Para que nunca más Pedro

por · Enero de 2015

Hablar sobre ti para mí es muy difícil. Nadie me lo ha pedido, no soy alguien de quien se busquen escuchar las palabras de tu despedida. Escribo porque sencillamente soy yo la que quiere despedirse. Yo no te conocí, solo te vi una vez hace un par de años. Estabas firmando tus libros en la […]

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Hablar sobre ti para mí es muy difícil. Nadie me lo ha pedido, no soy alguien de quien se busquen escuchar las palabras de tu despedida. Escribo porque sencillamente soy yo la que quiere despedirse.

Yo no te conocí, solo te vi una vez hace un par de años. Estabas firmando tus libros en la Feria del libro. Cuando entraste yo estaba sentada en la escalera sin zapatos porque hacía mucho calor. Era verano. Entraste corriendo, atrasado supongo, con dos personas más haciendo escándalo. Algo dijeron que me hizo reír, no recuerdo qué era entre todo ese ruido de autos y risas y chuchás, pero me hizo reír y tú me miraste mientras abrías la puerta y me dijiste algo que sonaba a un cumplido. No recuerdo exactamente qué dijiste ni cómo lo dijiste, me encantaría recordarlo, pero por más que trato de volver al momento, no escucho más que ruido y risas y veo sus manos volando de lado a lado. Tan solo recuerdo tus ojos, negros como aceituna. Esos los recuerdo como si los hubiera visto ayer.

Después de que entraste yo me quedé sentada afuera fumando y tomando una Fanta en la entrada. Mis amigos entraron a verte. Yo no quise entrar porque estaba fumando, eso fue lo que dije, que estaba fumando, pero en realidad no quise entrar porque soy tímida. Soy tan tímida que no me pude poner a pensar en cómo comenzar hablarte. Ellos salieron después de un rato apurados y riéndose. Me dijeron que les habías firmado el cuerpo porque no tenían libros para pasarte y que después tú los habías mandado a comprar. Se fueron corriendo al negocio de la esquina a comprar cerveza y yo me quedé sentada donde estaba, tomándome una Fanta pensando en qué cosas les habrás dicho para que parecieran tan felices. Yo no te conocí, Pedro, porque ese día no entré. Yo solo recuerdo tus ojos negros mientras sonreías. Yo no te conocí porque ese día tuve miedo. Tuve todo el miedo que tú jamás, y hoy día siento vergüenza. Pensé que ya tendría la oportunidad. Pensé que quizás en otro momento. Pensé. Pensé que habría más días, que no sería solo ahí, solo ahora, que cuando sea mejor, más grande, más sabía, más potente. Pero el tiempo se acaba y no entendí, Pedro, que nada de eso importa. No entendí que nunca estuviste lejos. Que había que estirar la mano y alcanzarte, con toda esa humildad. Quizás ese fue el problema, que andabas siempre desnudo, siempre humilde, siempre franco y a nosotros hay que enseñarnos. A nosotros hay que convencernos de que la vida es más sencilla y que lo realmente importante, lo único importante es saber reconocernos. Recuerdo tus ojos porque recuerdo tu mirada que me atravesó como una espina amable. No quiero nunca tener miedo de nuevo, Pedro. Te prometo ahora que nunca voy a tener miedo de nuevo. Porque tú te has ido pero tus palabras se me han quedado pegadas a la ropa, a la piel, a la boca. Palabras que me gritan ¡Levántate mierda! ¡Levántate tú también y alza la voz! Por ti, por todos, por decencia. Para que nunca más, Pedro, para que nunca más.

Para que nunca más Pedro

Sobre el autor:

Tania Lagos

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