La incapacidad (nuestra y de los medios) para el diálogo

por · Noviembre de 2016

Miley Cyrus contra Hans-Georg Gadamer y Elisabeth Noelle-Neumann.

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«Dados los resultados, tal vez en realidad soy diferente [a la mayoría]. Tal vez la gente que me rodea piensa con mente abierta y brazos abiertos como yo lo hago [pero ya veo que no somos la mayoría]». Los corchetes, obviamente, son míos, para facilitar la comprensión de lo que está implícito. La frase corrió rápidamente por redes sociales el día que todos nos atoramos con Trump en el desayuno. A mí me llegó, mal subtitulada, a través de una de estas agencias especializadas en viralizar videos, no recuerdo si Playground o AJ+, que se están convirtiendo en las performadoras de la realidad y de nuestro acercamiento afectivo hacia ella. Quien lo decía era, entre lágrimas, la cantante Miley Cyrus, pero podría haber sido cualquier jefe de partido único de cualquier momento histórico ante una crisis.

No, querida, no estás rodeada de gente como tú. Nadie lo está. No eres la única mujer que se considera libre. No eres la única que se considera open mind. No estamos rodeados de clones. El mundo no está poblado de espejos que confirman mis gustos, mis opciones políticas y mis intereses, por más que esa ilusión nos la construya Facebook todos los días en sus Noticias. Y estos muros virtuales nos han terminado por encerrar, tanto a nosotros como individuos, como a quienes les confiamos la labor de ordenar los hechos que pasa más allá de nuestras narices. ¿Qué pasó en las votaciones por el Brexit? ¿Qué pasó en el referéndum colombiano por el acuerdo de paz? ¿Qué pasó en las elecciones en las cuales todo el mundo —republicanos de renombre incluidos— apoyaba a Hillary? Si nos dejamos llevar por las páginas de los periódicos y su interpretación derrotista de todas estas mayorías parecería que el mundo está plagado de idiotas. Los medios se convirtieron en Miley Cyrus y muchos se rehúsan, como en la caverna platónica, a hacer el esfuerzo de quitarse los grilletes para dejar de mirar una pared llena de sombras.

Una de las superestrellas del estudio de la opinión pública, Elisabeth Noelle-Neumann, sostiene que las personas tenemos un sexto sentido para detectar el clima de opinión pública que nos rodea. La llama nuestra piel social y, aunque sirve para cohesionar un grupo alrededor de ideas comunes, también puede llevarnos a, por miedo al aislamiento, no exteriorizar lo que de verdad pensamos. Esta es la espiral del silencio. Pero esta piel social —dice Noelle-Neumann— puede perder sus capacidades, puede dañarse, en un entorno concreto: cuando la gente se empecina en evitar a quienes no piensan como ella. Entonces nuestra estadística interna falla. Entonces nuestra percepción de la realidad se vicia. Se genera un ecosistema al que lo llama de «ignorancia pluralista»: la sociedad se divide en dos y cada parte se sobrevalora enormemente. «Los partidarios de las opiniones contrarias sencillamente no se hablan y por eso juzgan incorrectamente la situación», dice, en el capítulo quince de su libro, antes de demostrar con estadísticas este fenómeno.

Y hablando de estadísticas, es de suponer que el trono al que se han atornillado las encuestas dentro del suelo de las páginas de los diarios ya está rociado de gasolina. Las páginas de reportajes, vistas desde lejos, se han convertido en informes financieros. Se habla mucho del complejo de inferioridad con el que se auto-infectó la filosofía —y las humanidades en general— a partir del desarrollo del método de las ciencias, pero a veces no se alcanza a ver su alcance concreto. Y es este. No existe un ámbito más humano que el periodismo. No hay una muestra seleccionada más caótica e impredecible que un grupo de personas cuando tienen que tomar decisiones —escoger el color de la ropa, la persona con quien cenar, o el presidente del país más poderoso— en cada movimiento. Pero los medios se han obstinado en pensar a la sociedad civil o como una porción de sujetos lobotomizados a los cuales aplico mi teoría sociológica o como una manada de seres cuyo comportamiento lo interpreto a través de estadísticas hechas con una grabación de audio por celular. Estadísticas, números, gráficos, infografías. El famoso fact-checking.

Ante esto, Hans-Georg Gadamer, uno de los filósofos más importantes del siglo XX, propuso algo aparentemente tan sencillo como la hermenéutica. El intento por comprender. Por desarrollar mecanismos de interpretación. Y para entrar en esta dinámica es preciso aceptar una primera premisa básica: el otro. Se comprende a alguien que —estos días, aunque parezca obvio, hay que decirlo— siempre es distinto de mí. Y una segunda premisa: ese otro es un ser racional, de mi misma especie, que trata de decir algo con sentido. Estas dos premisas habría que mandarlas a colocar, al menos, frente a todas las estaciones de trabajo de un medio de comunicación. Ya, si me dan cancha, tatuarlo en la frente de todo niño justo después de nacer. Gadamer, en su ensayo de 1971 titulado La incapacidad para el diálogo, detecta un típico problema en cualquier discusión: cuando A le reclama a B que con él no se puede discutir porque no-sabe-escuchar. Y concluye: «Esa incapacidad para el diálogo es más el reproche que hace alguien al [interlocutor] que se niega a aceptar sus ideas, que una carencia real del otro».

Miley Cyrus está pasando por lo que se llamaría una «crisis epistemológica», que se da cuando los hechos se desbordan del marco narrativo a través del cual leía la realidad, a través del cual aceptamos o no las evidencias. Es normal que duela. Es normal que estos días le lleve a postear un video en el que esto se manifiesta a través del llanto. Al final de eso se trata el intento por comprender: revisar constantemente nuestro marco narrativo. Pero debe conducirnos, junto a Noelle-Neumann y Gadamer, a la pregunta: ¿Cuánto frecuento a gente que no piensa como yo? ¿Tengo en cuenta que lo que el otro dice —ese con el que no concuerdo— puede tener sentido? Que el 2016 ha sido un año clave lo dijo hace algunos días el periodista argentino Martín Caparrós en el New York Times, tanto para la prensa como para cualquier persona que trata de pensar la sociedad. Y coincido con él en que parte de la solución viene de hacer mejor periodismo: «Se trata, aunque parezca puro perogrullo, de buscar lo que no sabemos, en vez de ir a confirmar lo que creíamos».

La incapacidad (nuestra y de los medios) para el diálogo

Sobre el autor:

Andrés Cárdenas

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