá cultural. Siempre estoy preocupado pero estoy muy fóbico para comparecer en una asamblea y mirarle la cara a estos hueones, a algún poeta o algún hueón pasado a caca, tengo mis amigos de antaño y a ellos los veo. Hay que tener mucho Perogrullo para soportar el esquema neurótico patológico de la cultura porteña, son hueones que creen en una weá muy rara.

—Allá en Valparaíso, hiciste algo así como un Encuentro de Pueblos Abandonados hace un tiempo.

—Sí. Es un colectivo operativo de escritores que viven en la provincia y cuyo eje fundamental tiene que ver con la extrema visibilidad de pertenencia a Santiago, el santiaguinismo radical, y también lo que significa habitar pueblos en que la actividad cultural es secundada a extremos. Todos pertenecemos a la cultura municipal, imagínate lo que eso significa. Entonces nos coordinamos con Daniel Rojas Pachas en Arica, con Óscar Barrientos en Punta Arenas, con Mario Verdugo en Talca, y otros más que tenemos prácticas que reivindicamos como territoriales. Es un ajuste de cuentas con la generación del ’50, de Linh, a quien admiro mucho y todo, Lafourcade y todos esos maricones del cuiquerío que marcó una cosa muy cuica, de esto sí y esto no, y dejaron como criollos a todos los demás, porque su obsesión era ser modernos y urbanos pero de Santiago, Paris y New York, y rompieron con toda una generación potente de escritores como Manuel Rojas, Carlos Droguett, Mariano Latorre, José Santos González Vera, a quienes rebajaron como criollistas, entonces es un gesto de política cultural que queremos revertir. Ahora vamos a hacer una versión del encuentro en Arica y Tacna, un encuentro chileno pero fuera de Chile, desterritorializado. Rojas Pachas hace algo muy interesante allá. El encuentro partió en Llolleo, hicimos uno en Valparaíso y queremos hacerlo en otras partes.

—A todo esto, ¿cómo ves el panorama escritural chileno en cuanto a lo actual?

—Es un diagnóstico que no deja de ser. Se inventó, dado las nuevas construcciones administrativas de Chile, una institucionalidad que tomó otro curso. Se ve productividad, se ve mercado y campo cultural funcional en los territorios incluso. Si tú vas a Valdivia, hay producción hasta científica, en Valpo también, hay producción en general y harta investigación. Está ejerciéndose el concepto de Deleuze, esa idea entre concepto y percepción: el artista genera una mirada que le es propia, algo de eso hay. Surge de la lectura de nuestras prácticas arcaicas, eso lo hizo la Violeta Parra, lo hizo Víctor Jara, ir al territorio.

—Pero, en contextos distintos, supongo.

—Sí, el contexto era otro. Lo hizo la Universidad de Concepción en la época cuando no te pedían magíster ni doctorado pa’ pasarse a caca, sino que contrataron directamente a la Violeta Parra, para que hiciera lo suyo, sin imponerle ningún registro, que hiciera lo suyo. Hoy se están haciendo sistemáticamente lo que hicieron algunos adelantados de la época del ’50. Cachái que en Valparaíso hubo un encuentro de escritores en donde fue Juan Rulfo, po. La misma Universidad Católica de Valparaíso, fueron los primeros que levantaron la idea de pensar la ciudad, unos visionarios, algo que ahora es tema pero en ese entonces no, ahora que no hay ciudad quieren pensar la ciudad, ahora que el estado privatizó y se deshizo de todo, y a pesar de que uno nunca le compró mucho a los mijitos ricos de la escuela de arquitectura de la Cato Valpo, fueron adelantados en esa idea.

Marcelo, aparte, tú eres profesor y…

—Chucha, esa es una de las humillaciones más grandes que puede sufrir un ser humano.

¿Tanto así?

—Es que es una humillación en sí misma, a uno debieran darle un cartón certificado de humillación al titularse. Imagínate que a los profes los humillaron con platas del Estado. Hueones que eran señores feudales, en un pueblo de mierda como Llolleo, yo fui testigo de dónde pararon las platas de las subvenciones cuando veías a hueones en un auto tipo senador UDI.

¿Y qué piensas de la Reforma Educacional?

—Yo creo que tenía que venir, pero ojalá hubiera sido más radical. Esa hueá de los liceos emblemáticos los haría mierda, por emblemáticos, solo por eso. El Instituto Nacional lo quemaría completo, por emblemático, los haría cagar a todos los emblemáticos. ¿Qué es esa weá clasemediana aspiracional vende pomá’?, hay que terminar con toda esa weá. En Chile no tenís un gásfiter, un tapicero, todos los hueones quieren ser abogados, hay que recuperar el amor por los oficios, ¡los simples oficios, hueón! Entonces el tema de la Reforma pasa también por temas conceptuales de país y eso es un trabajo largo, pero lo bueno es que se empezó y eso se debatió. Incluso, estoy de acuerdo con las ironías del cuico Eyzaguirre, se le salió, pero todos lo decimos, nada más insoportable que un padre y apoderado queriendo que su hijo entre en la universidad, desde kínder los hueones preguntando por cuál es el nivel de ingreso a la universidad del colegio. Es patético.

—¿Y en qué estás ahora en cuanto a lo literario?

—Había empezado a escribir una novela que se llamaba Mopa, que tenía que ver con Valparaíso y las quebradas y las escaleras meadas, y los cerros, y el travestismo con el teatro de muñecos y el audiovisualismo. Pero se me cruzó otra imagen, por cosas catastróficas familiares que pasan, y entonces me puse a escribir otra cosa. Recuperé una imagen que es el país imaginario que tenía mi hijo cuando chico, es una novela de aventuras, una especie de Conan el Bárbaro, pero chilensis. Se ha transformado en una especie de ucronía, utopía, y heterotopía, pero es una novela chilena del oeste, una cosa así. Es otro registro, la ocupación mitológica del territorio.

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Humillaciones
Marcelo Mellado
Hueders, 2014
120 p. — Ref. $10.000

 

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Marcelo Mellado: «Este es un país brutalmente mediocre, maricón y conchesumadre»

Sobre el autor:

Daniel Hidalgo (@dan_hidalgo). Publicó los libros Barrio Miseria 221 (2009) y Canciones punk para señoritas autodestructivas (2011).

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