Princesa Leia

por · Marzo de 2016

Es solo una travesía por el desierto hasta alcanzar el momento de plenitud.

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Como todo el mundo sabe, el año pasado fui candidato a Jurado del Pueblo del LVII Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Contaba con tres poderosas motivaciones, que proclamé a los cuatro vientos: «a) Me he preparado toda mi vida; b) Hace un par de meses comencé un estricto régimen para llegar en perfecta forma al Festival; c) Este año participará la mejor artista del momento, Javiera Mena, y sería un inmenso orgullo poder acompañarla». A pesar de que logré entusiasmar y movilizar a una importante cantidad de poetas, académicos, intelectuales y flautistas dulces, la producción del evento optó por Sandra Ossandón, mucama del hotel O’Higgins por más de treinta años, quien luego demostraría un notable desempeño. Acepté este fracaso con hidalguía y altura de miras, pero también con un profundo dolor. Mi adorada Marcela, quien tuvo que tolerar el stress de mi campaña («¡me tiene chata tu egocentrismo!», fue lo más suave que me dijo) me consoló diciendo que al menos por fin había logrado bajar algo de peso. Mis entusiastas amigos me animaban a postular al año siguiente, pero yo ya no quería saber nada más del Festival. Ni siquiera tenía intenciones de ir a ver el show de Javiera Mena, porque estaba seguro que me daría demasiada pena. Solo tras mucha insistencia por parte de mis queridas Damas Chinas decidí comprar las entradas. En buena hora les hice caso; si no, me hubiera perdido el mejor show de mi vida.

A diferencia de ocasiones anteriores, este año el Festival partió lento para mí. No presté mucha atención a la cobertura de prensa previa, excepto por una graciosa entrevista de Roka Valbuena a Javiera Mena, en la que ella puso en duda su hombría, sin duda el atributo que Roka Valbuena valora más de sí mismo. Roka deslizó una pequeña mención a mí cuando dijo que entre sus seguidores se contaban «fans adultos, académicos, poetas que calzan chalas». Para Roka, desde que éramos compañeros de universidad, primero fui «el poeta hermético» y después me convertí en «el vate chaludo». Tampoco me junté a ver la Gala con amigos, y preferí ir al cine con Corrales! y su nueva novia Fran a ver Zoolander 2. Corrales! se reía a carcajadas, mientras yo miraba de reojo la transmisión de la gala desde mi celular, hasta que apareció Javiera, que se veía muy elegante y divertida. Luego Corrales! se quedó dormido.

Algunos pensarán que mi desatención se debía simplemente al despecho por no haber sido escogido como jurado. En parte es cierto: con mi asesor de imagen Javier Fernández, señero panelista de SQP, incluso habíamos planificado mi look para este evento. La verdad completa, sin embargo, es más profunda. Durante esos días me aboqué a ayudar a mi sacrosanta esposa en los últimos retoques de un elocuente ensayo sobre el silencio que ha estado escribiendo en los últimos años, y también me enfoqué en las lecturas de mi nuevo curso para este semestre, titulado “Teorías sobre nada”. No pude evitar el influjo de estos textos. Empecé a abrazar el desapego, como enseña San Juan de la Cruz: «hay que perder el gusto por el apetito de las cosas». Me propuse alcanzar aquel estado de silencio místico que predicó el maestro del quietismo, Miguel de Molinos, que invita a dejar de lado todo deseo y pensamiento «si quieres oír la suave, interior y divina voz». Solo mediante este proceso purgativo borraría todas aquellas preocupaciones mundanas que turbaban mi entendimiento. Solo así sería capaz de limpiar mi alma para que pudiera ser atravesada por la luz.

A lo largo de esos días de preparación, solo hubo un momento de turbación que me sacó de mi estado meditativo. Se trató, obviamente, del infame e injusto ataque que sufrió nuestra artista tras su dúo con Alejandro Sanz. La mala leche y profunda ignorancia musical de los desalmados trolls se hizo sentir con una amargura inusitada. De ese estado de angustia solo pudo rescatarme la propia Javiera. Si antes la admiraba, la admiré aún más cuando respondió a la prensa con un orgullo y simpatía a toda prueba: «Mis pensamientos se pusieron juguetones justo en el momento en que no debían serlo. Pero al final hubo una empatía grande y siento que fue algo muy bonito».

A medida que nos acercábamos al sábado, se constituyó en nuestro campamento base de Valparaíso el equipo completo que asistiría a apoyar a nuestra ídola, compuesto también por cuatro avezadas fans: Muriel, Camila, Paloma y Poli. Esa tarde, ellas partieron temprano a la galería para reservar asiento a sus compañeros adultos mayores, y además prepararon un vistoso cartel. Junto a Marcela llegamos al final de la presentación de Wisin e incluso nos animamos con algunos de sus hits, pero luego tuvimos que padecer la rutina de Ricardo Meruane. En un momento vi pasar al notero Hugo Valencia, quien días antes había demostrado una conducta reprobable respecto a Javiera. Se acercó para preguntarme qué me parecía el show de Meruane y le dije: «Es solo un momento de espera antes del mejor show del festival: Javiera Mena». Pero qué te parece este show, replicó, y le respondí con las enseñanzas de los místicos: «es solo una travesía por el desierto hasta alcanzar el momento de plenitud».

Y ese momento de plenitud por fin llegó. Carolina de Moras y Rafael Araneda, con sus anteojos blancos bien puestos, presentaron a «una revolucionaria y transgresora del sonido». El show comenzó de inmediato, con una rápida sucesión de canciones muy prendidas. Sus amigos del jurado se sumaron rápidamente a la fiesta: Sandra Ossandón seguía el ritmo tímidamente, mientras Renata Ruiz bailaba desaforada. Más atrás, la tía Coty sonreía, confirmando la sabia elección de esta artista para el Festival. Otro periodista se me acercó para preguntarme qué pensaba de este tipo de shows en la Quinta Vergara y le respondí: «Chile tiene ahora el privilegio de poder escuchar a la mejor compositora nacional desde Violeta Parra».

Mientras disfrutábamos intensamente, una parte de la galería se notaba indiferente. Marcela me comentó que gran parte de estos amantes del reggaetón parecían resistirse al goce estético que la música les estaba ofreciendo, que no querían entregarse, que eran prekantianos. De todos modos, en el escenario se estaba llevando a cabo una verdadera ceremonia. Las canciones desarrollaban su dinámica muy gradualmente, hasta convertirse en himnos infinitamente contagiosos. No en vano el filósofo Hugo Herrera calificaría después a la cantante como una «machi galáctica». En efecto, flanqueada por sintetizadores, controladores midi y un Moog Voyager, parecía comandar una nave espacial. Fue solo entonces que comprendí la verdad definitiva para la que me había estado preparando todo este tiempo, cuando oí una voz interior que me decía: Javiera Mena es nuestra princesa Leia.

Cuenta la leyenda que su primer show fue con un PC y tres flautas dulces. Ahora, esas flautas eran reemplazadas por espadas láser, que las estupendas bailarinas dirigidas por Tuixén Benet blandían debajo de sus faldas muy provocativamente. La sincronía entre la coreografía, las luces y la música era tan perfecta y sugerente, que ya no me las podría imaginar por separado. Javiera comandaba la misión: cantaba, susurraba, incluso jadeaba, movía perillas, lanzaba samples, animaba a la audiencia, ajustaba sus movimientos a los tiros de cámaras, subía, bajaba y también bailaba. Cada una de sus sonrisas era una declaración de principios. Ya lo había advertido algunos días antes: «Mi espectáculo tiene un mensaje feminista. El liderazgo de la mujer en mi show es algo intrínseco. Son temáticas que me interesan, pero yo no soy una artista de protesta: creo que mi música aporta a la empatía y a la felicidad».

Hacia el final del show, presentó por su nombre a todas las integrantes de su tripulación. Cuando terminaba de cantar “Yo no te pido la luna” sus ojos se humedecieron. Tras anunciar la gaviota de oro, Carolina de Moras le dijo al oído: «Atesora este momento porque es maravilloso». Después Javiera expresó: «Yo hago la música porque me sale del alma. Yo hago la música porque la siento en el corazón». Mientras la entrevistaban Andrés Caniulef y Carola Mestrovic en el backstage, se asomó Don Omar a felicitarla vivamente. Fue una lección para los seguidores que aguardaban su presentación. Don Omar es, evidentemente, kantiano.

Mientras nos retirábamos, le comenté al resto del equipo que este deslumbrante espectáculo me había recordado las fulgurantes apariciones de Raffaella Carrà y Miguel Bosé bajo la concha acústica, que había visto por televisión cuando niño. Mi madre me envío un mensaje: «Se nota que es una show woman» y luego añadió el comentario de mi padre: «Show sólido, potente, multifacético y siempre afinado. Step aside Madonna!!!».

Ya era muy tarde y pronto me fui a acostar. Estaba contento porque la preparación previa me había permitido tener mis sentidos abiertos para disfrutar todas las dimensiones de esta experiencia. La emoción que sentí mientras coreaba sus canciones había borrado cualquier rastro de la pena por no haber sido elegido jurado. Solo lamentaba no poder transmitirle de manera directa a Javiera mi eterna gratitud. Mientras me quedaba dormido pensé en lo bonito que sería poder compartir con ella y todo su conjunto la celebración de este rotundo triunfo. Entonces comencé a soñar que estábamos con ellos en el patio de una casa muy linda y antigua, y que me subía a una banqueta a dar un discurso. Le decía a Javiera que, antes de entrevistarla por primera vez el año 2010, ya había decidido que las tres personas que más admiraba en el mundo eran ella, Felipe Avello y Marcelo Bielsa. La felicitaba a ella, a algunos miembros de su staff que he tenido la suerte de conocer, como mi talentosa amiga Josefina, un simpático joven que se hace llamar Calama y la amable Uxía, y a todos sus fantásticos intrumentistas, coristas, bailarinas y técnicos. Les decía que lo que juntos habían hecho era un ejemplo para nosotros. Recordaba que Javiera había declarado en la conferencia de prensa posterior «estuvo difícil, pero lo difícil te cría de una manera potente», y por eso le dedicaba sentidamente una frase de José Lezama Lima, uno de mis poetas favoritos: «Solo lo difícil es estimulante». Luego todos brindábamos, levantábamos la gaviota y bailábamos hasta el amanecer. Me prometí no olvidar nunca esta alegría. No quise despertar, y aún no despierto de este sueño.

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Sobre el autor:

Felipe Cussen (@felipecussen) es investigador del Instituto de Estudios Avanzados de la USACH y co-autor de Mil versos chilenos y Opinología, entre otras publicaciones.

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