¡Qué lindo canta Palmenia!

por · Febrero de 2016

Publicado por SCD, el libro ¡Qué lindo canta Palmenia! desmenuza la intensa vida de Palmenia Pizarro, figura crepuscular en la música popular de los años ’60.

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A fines de 2015 apareció ¡Qué lindo canta Palmenia! (2015, SCD), un libro que desmenuza la intensa vida de una figura crepuscular en la música popular chilena como Palmenia Pizarro. Lo siguiente es el texto de presentación del libro, una investigación a cargo de los periodistas Silvia León Smith y Ricardo Henríquez Saá, publicada por SCD.

Es verano y la charla transcurre animada, con grandes vasos de jugos naturales que le recuerdan su infancia, cuando los preparaba en su casa de El Almendral. «¡Qué lindos tiempos, a pesar de la pobreza!», comenta Palmenia Pizarro.

La idea de una biografía la seduce, «porque sería la oportunidad para dar a conocer mi verdad respecto de hechos que el público supo por boca de otros». Lo dice sin resentimientos, pero con la convicción de que tiene «cosas» que decir.

Para dar fuerza a todo lo que contará utiliza una línea de su gran éxito “Cariño malo”, que le entregó el destacadísimo compositor peruano Augusto Polo Campos: «Soy sincera al confesar (Se ríe). lo digo porque no tengo asuntos ocultos».

Qué duda cabe que es la estrella musical más arraigada al sentir del pueblo chileno, porque representa a millones de mujeres y hombres que cada día luchan, resisten y aman.

Y es que su nombre es sinónimo de canto desgarrado y pleno de emotividad. Palabras armoniosas que surgen desde el alma y que le aprietan el corazón como si en cada interpretación se le fuese la vida.

Es que a ella solo es posible calificarla en singular. No hay quien se acerque a su forma de contar historias de amor y desamor, donde la fidelidad y la entrega total se unen con el engaño y el desprecio. Es el llamado «estilo Palmenia Pizarro», donde al canto se suma su presencia escénica que llena los escenarios, con un vestuario pleno de colores y luces. En ella no hay plural.

Tal como grandes nombres del arte musical del mundo —«Édith Piaf o Judy Garland, por ejemplo»—, no es posible narrar por separado su vida personal y artística, porque ambos caminos se entrelazan, se armonizan y se confunden. Como cuando debía interpretar su éxito “A mi esposo” —«el hombre que más quiero, el padre de mis hijos a quien venero»— mientras en la intimidad era maltratada. O años después —al sufrir traición y abandono—, cuando el repertorio exigía una promesa trascendente: «Si Dios me quita la vida antes que a ti, le voy a pedir ser el ángel que cuide tus pasos». O sea, imposible los paralelos. Persona y artista son una sola.

No hay quien alguna vez no haya amado con intensidad o sufrido por la misma razón. Para todos ellos, Palmenia tiene una canción. Los plenos y felices escuchan o cantan “Vuelve pronto”, “No morirá mi amor”, “Cómo no voy a quererte”, “Propiedad privada” o “Te extraño”. Mientras, los traicionados las hallan en “Desprecio”, “En vano”, “Amor se escribe con llanto”, “Que seas feliz” o “El último acto”. Pero también las relaciones complicadas tienen voz en “Triángulo”, “Ajeno”, “Amor de unas horas”, “Escándalo” o “Esa”. Y se encuentran expresiones de la separación social en “Mi pobreza” o cantos de ilusión en el “Sapo cancionero”. Son cientos los títulos, por lo que cada admirador tiene su historia en uno o más de ellos.

Cualquier hombre o mujer sufriente de amor valora que Palmenia les cante «Si sufres por mi amor, sufres en vano», «Y sé que andas diciendo que no soy digna de tu querer», «Sonríele a la vida, vamos seca ese llanto», «Todavía me acuerdo de ti, aunque pasen los años por mí» o «Amar no es un delito porque hasta Dios amó». Y “Cariño malo”, el más querido. El más trascendente cuestionamiento al amor perverso, a ese que se finge, «que es el peor de todos, porque implica ocultar una verdad a quien supuestamente se ama», explica la artista, conocedora profunda de amores y desamores.

Pero, a comienzo de los años 70, un absurdo rumor casi le cuesta la vida. Había sido un triunfo tras otro. Desde mediados de los años 50, Chile entero se había estremecido con su talento único. Entonces, alguien tenía que hacer «algo» frente a ese arrollador éxito y respaldo popular.

En “Patria mía” resume: «El éxito fue mi castigo, mi condena más brutal; porque aquí, patria querida, no lo pueden perdonar y me tuve que marchar».

Sumó fuerzas para partir lejos y triunfó.

Partió en 1972 y volvió —definitivamente— en 2002. Fueron treinta años en México, donde la acogieron con agrado y calidez. Desde allí se proyectó al mundo. Ningún escenario le quedó grande en Europa, Japón, Australia, Canadá o Estados Unidos. Lugares que se sumaron a sus conocidos Ecuador, Argentina, Perú, Colombia, Venezuela, Panamá. Y qué decir de su Chile amado, al que jamás olvidó ni renunció.

Ahora está aquí y sigue cosechando el aplauso y el amor de su público incondicional. Es la «Palmenia morena» junto a su pueblo. Y dos grandes artistas nacionales le han cantado. Tito Fernández al valor de sus interpretaciones: «Palmenia, me enamoré con tus canciones, después fueron mis hijos y mis hijas; yo he visto amar a dos generaciones, bajo el manto de Dios que te cobija». Y Pedro Villagra a la injusta experiencia: «Por tus propios hermanos tu gloria fue negada, y frente a esa mentira tu música triunfó En todo el firmamento distingo una clara estrella que enciende mil canciones, pues Palmenia es verdad».

«Gracias a Dios, mi corazón sigue latiendo fuerte para seguir junto a mi público al que le debo tanto y al que siempre he amado con total transparencia y sinceridad», refiriéndose a la operación cardíaca que enfrentó hace algunos años.

Está segura de que el sentimiento musical lo ha centrado en su órgano vital: «¿De qué otra forma podría haber llegado a las distintas generaciones que me han seguido hasta hoy?». Es que no hay dudas que su canto emocionado no puede surgir más que del corazón y del alma. Es la voz desgarrada e inconfundible de América. La artista del pueblo. Ese mismo que siempre entendió las razones de su partida y que la recibió con sus brazos abiertos tres décadas después.

Pasan los meses y los jugos veraniegos son reemplazados por té, café y onces invernales, preparadas por ella misma con la ayuda de Andrés. Se ocupa de que haya «cositas» dulces y saladas en la mesa. Incluso, pone chilenísimos «calzones rotos», que también llevó a Claudia Conserva y Fernando Solabarrieta cuando en esos días la invitaron a Menú, programa musical del mediodía de TVN.

Treinta sesiones permitieron conocerla mejor. Su pobreza, sueños, persistencia, obstáculos. El apoyo de su padre, la rectitud de su madre y el amor por sus hijos, así como las relaciones sufridas y felices. Sus primeros éxitos y sus giras nacionales en micro, con Sandro y Ginette Acevedo, entre muchos. La envidia y la descalificación. Su exitoso pasar en México y viajes a otros continentes. Su triunfal regreso. En definitiva: su verdad. Y en la grata cercanía de las gratas tardes de conversaciones interpretó decenas de canciones, algunas famosas y otras menos conocidas. Todas entrelazadas con experiencias personales.

Sus 73 años de edad y sus 51 de trayectoria se ven consolidados con su vigencia. En los últimos meses ha actuado en el Festival Internacional de Cine de Valdivia, Calama, Rancagua, el casino de San Antonio, Antofagasta y Puerto Varas. Además, inauguró el ciclo de viernes culturales vespertinos en Mega —Más vale tarde, conducido por Álvaro Escobar—, estuvo en un foro respecto de la música de la década del 60 en La Red —Mentiras verdaderas, conducido por Jean-Philippe Cretton— y la continúan entrevistando para medios impresos e Internet, así como para radioemisoras de todo el país.

Se encuentra en la última fase de producción de su disco número 80 y durante el primer semestre de 2015 realizó un gran concierto en su querido teatro Caupolicán.

Medallas, estatuillas, galvanos y diplomas adornan varios muebles y paredes de su residencia. Agradece cada uno de esos reconocimientos.

Y ni el éxito o la férrea trayectoria de su singular talento de interpretación la han cambiado. Sigue siendo ella: humilde, respetuosa con todos, amable, generosa, de gran espiritualidad y eterna agradecida de sus seguidores.

A pesar de los dolores y sufrimientos —con una nobleza sin límites—, fue capaz de perdonar a quien inventó un rumor para destruirla, así como a quienes se hicieron eco de esa afirmación.

Llega la primavera y vuelven los jugos. Las cálidas tardes iluminan su pequeño jardín donde emergen las primeras flores. Y sorprende obsequiando macetas con matas de aloe vera, base del producto de belleza que la llevó hasta Alemania.

En el último encuentro solicita incluir unas palabras. Y las entrega con tranquilidad y emoción, en su estilo: «agradezco a la SCD por el alto honor de incluirme en su colección de artistas merecedores de un libro y a ustedes, los autores, por la oportunidad de permitirme recordar tantos momentos de mi vida y cientos de canciones. además, hacer llegar mi respeto y cariño a todos quienes lean mi historia, donde comprobarán que sigo siendo la misma persona de siempre».

Sí, porque el éxito nacional e internacional, los premios, la trayectoria y la vigencia no la han cambiado. Además, su calidad interpretativa permanece inalterable. Lo dicen expertos y cientos de miles de admiradores, quienes coinciden hoy con lo que en 1962 sentenció Petronio Romo, el recordado y querido locutor de Concepción: ¡Qué lindo canta Palmenia!

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¡Qué lindo canta Palmenia!
Silvia León y Ricardo Henríquez
SCD, 2015
351 p. — Ref. $15.000

¡Qué lindo canta Palmenia!

Sobre el autor:

PANIKO.cl (@paniko)

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