Roberto Merino: hablemos de algo

por · Abril de 2015

¿De qué hablamos cuando hablamos de Roberto Merino? Revisando sus dos últimos libros de columnas, Pista resbaladiza y el reciente Padres e hijos, intentamos una respuesta.

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Un buen ejercicio para entender a Roberto Merino es verlo en una de sus clases de ensayo en la UDP. Ahí da cuenta de su habilidad para hablar de cualquier tema desde un ángulo ignorado y esa especie de alquimia verbal que es capaz de poner en funcionamiento de un momento a otro: de una idea de Samuel Johnson salta a una canción que escuchó en la radio, y como si nada, subiendo por otra rama, termina con la ansiedad por la hora de cierre en los diarios.

En el mismo barrio República, Merino confiesa un método para las columnas semanales: no tener ningún tipo de pauta. Esto es, a última hora, llegado el momento de escribir, escribir sin nada en la cabeza y sin saber de qué va a tratar su texto.

Lo dijo Edwards Bello: como caiga, lo primero que aparezca.

Algo visto, algo leído, algo recordado; cualquier detalle sirve de pretexto para seguir escribiendo.

Roberto Merino nació en 1961 y su obra es más bien escasa: un libro de ensayos, dos de poemas y algunos más de crónicas de opinión. Aunque también sería justo apuntar que parte de su trabajo ha sido el de un fantasma, compilando la Antología del humor literario chileno (2002, Sudamericana) y las columnas y crónicas completas de Joaquín Edwards Bello, o editando las desaparecidas revistas Apsi y Fibra, y el diario El Metropolitano.

En la escritura de Merino los márgenes parecen inexactos. Puede ser la defensa de un espacio de la memoria, como la sobremesa ociosa con el sentido común. Están ahí el asombro pero también la displicencia, la biblioteca personal y la búsqueda de una verdad —que no es absoluta sino la más útil.

Así se presentan sus columnas, que publica desde hace más de diez años en el diario Las Últimas Noticias: como una divagación hasta alcanzar un punto inesperado alimentado por recuerdos, vivencias y un imprevisto humor negro como la mugre del microondas.

Cuando la razón nos falla, empleamos la experiencia, ensayó Montaigne. Y Merino, que hizo de caminar por Santiago uno de sus sellos distintivos, se ha especializado en apuntar los cambios de la capital chilena a través de sus propias interrupciones asociativas.

En los capítulos de Horas perdidas en las calles de Santiago (2000, Sudamericana) y Todo Santiago (2012, Hueders), por ejemplo, resuelve la trampa de la recusación del hoy y la creación de mitos del ayer, aclarando ese espejismo de que hay una degradación del estilo de vida y un abuso de la nostalgia.

Como un autor que evita la fabulación, Merino recorre muchas zonas para bailar la cueca de la existencia en esos lugares en permanente transformación, que son los mismos terrenos de la adolescencia y la infancia en la memoria, también en permanente transformación. Solo así se entiende la aparición de Pista resbaladiza (2014, Ediciones UDP) y Padres e hijos (2015, Hueders), sus últimas entregas compiladas por el editor Andrés Braithwaite.

En la escritura de ambos, la memoria funciona como una cuestión dinámica: no es estrictamente nostalgia sino que un batido de realidad, experiencia, reconocimiento, cosas olvidadas, cosas que se recuerdan y cosas que no.

«Los recuerdos, la ciudad, el bagaje literario, el humor oblicuo y el asombro configuran una especie de autobiografía involuntaria», apunta Braithwaite en Pista resbaladiza, un libro que en lugar de Santiago revisa otros materiales a mano del autor, que son los de muchos: el calor del verano, las mujeres («a las mujeres por lo general no les gusta que uno use la palabra ‘tetas’. La encuentran ofensiva y prefieren el término avícola ‘pechugas’. Esto es evidentemente ridículo. No conozco ningún hombre que no les diga ‘tetas’ a las tetas»), las siestas en los baños del trabajo y hasta las redes sociales.

«Si no existiera el olvido, la vida se volvería intolerable», escribe Merino en la columna “No te olvides de mí”, una de las noventa que componen el volumen.

Más adelante, en “Algo allá lejos”, apunta que «los jóvenes no tienen idea de la fugacidad de todas las cosas». Ese es uno de los tonos de Pista resbaladiza, la angustia: «yo presumo que cualquiera de nosotros se ha levantado alguna vez a las cuatro de la mañana preso del efecto emocional que le dejaron unos sueños que no puede recordar; y que en ese estado se ha asomado a la ventana a tratar de reconocer la calle en la que vive».

Como un autor pendiente del flujo de palabras, pensamiento y circunstancias, Merino se mimetiza en los cafés de Providencia. Allí, entre el ruido y la soledad del anonimato, su escritura se acuesta con recapitulaciones y las evaluaciones de su propia vida.

En esa línea, hace unos años le dijo al programa del cable Trazo mi ciudad que el rumor de los cafés «es el mejor sonido para desconectarse y poder seguir la línea de los pensamientos».

A la altura de “Fuera del mundo”, otra de sus columnas, empuja con fuerza uno de sus aforismos: «en el maldito universo, que flota a la deriva de la eternidad, todo termina por dar fatal y esencialmente lo mismo».

Una segunda posibilidad de entender a Merino es leerlo en formato de libro, que no es lo mismo que semana a semana en el diario. Acá, el lector no solo ve a través de sus ojos sino que acompaña al personaje —y aparece solapada su autobiografía.

En “El hombre de la buhardilla”, como una confesión, escribe: «quería ver llover tras los vidrios grasientos, criar un gato, tomar café de cocinilla y llenar ceniceros. Suponía que de ese modo llegarían la poesía a mi mente y las amantes a mi cama». En otro pasaje, titulado “Cosas de viejo”, anota: «quizá no sea mala idea cambiar de rubro en la recta final de la vida. Ya sabemos: siempre está la posibilidad de terminar a gritos sobre un escenario tormentoso, con el sintetizador a todo guareque, los bluyines rotos y las greñas al viento».

En Padres e hijos, su último libro, Merino calibra esa mirada hasta las relaciones familiares, donde sitúa el origen de todos los mitos y males que regirán la existencia.

Los adultos aparecen cautelosos de repetir errores, entre necedades y sermones, pero también de los silencios y actitudes misteriosas de un niño que pagó las incertidumbres de sus padres. «Hijos y padres son referencias de navegación, como los faros o las formaciones estelares: brillan para nosotros en la medida en que nos desplazamos quién sabe hacia dónde», anota el autor.

Sus propios hijos, parece decir entre líneas, trajeron de vuelta a sus padres.

«Ignoro si los niños de hoy —absorbidos como están en sus laberintos tecnológicos instantáneos— tienen tiempo para aburrirse por falta de estímulos. Me da la impresión de que el día les queda corto, o que las horas pasan muy rápido para ellos», escribe en “El tiempo expandido”, una de las casi cuarenta columnas de este volumen.

En “Aburrirse hasta que duela” anota: «hay algo más que nos constituye: una cosa angustiante, que llega de lejos (…) algo que tiene la forma de un haz de rayos aguzados, algo impersonal y que no hace preguntas ni ofrece respuestas: el tiempo».

Aunque universales, los temas son puertas adentro y levemente encaminados a un punto en que dejan de ser ajenos: el sueño infantil, la defensa del aburrimiento, la importancia del tiempo muerto en una ventana o la violencia de los mandatos y las obligaciones se mezclan con el desprecio por cierta literatura infantil. «Los ingleses —descontada la faramalla de los gnomos— siempre han tenido claro que los niños curiosos tienen una especie de sed de realismo», escribe en la columna “Un embeleco prestigioso”.

Más adelante anota otro botón: «no hay empatía posible con el Principito mismo, con el personaje de la historia, porque para los niños éste representa al pesado del curso: el agrandado sin humor, cartesiano, correcto, censurador y, en una de ésas, soplón».

«Jamás dos hombres juzgaron lo mismo de la misma cosa, y es imposible ver dos opiniones exactamente similares, no ya en hombres distintos, sino en el mismo hombre en momentos distintos», escribió Montaigne. Merino, por su lado, prueba que a cualquier edad hay algo borroso que ocultar, y que, casi como una idea fija, los padres reflejan a los hijos y viceversa.

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Pista resbaladiza
Roberto Merino
Ediciones UDP, 2014
276 p. — Ref. $12.000

Padres e hijos
Roberto Merino.
Hueders, 2015
100 p. — Ref. $9.000

Roberto Merino: hablemos de algo

Sobre el autor:

Felipe Ojeda (@paniko).

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