Reseña de su show tras la cordillera
No hay nada en el mundo que te prepare para ver a Paul McCartney en vivo. Ni los DVDs ni los discos en vivo, ni las experiencias de amigos y conocidos que lo hayan visto ya sea ese jueves 16 de diciembre de 1993 en el Estadio nacional, o los afortunados que se lo toparon en el primer mundo. Una vez que estás ahí, en una de las sillas numeradas del Estadio River Plate, nada te prepara.
Para mí, ver a Paul McCartney se había convertido en un asunto de vida o muerte. Gestionar todo, desde conseguir las entradas hasta ver el pasaje y el alojamiento para los tres días en Buenos Aires. Todo organizado, todo listo para verlo no una, sino dos veces, miércoles 10 y jueves 11 de noviembre. El primero, en una de las sillas numeradas de la cancha. El segundo, desde atrás, en Platea Cabecera.
Al llegar a Buenos Aires un martes por la noche, vas viendo que prácticamente no hay afiches en la calle anunciando el par de shows de Macca. No es sorpresa, ya que TODAS las entradas se habían agotado en asunto de horas. Así se respiraba la “McCartneymanía” que describían en los diarios locales.
Y la masa hizo fila en las inmediaciones del estadio de River para hacerse de un buen lugar. Colas interminables que se amenizaban escuchando radios de Argentina y respirando el ambiente, junto a mi fantasmita. Se ven familias completas esperando ingresar al recinto. La gente de seguridad y de los accesos te recibe muy amables. “¿Qué tal, chicos? Adelante” es lo que se escucha. Totalmente civilizado.
Instalarse en una de las filas numeradas de la cancha de River es asombroso, Con visión periférica, veíamos la inmensidad del recinto. Parece un edificio, altísimo a más no poder, y llenándose de gente en las graderías. Otra cosa que sorprende es el aviso de utilidad pública que hace la productora: en las pantallas, justo antes del número de apertura, se indican las salidas claritas para el final de la jornada, además de varias medidas de seguridad y convivencia. Así da gusto, ¿no?
En ambos shows, abría Andrés Ciro, ex vocalista de Los Piojos, que habían cerrado su carrera con dos River llenos. Ciro es de esos personajes que todo el mundo conoce allá, y aunque toque un set acústico con la mitad de su banda, tiene estatus de estrella.
20:30 horas marca el reloj, y de las enormes pantallas verticales se activa una huincha con íconos pop (Beatles, Macca con Linda, Swingin’ London, gringos 60s, etc), y de fondo suenan unos interesantes remixes da varios hits de Wings y algunos de los Beatles, todos compuestos por sir Paul. La sección que más se disfruta sin duda que es la de los covers. Un “I wanna hold your hand” por Al Green, un “You can’t do that” de las Supremes lo hacen impecable, dando paso a lo que íbamos. Por lo que habíamos recorrido tanto para estar ahí, rodeados de gente por todos lados.
21 hrs en punto. La huincha se apaga y la música de fondo se desvanece. Es el momento. Paul McCartney, vestido de traje y con su icónico bajo Hofner, aparece en el escenario y el estadio se viene abajo. “Venus and Mars / Rockshow” junto con “Jet” son las encargadas de abrir la que sería una larga tirada de 36 canciones. Paul suena fuerte y rockea con esa banda de cabros con la que recorre el mundo desde hace unos 8 años. Todo fuerte, todo sólido, todo con energía renovada. A sus 68 años, Paul rockea como si tuviese 50.
Si el estadio ya se había venido abajo, terminó de entregarse por completo con “All my loving”. El imaginario beatle en la pantalla de fondo y toda la gente cantando completaban el cuadro, un River convertido en un verdadero karaoke beatlero. ¿Es un sueño? Para nada. Ahí está McCartney, a tan sólo unos metros de distancia, amplificado a ambos costados del escenario con pantallas de altísima definición. Esto es real, y ahí estoy viviéndolo a concho. “Letting go” pasa como una aplanadora, justo antes de la soulera “Got to get you into my life” y el primer cambio de instrumento de Paul: una Gibson Les Paul pintada con varios brazos en alto, para “Let me roll it”. Y después, al piano con “The long and winding road”, que llega directo a nuestros espíritus. Bien sabemos el largo y sinuoso camino que hicimos muchos (al menos 500 chilenos) para cruzar la cordillera y ver el show de nuestras vidas. Las lágrimas de la fantasmita que me acompaña y las mías salen de inmediato. ¿Es un sueño? ¿Nos morimos y llegamos al cielo? Para nada. Es real. Y más encima, en una despejada noche en Buenos Aires.
“Ésta la escribí para Linda, pero es para todos los enamorados”, dice Paul antes de tocar un emotiva “My love”. Y si estabas en el concierto al lado de tu amada, eras la persona más feliz de ese minuto, escuchando la voz de McCartney afectada por la emoción, en uno de los momentos más lindos de la jornada. Las pantallas enormes amplifican sus ojos hinchados de emotividad, y no hay descanso para escuchar “Nineteen hundred and eighty five”, del “Band On The Run” de 1973, que por estos días luce en las vitrinas de disquerías totalmente remasterizado, la “excusa” para mostrar actualmente.
Inmediatamente después, se manda un par de sorpresas con “I’m looking through you” y “Two of us”. Macca lo tiene intacto, y sabe sorprender en el instante preciso, listo para quedarse solo en el escenario.
Eso si que es fuerte. Un River lleno con 45 mil personas, viendo al “genio”, al “Einstein”, al “Beethoven”, al “papá de Dios”, como le gritaban seguido desde la cancha.
“Blackbird” suena solemne y pulcra. El homenaje a su amigo John Lennon con “Here today” es correcto y Paul parece que va a llorar. Se relaja el mood con “Dance tonight” (de las pocas firmadas el siglo XXI que toca en sus sets en vivo), donde se luce Abe Laboriel Jr, el baterista, carismático como él solo, con una coreografía antes de instalarse en la batuca.
El pogo de “Mr Vandelit” (también el remozado “Band On The Run”) contagiaba a cualquiera, y eso que tiene más acústicas que nada. Macca maneja los ritmos como nadie sobre un escenario. Posa para los fans, les dedica palabras en un accidentado español y tiene todo listo para ir avanzando en el setlist.
Nuevamente el batero se luce pero no en sus tarros, sino que con voces de armonía para “Elaanor Rigby”, y aquí defiendo al gran Paul “Wix” Wickens: no por nada lleva tocando junto a Macca por más de 20 años. Es el mismo hombre de las teclas que estaba en la banda cuando pasó por estos lados en 1993, y por su cuenta es capaz de entregar sintetizadores, arreglos de cuerdas y toda clase de sonidos. Un mago el gran Wix, como para sacarse el sombrero.
¿Un ukelele le pasan a Paul? Claro que sí, para una canción “en memoria de mi amigo, George”. Comienza a tocar “Something” en el pequeño instrumento de 4 cuerdas, y entra la banda después, junto con varias fotos proyectadas. La más tierna es la primera: en plenas sesiones en Abbey Road, Paul apoya su cabeza en el hombro de George. Camaradería que se da una sola vez en la vida.
Me sorprende ver que las canciones del set que son de su proyecto “The Fireman” acá, en el estadio, se las saben todas. Las corean como si fuesen clásicos, y no es distinto con “Sing The Changes”, donde se proyectan imágenes de Obama difuminándose en estrellas. Después del momento político, otro clásico que echa abajo el estadio: “Band on the run”. Y el héroe acá es Brian Ray, mezcla de Tom Petty con Steven Tyler en el semblante. De la eléctrica a la acústica de 12 para el cambio de mood de esta verdadera pieza pop perfecta que se despachó sir Paul con los Wings, justo antes de rcordar “Ob-la-di, ob-la-da”, clasicona del Álbum Blanco, con participación del respetable. Ahí vemos en las pantallas a Charly García, disfrutando como un fan más en las primeras filas.
“¿Quieren rocanrolear?”, pregunta sir Paul antes de que suenen los aviones aterrizando para “Back in the USSR” y la memorable “I’ve got a feeling”. Ojo. Que sir Paul se cuida la voz y, deliberadamente, no hace los gritos registrados en el “Let It Be”; no por nada, puede hacer una tirada larga en un show, ¿cierto? Macca sabe que el capital se debe cuidar. Se pone su Epiphone Casino sunburst original, con la que grabó “el siguiente disco”…. “Paperback Writter”, una maravilla. Eso sí, la fragilidad de las Casino le permite usarla sólo para esa canción.
Sin anuncio, doble homenaje a Lennon con “A Day In The Life” y “Give Peace A Chance”. Acá, todos cantan la coda, y la emblemática canción final de “Sgt Pepper” la banda la toca como si fuese una sencilla, cuando en verdad es un verdadero desafío que sólo se le ve hacer airoso a Neil Young. Vamos para las 2 horas de show y qué mejor que pasar a “Let It Be”, con un solo improvisado de Rusty Anderson, el guitarrista que saca suspiros a las chicas del lugar.
Nada, absolutamente nada, te prepara para lo que se viene. Sabíamos que hay pirotecnia en “Live and let die”, pero se los juro, al encenderse el fuego desde el escenario, se siente el calor hasta unos metros más allá. Y los fuegos artificiales dan un sabor épico que dejan a cualquier show de Kiss chico. Y el remate con “Hey Jude” y la participación total de hombres y mujeres en el público.
Hasta ahora, más de dos horas de show…
“Day Tripper” y “Lady Madonna” para el primer bis de la noche, con Paul y sus jóvenes escuderos ya en los descuentos de la jornada, antes de despacharse una poderosa “Get Back” y las energías están ahí, intactas. Nadie quiere que este sueño hecho realidad de acabe. Y por lo que se ve, tampoco McCartney, quien vuelve con su Epiphone acústica afinada en Re para tocar “Yesterday” antes de la locura hardrockera de “Helter Skelter”.
Y el final, siempre llega. A Macca le gusta empezar a cerrar con decir que ya es hora de dormir, es una costumbre desde sus días con John, George y Ringo. Así que el final es el final no más, y punto. Mejor vivirlo al máximo. Y era que no, con el medley de “Sgt Pepper’s” en clave reprise, y The End, con solo de cada uno de los de la banda.
Las lágrimas no dejan de caer. Ahí estábamos, aplaudiendo a mares al maestro de la música, al evento cultural más importante que anda dando vueltas por el mundo. Al que funciona independiente de las circunstancias.
Y se despide con “nos vemos mañana…”. Esta vez, desde atrás.
Con 20 minutos de atraso, arrancó con “Magical Mystery Tour”, el primero de cinco cambios en el set con respecto a la noche anterior. ¿El momento más especial? Para mí, el que tocase “Bluebird” por primera vez en más de 30 años (no la hacía desde los días de Wings). También “Drive my car”, rocanrolera como ella sola. Y dulces acústicos con “I’ve just seen a face” y “And I Love Her”.
Debe haber sido por ser segundo día o porque la emoción fue mucha la noche anterior, pero McCartney se mostró más cumplidor de las formas la noche del jueves 11. No estuvo a punto de llorar ni con la voz requebrajada por la emoción. Todo en su punto, todo impecable.
Él sigue su camino; ahora va a Sao Paulo para dos shows seguidos. Pero para nosotros, ésta en Buenos Aires estaba pintada para ser la última posibilidad de verlo sobre un escenario.
No perdamos las esperanzas…