Quemar un colegio

por · Junio de 2015

En Desastres naturales, una veterana profesora se niega a jubilar. En el camino, su antigua sala de clases se convierte en un intento golpista contra su empleador. La película del director Bernardo Quesney se estrena el próximo 18 de junio.

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En más de una escena de Desastres naturales podría haber sonado “School’s out”, de Alice Cooper, como un guiño cruzado a la rabia que albergan ambas propuestas, pero el enlace habría sido un recurso maniqueo y la película de Bernardo Quesney está lejos de serlo.

Raquel (Anita Reeves), la protagonista, atraviesa un potrero con actitud inquietante. Va camino a su antiguo trabajo, donde estuvo por más de veinte años educando a varias generaciones de una localidad rural indeterminada en el mapa de Chile. La inesperada visita deriva en gritos, golpes y el secuestro de una profesora joven que ocupa su lugar (Fernanda Toledo), además de amenazas, planes desesperados y una soporífera obra de teatro que advierte no llegar a puerto, considerando el escenario crítico que se vive dentro del aula.

En el terreno colindante al colegio están las ruinas de la escuela anterior. Hay cuadernos, archivadores y pupitres fosilizados por el polvo y las llamas de una tragedia que aún resuena. Esos escombros y los corrales con animales (vivos, cabe destacar) son los que visita Valentina (Catalina Saavedra), la burócrata directora del establecimiento, para encontrar una respuesta al pequeño infierno que ha caído sobre su feudo y que amenaza como un amago de perder la subvención que recibe.

Es en los primeros años de colegio donde se ejecutan y absorben las primeras y más vívidas formas de represión, autoritarismo y discriminación. Y es en ese grupo del cuarto medio, que cierra filas alrededor de la rechazada educadora, donde mejor se expresan las tres formas, y donde se distribuyen los roles de otra obra de teatro. Una mucho más interesante que la que ensaya Federico (Cristián Carvajal), un neurótico profesor de lenguaje que padece la frustración de no ser entendido por sus imberbes pupilos.

Acá nadie escucha a nadie. Todo se transforma en un diálogo de sordos, de egos y de reacciones viscerales. Los pasos en falso de la negociación con la directora, acompañada de su esbirra Patricia (Paola Lattus), incluyen a la hija de Raquel, el personaje de Lucía (Amparo Noguera), que emerge agobiado y entregado a la derrota en la relación con su progenitora. Entonces la comedia nace de lo insólito, de lo aberrante y de lo patético. Un estilo de humor similar al de La Nana (2009) y Gatos viejos (2010), ambas de Sebastián Silva, con el que esta película también comparte a uno de sus guionistas: Pedro Peirano.

Pero la comicidad expande sus raíces mutantes a la ciénaga de un subgénero poco conocido y bautizado como psycho biddy, esas películas de mujeres mayores siempre inestables mentalmente e insertas en ambientes de violencia con toques de melodrama y humor perverso, donde algunos estandartes honoríficos son ¿Qué pasó con Baby Jane?” (1962) o Canción de cuna para un cadáver (1964), en el que los alcances con Raquel, sus alumnos (Monserrat Ballarín, Sebastián Ayala, Juan Ananía, Carol Brito) y los ya citados, forman un cuerpo sugestivo.

Inspirado quizá por su rol de director de videoclips del último pop chileno, las bucólicas y lúgubres composiciones visuales de Quesney muestran que los vestigios del antiguo recinto, el voluble alumnado que fuma a escondidas y juega a la pelota, y los animales cautivos, al igual que cuando ocurre un desastre natural de tipo telúrico o volcánico, todo un país termina por entregarse al anestésico del acostumbramiento, donde al final del día es mejor dejarse perder, detener los cuestionamientos y salvar lo poco que va quedando para seguir viviendo en una bizarra forma de tranquilidad.

Quemar un colegio

Sobre el autor:

Fernando Delgado es comunicador audiovisual y guionista de series y teleseries en TVN, MEGA y CHV.

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