Por qué no se queda

por · Marzo de 2013

González hizo un último concierto antes de regresar a Berlín, en la explanada de Matucana 100. Esta es la revisión de casi dos horas de show, donde hubo espacio para cóvers, temas de Los Prisioneros y sus trabajos como solista.

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Después de sobrevivir a los 80’s, a los errores y al fracaso.

Después de desarmar a Los Prisioneros hasta deshacerlos una y otra vez y de escribir un puñado de himnos del rock nacional sin fecha de vencimiento por décadas.

Después de probar suerte en solitario, de los presupuestos de varios miles de dólares, de Gustavo Santaolalla.

Después de la autodestrucción, de sus discursos incendiarios entre medio de instrumentales improvisados sobre sus canciones.

Después de haber oído mil veces: «¿y esto es comercial? ¿se parece a Los Prisioneros? ¿Va a ser rebelde? La carta de Claudio Narea…».

Después de fugarse hacia demasiadas partes: las drogas, Víctor Jara, la cumbia, la música electrónica, el extranjero.

Despues de todo eso, Jorge González parece volver de ningún sitio, o de un lugar no muy distinto al encierro, para seguir rayando las páginas de treinta años de historia musical, unidas por un solo hilo tejido desde La voz de los ’80 (1984) hasta el reciente disco Libro (2013). Su rechazo al conformismo.

Van cuarenta minutos de atraso, en su concierto de despedida en la explanada de Matucana 100 y González —que viene de Viña y pronto regresa a Berlín— no aparece.

Una fila de cuadra y media que todavía no consigue entrar es la causa, mientras el escenario se llena de un humo blanco que flota hasta la calle y se mezcla con el rojo de las balizas policiales y la noche se carga a un par de cuadras de la Alameda con Ecuador.

10:44. «Son hermosos ruidos» grita González y esto empieza y algunos levantan sus puños y otros cierran los ojos y saltan.

«Gracias por venir, vamos a celebrar que ya pasó toda la fiesta de “ñaVi” y vamos hacer un recital para los fans como se debe: sin tele», son sus primeras palabras.

Parece que siempre hay algo con qué bromear en sus shows.

Después de “Sudamerican rockers”, González aclaró los supuestos $100 millones que recibió en el Festival de Viña. «Quiero desmentir eso que dijo Dj Méndez que me habían pagado una cantidad enorme de dinero por Viña. Fue muchísimo menos. Es una lástima porque él es un súper buen Dj, me encanta como mezcla, pero alguien le informó mal».

Abajo, unas 3500 personas ríen, gritan y completamos todas sus canciones. Siguen “Quieren dinero” y “Mi casa en el árbol”, su primer single como solista.

González tiene la voz intacta, pero esto es un concierto de rock y a veces cambia las letras y a veces sonamos más fuerte que la amplificación del cantante.


Gonzalo Yáñez —que está a su izquierda— parece atado a su Gibson Lucille que explota el sonido original y austero de estas canciones: el guiño a The Outfield de “Paramar” y “Sexo”, con Jorge del Campo al otro costado, con un bajo Gibson rojo colgado al hombro, mientras los dos hacen las segundas voces y dejan a Jorge González la tarea de repasar sus propias letras y a veces irse al piano.

Pocos se saben “Nunca te haría daño”, pero a continuación el show retoma su fuerza con “Tren al sur”, “Fe” y “Corazones rojos”, con Pepe Carbone en teclados y Pedro Subercaseaux en la batería, que previamente había tocado dos shows en el festival Neutral como Pedropiedra.

Siguen “Es muy tarde”, la traducción de “Everything counts” de Depeche Mode, “El baile de los que sobran” —con dedicación a todos los que quedaron fuera del concierto y a los curiosos que miraban por la reja que daba al escenario—, y el cóver de Violeta Parra “Arauco tiene una pena”.

Ahora «una dedicada a nosotros mismos», empieza “Por qué no se van”, donde González cantaba en 1986 «Si viajas todos los años a Italia/ si la cultura es tan rica en Alemania/ ¿Por qué el próximo año no te quedas allá?», pero 27 años después parece responderse él mismo en este documental de Maximiliano Mellado por las calles de Friedrichshain, el barrio obrero donde reside en Berlín: «este es el único lugar donde puedo ser yo».

Entre medio del verso «si tu apellido no es González ni Tapia» grita fuerte «¡grande Miguel!» y hay aplauso cerrado.

Ahora viene un breve bis y González regresa solo con una guitarra de palo para tocar “Esas mañanas” y “Amiga mía”, con un enorme coro que quedó en unas pocas voces, cuando fue el turno del cóver “Esquemas juveniles” de Javiera Mena y ahora sube toda la banda y la masa se agita al ritmo de “Estrechez de corazón” («No te pido nada más/ que me entregues el marrón») y la nueva “Ámate” del disco Libro.

En “No necesitamos banderas” vuelve a la carga con su monólogo: «Cambio de dibujo en el escudo nacional: en vez del huemul un perro policial, en vez del cóndor un jote» completando que «si Evo Morales y Piñera quieren pelear, que vayan al ring y peleen ellos. Que se arremanguen la camisa Hinzpeter o Golborne, a ver si son tan hombres. Para esos picantes la guerra es un videojuego».

Y sigue: «Estamos gobernados por todos los alumnos de uno de los cobardes más grandes de la historia, el general Pinochet. Hay que tener cuidado, que no nos manden a una guerra contra Perú o contra Bolivia porque ya no tuvieron ningún problema en mandar al Ejército a matarnos a nosotros mismos, no tienen ningún problema en mandar a matar a los verdaderos dueños de estas tierras, que son los mapuches. ¿Qué problema tendrían en tratar de matar a nuestros vecinos? Está bien la banderita cuando es un partido de fútbol, pero hasta ahí no más».

Los gritos se mezclan con un montón de gente que intenta avanzar hasta el escenario para ver a González de cerca, parece un mito viviente.

«¿Queréis rocanrol?» pregunta a continuación y suena “Pa pa pa” y casi pegada —para sorpresa de su banda— se lanza con “La voz de los 80”, el primer sencillo en la historia de Los Prisioneros.

12:26. Para el bis final, una que faltó en Viña, “Necesito poder respirar” que en otra década popularizó Albert Hammond y que González cruza sobre el final con el verso «she’s running out the door/ she’s running out/ she runs runs runs runs /runs» de “Creep” de Radiohead.

Luego le dedica a Alfonso Carbone, “To love somebody” en la versión de Bee Gees. El ex directivo de Feriamix (empresa que ahora pretende controlar la venta de tickets de sus artistas, además de sus planes de marketing en Chile y el extranjero y de la venta de sus discos, tal y como la estadounidense Live Nation) que trabajó por más de 15 años en los catálogos locales de Warner Music y La Oreja, y que actualmente trabaja junto a González en su autobiografía.

A las 12.35 arranca “Brigada de negro” («en las manos aparecen sendos iphones negros/ fotografiando sin cesar») y cierra casi dos horas de música en vivo y también dos años de conciertos con esta misma formación, que debutó en enero de 2011 en una memorable noche en el Teatro Caupolicán.

Ahora regresa a Berlín, pero… ¿por qué no se queda?

Por qué no se queda

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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