Notas al pie de página: Roberto Bolaño

por · Marzo de 2016

Al relacionarse con Enrique Lihn y Nicanor Parra, Bolaño declara a qué parte de la tradición literaria chilena pertenece y a cuál no.

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Bolaño escribía con una ametralladora en la nuca. Esa sensación da la velocidad de su prosa, que trama distintas historias con la destreza de quien sufre un shock y se le pasa la vida por delante en 30 segundos; o del que sueña y se despierta intempestivamente inundado de emociones incómodas.

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Bolaño es un rockero de la literatura. Sus frases son como los riff y solos de Jimmy Page. Oraciones largas, complejas y precisas, con ritmo y un final adecuado. Escritura dúctil y vertiginosa. En ocasiones, tal vez los mejores pasajes de sus novelas dan la sensación de que Bolaño improvisa con la trama, al igual que los genios de la música rock y del blues. La prosa arrasa con los argumentos y el autor, y luego lleva al lector a parajes imprevistos.

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En la obra de Bolaño hay muchos personajes o narradores que son lectores, que hablan de lecturas. Es una manera de adueñarse de la historia literaria para utilizarla, es una forma de hacer crítica a través de la narrativa. Por extensión, se podría señalar como una manera de asimilar, parodiar y destruir a Borges, autor que opera como fantasma permanente de Bolaño, con el cual discute más que con ningún otro.

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Bolaño poseía una inteligencia enciclopédica, lo mismo que Borges. A los dos les importaban las fechas, los datos, la información, los nombres y los lugares en donde acontecen los hechos. Están muy lejos de autores atmosféricos como J. C. Onetti o Rulfo, que eliminan toda referencia exacta para acentuar la ambigüedad. Bolaño no explora la ambigüedad, ni intenta lograrla. Busca, en cambio, crear atmósferas y personajes distorsionados por la realidad, sujetos fuera de zona, instalados en el medio de la intemperie al centro de una ciudad.

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Los perros en Bolaño son de calle, no tienen raza, son mestizos, quiltros. Son perros de esos que les ladran a los autos y a ciertas personas según el olor que expelen. Son perros que han sido pateados y que duermen en un refugio entre las ramas, para cuidarse de los que los encierran en calidad de peligros para la sociedad. Son perros que resisten, que conocen el hambre y el honor. Son desafiantes, resentidos y con firmeza para correr, ya sea para perseguir o escapar.

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Bolaño leía muchas traducciones. Esto es fácil deducirlo de su conocimiento acabado de las literaturas de distintas idiomas y culturas. Nunca le importó leer en la lengua original, prefería las versiones. Incluso Bolaño consumió distintos poemas y centenares de relatos, novelas y ensayos, de los cuales aprendió técnicamente, pese a su condición de traducciones. Sospecho que su caso inquietará a aquellos que pregonan que las traducciones son imposibles, que no valen. La misma recepción de sus libros traducidos es impresionante. Que yo sepa ni sus críticos más sagaces, como James Wood o Jonathan Lethem, aprendieron castellano para leerlo. La condición latinoamericana de Bolaño, su formación leyendo en su lengua madre, es gravitante para entender su concepto de la literatura y de su lugar en ella.

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Jonathan Lethem, en The New York Times Books Review, señaló que «el genio de Bolaño está en tejer una contundente enumeración de los hechos de la vida —sus novelas a veces evocan biografías, estudios de casos, archivos de la policía o del gobierno— con los arrebatos disgresivos del lirismo». Para Lethem, «Bolaño ha probado que puede hacer cualquier cosa, y por un instante, por lo menos, dar un nombre a lo innombrable».

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Bolaño, que estaba formado como poeta de vanguardia, escribe sobre sí mismo, sobre hechos de su biografía. Lo hace puesto que ciertos sucesos de su pasado se han convertido en obsesiones que operan como dispositivos que le permiten escribir y, a la vez, fundar un mito. En ese mito, que es su historia como escritor, su identidad radica, vista a la distancia, en el destierro y el rencor incurable del que no está en el lugar donde nació, del que está apartado y presume que si quisiera volver lo esperaría el rechazo. Es un autor que conoce el drama del extranjero, el extrañamiento ante el sonido del lenguaje diferente al que escuchó en su infancia. Bolaño teme y combate el desprecio que supone se urde contra él como un complot sofisticado.

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La instalación definitiva de la figura y de la obra de Roberto Bolaño en la literatura chilena aconteció en el año 1998, con la publicación de Los detectives salvajes. Fue, por supuesto, el mismo año que Bolaño se hizo conocido y respetado en la literatura en español. Ganó el Premio Rómulo Gallegos y se despachó un discurso impresionante para referirse a sus comienzos como escritor y a su generación política.

Su desembarco en Chile aconteció poco antes y vino acompañado de cierto escándalo: Bolaño escribió un artículo, feroz y divertido, donde relataba la intimidad de una cena en la casa de Diamela Eltit. Este artículo fue publicado por la revista Ajo Blanco y causó escozor en el ambiente cultural de los años de la transición democrática. Luego las emprendió contra el fallecido José Donoso, descartando la mayoría de sus novelas sin piedad; al poco tiempo, desestimó a la entonces triunfante «nueva narrativa» chilena. La actitud combativa de Bolaño hacia los narradores chilenos motivó la envidia y el celo de una caterva de enemigos literarios, que hicieron lo posible por minimizar la calidad de sus libros. Entre ellos hay que nombrar al crítico literario del diario El Mercurio, José Miguel Ibáñez, alias Ignacio Valente, sujeto que le sirvió de inspiración para el personaje central de Nocturno de Chile.

Pero Bolaño no solo criticó en su vuelta. También escribió y habló elogiosamente de los poetas, en particular de dos figuras claves para él: Nicanor Parra y Enrique Lihn. Les dedicó agudos artículos. Y fue el mismo Bolaño quien empujó la publicación de las Obras Completas de Parra en España. La razón para su filiación con estos autores: Parra y Lihn, que poseen obras contundentes, escritas con ironía, inteligencia y libertad, es que Bolaño quería inscribirse en el campo literario chileno como un poeta pese a que escribía prosa. Además, ambos poetas representan el desprecio por la corrección, por la respetabilidad tan deseada por los narradores locales por los que Bolaño sentía tirria.

Hay que considerar que las frases y personajes de Bolaño pueden ser comprendidos desde la antipoesía de Parra. Sus discursos, despiadados y lúcidos, tienen que ver con los Discursos de sobremesa y también con los furiosos ensayos de Lihn redactados en plena dictadura. Bolaño al relacionarse con estos escritores, declara a qué parte de la tradición literaria chilena pertenece y a cuál no. Se sitúa cerca de la poesía radical, y lejos de la narrativa. Se junta con los incómodos. Su actitud es de combate, como sucede en el mundo de los poetas.

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Fue Susan Sontag a Oviedo a recibir el Premio Príncipe de Asturias 2003, y les dijo a todos los medios: «De lo que he leído en los últimos años, me gusta mucho Roberto Bolaño. Es una pena que haya muerto tan joven. Escribió mucho y estaba empezando a ser traducido al inglés, pero le quedaba tanto por escribir. Nocturno de Chile es lo más auténtico y singular: una novela contemporánea destinada a tener un lugar permanente en la literatura mundial». Ese fue el primer envión para el despegue internacional de Bolaño.

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La fama de Bolaño después de muerto sobrepasó hasta las fantasías más pornográficas respecto a la popularidad de un escritor y de su obra. No es poca cosa si pensamos que era un sujeto corrosivo y jugado a los extremos más puntudos y beligerantes. Asumió su trabajo de poeta y narrador con enorme conciencia del fracaso, no obstante, pudo sentir en vida levemente el sabor que implica ser consagrado y leído. No alcanzó a disfrutar en pleno por pudor y por su enfermedad. El apuro por terminar 2666 hizo que invirtiera sus últimos años en escribir como un condenado.

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¿Qué relación tenía Bolaño con su cuerpo, es decir, con la enfermedad, el placer, el dolor y la muerte? Según se desprende de su texto “Literatura + Enfermedad = Literatura” y de 2666, su vínculo está fraguado en un machismo reprimido, pues nunca se describe. Es cero pornográfico y exhibicionista consigo mismo. No así con los otros con los que es violento y sexual, a veces cruel hasta el sadismo. Su visualización de los cuerpos está marcada por el cine, por los close up, los encuadres y los montajes con planos diversos. O sea, su visión del cuerpo está mediada por la pantalla, ya sea por la televisión con sus seriales y realities, como por el cine sofisticado o no.

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La relación del libro La literatura nazi en América con el libro La sinagoga de los iconoclastas, de Rodolfo Wilcock, es incestuosa. Lo cierto es que se trata de un vínculo semejante a una tragedia latina en la que Bolaño cumple el papel de sobrino temerario que sin mediar provocación asesina a su precursor. La razón: le molesta hasta el hartazgo saber que poseía más talento y cojones que él. En un rapto de perversión, Bolaño simbólicamente mató y se comió a Wilcock en un banquete pagano.

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En los libros de Bolaño el amor es escaso. Lo que hay es pasión, sexo, amistad, rabia, venganza, admiración, placer, miedo, locura, dolor, simpatía, extravagancia, cariño, lealtad, juegos, vínculos entre padres e hijos, nostalgia, crueldad y melancolía; pero es escaso el amor en el sentido de pareja. No recuerdo episodios ni relatos donde este sentimiento logre cristalizarse con espesor. Lo que sí acontece con regularidad son las relaciones profundas de amistad, que podríamos llamar compañerismo.

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2666 es una saga y creo que debe leerse como cinco novelas, y no como uno solo libro. El proyecto era ese y si fue publicado en un tomo es por razones editoriales. Por lo menos lo que yo hago es leerlo a pedazos. Salto de un libro al otro, hasta llegar a “La parte de los asesinatos”, que es mi preferida. En esta Bolaño lleva a su máximo esplendor la ferocidad literaria al describir minuciosamente, quirúrgicamente, como una forense experto, cómo fueron matadas y violentadas centenares de mujeres mexicanas en la peligrosa zona de la frontera narco. Lo hace con indudable placer, lo cual hace que la lectura sea doblemente perturbadora.

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Los cuentos de Bolaño comprenden el lado más admirable y clásico de su obra. Muchos de sus relatos son piezas soberbias, ejemplares, escritas con fluidez, reinventando el género sin teorizar. Bolaño nunca se las dio de intelectual. No hablaba ni escribía en términos abstractos. Lo suyo era la guerra literaria, con la invectiva y la sátira como armas de grueso calibre.

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Bolaño creía y practicaba una estrategia vital basada en la idea juvenil de mafia, de banda, de patota. En esta estrategia, no caben las mujeres ni los débiles. Lo curioso es que su generación y amigos literarios no eran tan aguerridos como él y sí había mujeres, entonces supongo que se sentía solo, le daban rabia e impotencia ante los escritores pusilánimes. Esa mala leche, en el fondo y en la forma, lo alimentaba para seguir tejiendo relatos con escritores y profesores como protagonistas. Llegó al máximo en 2666, en donde el tema de la literatura se convierte en una aventura pesadillezca, delirante y frenética, cuya complejidad es equivalente a una alfombra persas de dos kilómetros cuadrados.

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Bolaño ejercía la política en su narrativa y en su contacto con los medios de comunicación. Era un gran entrevistado, un personaje poderoso, opinante, que tenía enemigos y se solazaba embistiendo contra el poder, es decir, el establishment literario que tanto detestaba y cuyas figuras cúspides eran García Márquez con sus cómplices del boom, y Diamela Eltit, que fue agregada cultural y es pareja de un ex ministro y ex candidato presidencial. Y si bien veía en cualquier asomo de poder un eventual enemigo, no he leído textos de Bolaño que aludan a hechos políticos coyunturales lejanos a la literatura. Al parecer no alegaba contra los gobiernos y la coyuntura le importaba poco. Limitaba la política al campo literario. Tampoco encuentro en sus libros citas a Marx ni a Gramsci ni a Lukács ni a Foucault, siendo Bolaño un lector devorador. Es una incógnita cuál era su pensamiento y preferencias específicos en materia ideológica. Se consideraba de izquierda, un proletario, pero nunca ahondó en ese tema, solo entregó señales.

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Es evidente que Bolaño desconocía el psicoanálisis. Por lo menos no hay rastro de que haya pasado por una terapia o que entre sus lecturas estuvieran Freud y Lacan. El concepto de inconsciente que baraja procede del surrealismo: una caja negra donde recurrir para obtener imágenes e historias. Lo que es equivocado, ya que confunde a la imaginación y los recursos para acceder a ella, incluso confunde el subconsciente con el inconsciente. Pero quizá es muy positivo para la literatura que Bolaño no tuviera la sombra de esas ideas en su mente a la hora de escribir. Así no temía delatar sus fobias, sus pulsiones de muerte, no se camuflaba para evitar exhibir su yo y sus traumas y problemas. Si hubiera tenido presente el psicoanálisis jamás habría tenido la desfachatez para escribir de su padre, para hacer ese catálogo de mujeres asesinadas, su obsesión con el fracaso y su inmadurez, en la acepción que le da a Gombrowicz. Inmadurez es lo que tiene fuerza y potencia para desarrollarse, lo que está en movimiento, lo que es una mezcla, una etapa lejana al conformismo escéptico de los viejos. Bolaño amaba sus síntomas e hizo de ellos novelas y cuentos magnéticos, donde la exploración de la psicología no tiene espacio por la lentitud que implica. La psicología de sus personajes se hace evidente por los actos e impulsos de los que son descritos. Bolaño se desplaza por las superficies, conoce el surf intelectual para pasar de una digresión a otra sin tropezarse con la pesantez.

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El único crítico que le ha hecho justicia a Bolaño es Ignacio Echevarría. Juntos armaron una dupla que con el tiempo se ve cómo cambió la fisonomía de la literatura en español. Echevarría descubrió a Bolaño para los lectores, mostró sus claves, sus detonadores. Luego se hizo cargo de terminar 2666. Sospecho que Bolaño escribía pensando en Echevarría. Esas sinergias entre críticos y escritores se dan escasas veces en la historia y son gravitantes: siempre remecen el ambiente, provocan, dan envidia, peleas y risas.

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La maestría de Bolaño se muestra en sus monólogos. Ahí aparece el poeta que no sale en sus versos. En los largos monólogos que a veces constituyen relatos como “Playa” o “Jim”, articulados por una sola frase que va sumando sensaciones, información, más voces, digresiones; una sola frase que es una historia que se desenrolla sin que al lector se le corte la respiración que es acezante y capaz de unir a través de conjunciones simples una disparidad de asuntos hasta lograr un peso específico y voces reconocibles. Lo mismo se ve en pasajes completos de Los detectives salvajes y en Nocturno de Chile. El monólogo, singularmente, es un recurso que impusieron Nicanor Parra y Enrique Lihn, los padres espirituales de Bolaño, quien se inclinó por la poesía narrativa o la narrativa poética sin caer en lirismos.

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Los personajes de Los detectives salvajes son verosímiles, plausibles. El insurrecto como arquetipo está desarrollado de forma extensa en varios tipos. Acontece lo mismo con las mujeres misteriosas, entre brujas y hippies. Bolaño hace una serie de variaciones sobre el personaje de la mujer romántica, maldita, perdida. Este realismo con ráfagas alucinadas de Los detectives salvajes se extiende a novelas breves, anteriores y posteriores. En 2666 los personajes tienen desde un comienzo un molde grotesco y extravagante. Es imposible sentirse identificado con los habitantes de este libro. Muy distinto es el caso de Arturo Belano y sus amigos en Los detective salvajes, que son deseables y fáciles de imaginar. Son poetas jóvenes desaforados y ansiosos. La diferencia de matriz de ambas novelas es gravitante. Los detectives salvajes contará a futuro con lectores jóvenes que apreciarán la locura y pretenderán ser poetas. Son jóvenes que recurren año a año, país por país, como a una gruta a los libros de Baudelaire, Salinger, Kerouac y Artaud para iniciarse en otras sintonías con la realidad. Bolaño, entonces, tiene depositada su inmortalidad en un lugar al que pocos autores llegan: es una lectura de iniciación, que trata de temas relacionados con los irreverentes. Lo suyo es la aventura de la poesía, la visión romántica de que la literatura es una forma de vida que involucra el fracaso redentor. 2666, en cambio, caerá en manos de otros lectores. Es un grupo sin dudas más amplio, y al mismo tiempo más extraño y difícil de prefigurar.

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¿Qué significan los detectives en la obra de Bolaño? Son personajes que investigan, que ven debajo de las apariencias, que exploran, son los escritores que comprenden que la literatura no solo es la práctica de escribir y publicar, sino que es un estilo de vida peligroso. Bolaño al igual que Michel Leiris creía en que escribir era batirse a duelo con un toro con la posibilidad de que salte sangre tanto del torero como de animal.
Los detectives también son el lado oscuro, el mal cinematográfico, los que están fuera de la ley y hacen justicia sin pasar por la burocracia estatal. Los detectives son una alusión a la novela negra donde abundan y, al mismo tiempo, son un guiño a los aparatos de seguridad de las dictaduras que asesinaban y torturaban a través de esbirros que solían denominarse detectives.

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Mis libros preferidos de Bolaño son: Putas asesinas, Llamadas telefónicas y El gaucho insufrible, Los detectives salvajes, Nocturno de Chile y 2666. Sus otros libros me interesan menos que estos sobre los que vuelvo a menudo y siempre salgo estupefacto.

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Bolaño perdió el habla chilena, desconocía sus modismos, su slang, sus formas sintácticas identitarias, su entonación y rasgos nuevos. Eso lo transforma en un autor peculiar en la tradición chilena, sobre todo si consideramos por contraste que conocía a la perfección como se expresan los mexicanos y los españoles. Es más, sabe imitarlos y parodiarlos en sus textos. Esto ni lo intenta con su habla materna, la que se esfumó en su fuga, en sus recorridos y en su estadía en Blanes. Es un escritor extraterritorial dentro de la misma lengua. Está desplazado de su eventual origen y adopta otras hablas para narrar.

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Me consta que Bolaño tiene una obra oculta: su correspondencia era enorme y sus diarios de vida prometen mostrar el lado íntimo de un autor que funcionaba en posición de ataque, impersonal y valiente. Ya conoceremos sus requiebros, su espesor humano, sus obsesiones y formas de montarse y cabalgar la vida como el cowboy desalmado que siempre deseó ser.

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La obra de Bolaño no dejará discípulos directos. Es inimitable. Por supuesto que hay muchos que copian y se quedan con un par de recursos. Lo que es imposible de traspasar es su aliento, su forma de zigzaguear con la prosa. Aprender de él se puede, pero no emular su estilo, que es la síntesis de muchas lecturas pasadas por un cuerpo y por una mente apasionada que expelía palabras como dardos afilados.

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La melancolía de Bolaño es el sentimiento que seduce a leerlo. Su escepticismo, su fe en los caminos escarpados, su talante amigable y conversador tiene un correlato en episodios y cuentos como “Últimos atardeceres en la tierra”.

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Bolaño practicó el humor negro, gris y rojo, sin piedad. Sabía que era una bomba para desarticular cualquier agenciamiento que creía dudoso o infame. Sometió a su humor a sus enemigos y personajes con eficacia, en la tradición de Parra, de los poetas surrealistas y patafísicos y del grupo Oulipo.

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2666 es una post-novela, en su calidad de obra armada como una serie de varios volúmenes relacionados entre sí, de maneja semejante a como acontece con los juegos electrónicos, las sagas y las series televisivas. Son varias historias que se cruzan y se bifurcan llevando al lector por tantos territorios como experiencias pueda soportar su imaginación. La considero una novela heavy metal, que expande el concepto de libro.

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Cuando se publique una biografía completa y amena de Bolaño su mito se propagará todavía más. Es un capítulo que falta para esclarecer no solo al personaje, sino que también para alumbrar secciones de sus libros. Bolaño dejó ver en sus declaraciones y textos atisbos de su vida y de su carácter. Prefería a los autores que intervenían en la discusión, detestaba a los blandos, a los pusilánimes. De esa eventual biografía que escarbará en mito para atestiguar su trayecto y miserias, saldrá un hombre que se resistió a las concesiones. Pocos tienen la fe en la literatura que Bolaño prodigó con generosidad.

Notas al pie de página: Roberto Bolaño

Sobre el autor:

Matías Rivas es Director de Publicaciones de la Universidad Diego Portales y autor de los poemarios Aniversario y otros poemas, Un muerto equivocado y Tragedias oportunas, además de Interrupciones. Diario de lecturas.

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