Pendejo sudaca
Apuntes del último concierto de Ases Falsos en el lanzamiento de Arca discos, el nuevo sello chileno que desde hoy comercializa su disco debut Juventud americana (2012).
«Aquél que nunca ha hecho nada quiere hacerme ver/ que todo es tan fácil de hacer». Gira el Juventud americana (2012), un disco tan nuevo que hasta hace una semana se movía rigurosamente prestado de mano en mano, de link en link, juntando rayas y descargas entre desconocidos, con la mueca de cuando hay oro sólido en la yema de los dedos.
«Luego me ofrece una lata, que le aceptaré y que me sabrá como la hiel/ es mi señal para irme de aquí a devolver tu observación al Mapocho» sigue la letra de “Salto alto”, unas las nuevas quince canciones que sintetiza bien el espíritu de este álbum: no es la postura del «dime algo que no sepa», acá está la imagen de una adolescencia como campo de concentración.
De cuando la fruta va ordenada por cajón, de la vida en modo avión, de cuando se prende el piloto automático de todo, o no, y hay que llevarlo encima y camuflarse con el decorado, o escapar y perderse todo el tiempo.
De los amigos cagados por la polola, adormecidos en marihuana, de los que salieron por un rato y volvieron, pero en realidad no volvieron nunca más.
Acá, en el primer álbum de Briceño, Sánchez y del Real como Ases Falsos, hay un empujón para «retroceder nunca, rendirse jamás», pero también un salto largo en lo musical: es el mejor trabajo a la fecha desde los registros firmados como Fother Muckers.
Lleno de frases para decirte a ti mismo en los peores momentos, con un puñado de imágenes para no terminar perdiéndose en el ruido audiovisual de la telepolítica. «En más de alguna ocasión me acusaste de flojear/ puede que tengas razón, pero cada vez que tú te vas de acá/ yo me pongo a correr como un perro aysenino/ ¿será que es diferente ser dueño de uno mismo?» dicen en “Estudiar y trabajar”.
Para recordar las cosas importantes en la letra chica, en los personajes secundarios del plano del televisor. Como esos pacos que graban los operativos («Fuerza especial»), todos los perros callejeros que atacan al chorro del guanaco en el aire («La sinceridad del cosmos»), o para dejar de preguntarse cómo será saltarse las reglas y simplemente actuar («La flor del jazmín», «Estudiar y trabajar»).
«Mira como se portan los perros callejeros/ cuando se enfrentan estudiantes y carabineros/ los animales no se equivocan los animales nunca se equivocarán/ son portadores de la sinceridad del cosmos», cantan en “La sinceridad del cosmos”, a mitad de semana, en un boliche de Santiago. Esto es importante porque el Club Subterráneo no está lleno y Ases Falsos es parte del lanzamiento de un nuevo sello chileno.
También es la primera vez sobre el escenario de su nueva formación. Ahora Martín del Real se pasó, desde la batería, a la primera guitarra que dejó Héctor Muñoz; Boris Ramírez de Primavera de Praga ocupa su sillín como nuevo integrante oficial, a un costado de Francisco Rojas, a cargo de la guitarra acústica y los teclados, con Simón Sánchez en el bajo y Cristóbal Briceño en la voz y guitarra eléctrica.
En Juventud americana (2012) los Ases Falsos dicen demasiadas cosas para un buen número de gente y eso se nota cuando Briceño canta con los ojos apretados, cuando no está moviéndose y saltando con la guitarra al ritmo de sus canciones.
Cosas como: «me dan ganas de salir/ con mi perro a disfrutar la ciudad/ sin tener que colocarle la correa a su collar», o: «pero en cuanto a nuestro plan/ fijo que a algún viejo le ladrarás/ y sabemos que se asustan y les baja la weá» como dicen en “Quemando”, o hasta, «Berlusconi renunció/ son cosas que pasan cuando hay un empresario de presidente» como cantan en el coro de “Europa” que cierra con un justiciero «cómasela, Europa».
De un tiempo a esta parte parece que el cantante que reparte bebidas energéticas de mano en mano, entre la primera fila de su público, se ha fugado hacia demasiadas partes: al rescate de la canción popular de amplitud modulada en castellano, en Cristóbal Briceño y la estrella solitaria; al cine en la banda sonora de Ilusiones ópticas (2009) o actuando en Bonsái (2011); a las canciones que prepara con su otro proyecto Los mil jinetes.
También a sitios como la muerte: Briceño se ha matado en algunas de sus nuevas letras o lo han hecho sus personajes, al menos desde un tema como “Archipiélago” del disco El paisaje salvaje (2010) a las nuevas “Séptimo cielo”, “Pacífico” o “Salto alto”.
Quizá como parte de la variedad de colores de este nuevo álbum, que parece escrito frente a un televisor destellando distintos bloques de un noticiero chileno: el drama de un inmigrante kinois en Copiapó (“Venir es fácil”), la crónica de un rehén de piratas somalíes (“Golfo de Adén”), la crónica roja escolar (“Séptimo cielo”) o el registro de los movimientos sociales en televisión (“Fuerza policial”, “La sinceridad del cosmos”).
Este disco entra de seguro a la pelea de fin de año entre Libro de Jorge González, Acuario de Manuel García, el debut de Los Jardines Humanos y todavía hay que esperar lo nuevo de gente como Los Bunkers, Astro, Gepe y las sorpresas.