Pasos continuos

por · Diciembre de 2021

A fines de noviembre, se presentó el volumen que reúne los poemas de la artista visual Francisca Aninat. Acá, seleccionamos cuatro textos de la autora y una contratapa de Roberto Merino.

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Amarillo

Esta vez voy a escribir de mí. El amarillo aún no se deshace del todo con las hebras, entonces doy otra vuelta a la calle y no sé bien quién eres, si nos vimos antes o yo te he inventado —a veces pienso que conocerte a ti, el amarillo es un color tan crudo, en algunos sabemos que produce ceguera si se mira así firmemente, y por eso no pongo espejos en esta casa, para no ver esa luz reflejada del mediodía sino asegurarme de andar cómodamente por estos rincones. Entonces, uno que otro pasillo desde donde movernos, buscando los ángulos para encontrarnos. Yo tomo mis propios pasos, no quiero encontrarte a ti, porque sería mirarme a mí. Y las manos van tomando ese color amarillo pálido como el florero que ayer coloqué sobre la mesa. Solo sé que te paras firme, me pesan mis brazos, intento levantarme, pero a esa hora del mediodía la ceguera es plena, el amarillo sobre mis muebles, tus pasos, mi velador, dejando todo emblanquecido. Y si hablo de mí, tendría que entrar en unas capas subterráneas todas cambiantes, no sé qué hay tras de mí, soy toda humedad y no logro entender qué sucede cuando una capa de mí se une a una capa de ti, tal vez porque eso no pasa y mi ser permeable ya ha sido sesgado ante mi misma mirada. ¿Quién sabe quién soy yo? De pronto a mí no me interesa, sé que puedo estirar mis brazos y alcanzar las cosas cercanas, el velador, un libro, otro libro y las manchas del vaso de ayer, pero si entro mi brazo, encuentro un todo tan denso que sé que no ha sido sesgado por el amarillo al cual refiero. Ese color. Entonces tú te detienes, será que entiendes quién soy? En todas mis capas, como un musgo, como un pantano, donde tú la serpiente, yo solo el lugar, donde el amarillo es la amenaza desde donde encontrarnos y ojalá no hacerlo porque yo soy pérdida, como la mitad de este, un pasillo que no tiene un comienzo. 

Pasos continuos

Aparecía en las tardes y encendía aquello que quería olvidar, las veredas, ventanas y las puertas de afuera. Sus pasos continuos, arrancaba iluminando los rastros de cuerpos desde donde yo me podría sostener. Entonces, me decía despacio: anda a buscar esa otra tranquilidad, pero moviéndose ya estaba. Yo me daba cuenta, no había forma de domar desde siempre a un mismo animal. 

Gris

Corrían ese rumor, los pumas bajan y rondan las casas cuando hay escasez de animales. Esos días espesos de noche levantan otro gris que una vez me mostraron y aprendí a mirar con los años. Parecía convincente, había que comer el corazón —era carne dura, te haría más fuerte. Una vez que uno aprende a percibir de esa manera, basta un día nublado y aparece ese gris que se esconde en sus blancos, dibujando las formas sin competir con sus espaldas. No podía dormir. No era un dolor físico, o sí, era ambos. Me había sentido más débil que nunca, similar a la soledad que sentía ahora frente a mis notas y al animal acechando afuera. Volviendo al color que refiero, que atrae la oscuridad y debilita las sombras en su dureza, este gris en el que me encuentro yo ahora, que todo me inunda hasta que me pierdo. Izquierda o derecha, me lo han dicho anteriormente. Tendría que saberlo yo misma, ayer prometí no volver a equivocarme. 

Carbón

Esa noche me dijeron que tenía que enterrar la voz, así los muertos dejarían de oír. Caminé hasta la calle que colinda con la Alameda, no sabía cómo enterrarla. Debía rasguñar la tierra para así sumergir las palabras. Mis pulmones ardían, era tan alto el esfuerzo, mientras a lo lejos, cerraban la pieza, echaban las cartas y encendían las luces. 

Pasos continuos

Por Roberto Merino

En nuestra disposición psíquica subsiste un orden de experiencias que está lejos de la comunicación, lejos de la conversación, por cuanto no es traducible a una esfera temática. Se trata de episodios que recordamos haber vivido o soñado –a veces intensamente–, pero que permanecen para siempre en la punta de la lengua o en un pliegue de la conciencia, sin que encontremos las palabras indicadas para su descripción.

Hacia allá, me da la impresión, se dirigen los “pasos continuos” de Francisca Aninat, o sea sus hermosos textos indagatorios, que se plantean como poesía en la medida en que se sostienen en una cadencia mental y en lo que se podría denominar una “emoción material”. Lo que hacen los pasos continuos es merodear en forma sostenida por el pasado más remoto y fronterizo o por los deslindes del sueño para aclarar escenas de relativa oscuridad.

El mundo reconstituido por estos textos está hecho de deslumbramiento, de extrañeza, de exploraciones, de espejos, de jardines, de parques, de carreteras, de habitaciones vacías y de un tamiz general de irrealidad que todos reconocemos. Es un trasfondo sin el primer plano, por el cual se cruza eventualmente un rostro, una presencia, el fragmento de un diálogo. La belleza incógnita de Pasos continuos radica en la precisión con que se registra aquello que está a punto de desvanecerse.

Imagen de portada: "Patio de Luz I", técnica mixta, 2019. F. Aninat
Pasos continuos

Sobre el autor:

Francisca Aninat

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