Nightcrawler podría ser una historia de amor retorcido, una sátira negrísima a los medios de comunicación o un correcto thriller acerca de la alienación. A ratos es un poco de las tres y finalmente no es ninguna.
Una sensación de extrañeza y decepción queda al caer los créditos finales en Nightcrawler (2014, o Primicia mortal, en español). ¿Cómo es que una buena premisa termina por diluirse para sólo sostenerse en las sobresalientes actuaciones de Jake Gyllenhaal y Rene Russo? Tal vez porque desde el guión nunca estuvo claro el tono del sórdido ascenso de Lou Bloom (Gyllenhaal) como corresponsal de tragedias urbanas en las calles de la siempre excesiva ciudad de Los Ángeles.
Durante los primeros veinte minutos, uno podría pensar que estamos ante un tentador pastiche de El rey de la comedia, Taxi Driver y Network, pero con el correr del metraje esta idea se desploma. No estamos ante una mala película, pero su tráiler resulta engañoso, y habría sido más honesto si la hubieran vendido en torno a las actuaciones de los ya citados, y no como el retrato crudo y morboso de un paria dispuesto a todo para conseguir su personalísimo sueño americano.
Bloom, el protagonista, es un NN que se ha educado a sí mismo gracias a cursos en línea por Internet, un marginal en la misma tradición de los protagonistas de The Driver (1978) y Drive (2011) —la primera fuente de inspiración sin tapujos de la segunda—: un perfecto psicópata que vive de noche y se esconde al amanecer. Un coyote con las fauces teñidas de sangre que encuentra en los Nightcrawlers —esos mercenarios alimentados por ejecutivos sin escrúpulos, que cazan todo tipo de noticias sangrientas y ultra violentas— el nicho perfecto para salir de su anonimato y convertirse en alguien.
Es entonces cuando comienza a ofrecerle sus servicios a una veterana y decadente editora de prensa de una estación de televisión clase B. Nina Romina (Russo), que es otro vampiro despojado de afectos y vida personal, dispuesta a todo por unos cuantos puntos de rating, capaz de dejar de lado cualquier acercamiento a la ética profesional para conseguir su objetivo. Esto, aunque su nuevo y proactivo discípulo amenace con devorarla en su siniestra búsqueda de cifras azules.
Nightcrawler podría ser una historia de amor retorcido, una sátira negrísima a los medios de comunicación o un correcto thriller acerca de la alienación. A ratos es un poco de las tres y finalmente no es ninguna. Lejos lo peor es su improvisado final que más parece una mala decisión tomada en la sala de montaje.
Entonces, ¿por qué verla? Por la siempre solvente Rene Russo, y claramente por la madurez escénica que ha evidenciado Jake Gyllenhaal, desde los tiempos de Donnie Darko (2001), Brokeback Mountain (2005) o Zodiaco (2007), poseído en un personaje aterrador que está cayendo y saliendo del abismo constantemente. Mención aparte merece la lograda banda sonora con abiertos ecos synth pop, siempre seductora, enervante y atmosférica, compuesta por el multinominado al Oscar, James Newton Howard (Pretty Woman, El protegido, Maléfica).
El debutante en la dirección, Dan Gilroy, queda al debe en esta ocasión. Esperemos que el director’s cut de su ópera prima, si es que aparece en unos años más, resuelva el desconcierto y entregue las certezas faltantes acerca de su criatura nocturna.