Para un chileno nada es imposible, sigue insistiendo un banco, pero acá estamos.
Jô reemplaza a Fred. Es el peor Brasil en décadas. Cayéndose, Mauricio Pinilla le pega a la pelota y uno podría decir algo bonito, como que toda su inestable carrera pasó frente a sus ojos, que la gloria y la victoria y el fracaso, pero lo más probable es que por su vista no haya pasado nada, que con el calor y la fatiga lo único que hubo, la brazuca en el travesaño, fue un vacío y la fuerte confirmación de que nada tiene sentido. Un par de horas más tarde, James Rodríguez también le pega a la pelota. Como Pinilla pero de zurda, con mucha más elegancia y menor esfuerzo, con la dejadez que permite su talento. La brazuca otra vez en el travesaño. Fue un golazo.
México, la selección que menos merecía clasificar a este Mundial, ataca todo el primer tiempo a Holanda, el primer europeo en ganarse un cupo, invicto en las eliminatorias. Van Gaal, el entrenador que construyó el último gran Ajax, el que le devolvió al fútbol en los noventa el vértigo de los tres delanteros, el ataque intransable del 3-4-3, ordena a su selección esperar tras la mitad de cancha. Hasta el minuto 88, va perdiendo. Después Robben se tira en el área como si un francotirador hubiera acertado en una de sus vértebras lumbares. Memo Ochoa, el gran arquero mexicano, quizá el mejor de esta Copa del Mundo, fue el portero que más goles recibió en la liga francesa esta temporada. Su equipo, el Ajaccio, descendió y decidió no renovarle el contrato. Ahora está sin club y sin Mundial.
«¡Este equipo no merece nada de nada!». Bonini sabe de fútbol y se expresa sin cortesías ni contenciones en TVN. Una mezcla insólita en nuestros comentaristas, siempre tan balsámicos, permanentemente desinformados. El preparador físico habla de Grecia sin pensar en la comunidad griega en Chile y nombra a sus jugadores sin preguntarle a la embajada por la pronunciación. Grecia no merece nada pero obtiene algo. Chile merece algo pero no obtiene nada.
No volveríamos a celebrar triunfos morales, esa era la consigna, pero acá estamos. La gesta de haber estado a punto, de ser una amenaza. «Gracias a Dios clasificamos», dijo el arquero Júlio César. Dios no existe, el fútbol lo demuestra. Otro arquero, el nigeriano Enyeama, le ataja todo a Benzema, Pogba y Griezmann: achiques, reflejos, voladas. Corta mal un centro y su equipo está fuera.
Lo lindo de este Mundial también ha sido lo triste. Nadie siente lástima por Camerún, que no quiso defender ni atacar, pero la mayoría de los equipos que suelen perder han salido a ganar, y eso los hace más queribles en su derrota. Es lo que hace Argelia contra Alemania: aunque esperan bien parados atrás, los africanos contraatacan con cuatro y hasta cinco jugadores, sin mayor respeto. Como Löw no es Van Gaal, aceptó el desafío, el arquero Neuer jugó de líbero y el partido fue una delicia de ida y vuelta.
Messi, después de los arqueros, fue el jugador que menos metros ha corrido en el partido ante Suiza. «Argentina no puede apostar a que lo salve Dios, a que lo salve el Papa». Bonini está indignado. A dos minutos de los penales, Messi se saca a un par de defensas y deja solo a Di María. Sesenta segundos después, Suiza tendría su propio pinillazo.
Un hijo nace muerto, la pelota pega en el palo, alguien se encuentra dos lucas en el suelo. A Hulk le anulan un gol legítimo, a Alexis le tapan un penal. Para un chileno nada es imposible, sigue insistiendo un banco, pero acá estamos. Estoy orgulloso de ser chileno, repiten muchos en la calle, y eso es lo bonito: que lo que un grupo de hombres haga con una pelota le de algo de sentido a vivir en los límites de una nación. En un país que, de todas formas, no parece muy orgulloso de tenernos como sus habitantes.