Roger Waters: todos contra el muro

por · Marzo de 2012

Jorge Baradit revisa la pasada del inglés por el Nacional.

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Vino a nuestro país. Aprovechó de juntarse con el presidente Piñera y con la líder estudiantil Camila Vallejo, y dijo que las Malvinas eran argentinas (después se arrepintió), pero más: durante dos jornadas tocó uno de los discos clásicos de su banda. El escritor Jorge Baradit, revisa la pasada de Roger Waters, para hacer el The Wall Live.

// Reseña: Jorge Baradit • Fotografías: Luis García Gutiérrez.

Me costó un par de días definir qué me pasó el viernes 2 de marzo en el Nacional. Presencié un espectáculo impecable, por fin vi la leyenda on stage con su protagonista original. La gente salió plena, como después de una comida con vino y sexo; sonrientes, intoxicados, con endorfinas saliéndole por las orejas. Bien, casi todos, algunos salimos con algo creciendo en el estómago del corazón, en la guata de la mente. Algo tan molesto como elusivo.

Después de algunas discusiones descubrí que el evento no era objetivamente analizable. Había demasiados factores emocionales involucrados, padres con hijos que vieron el espectáculo abrazados, abuelos reviviendo con lágrimas los sonidos de su adolescencia, pendejos alucinados con la parafernalia, el peso de la leyenda.

Se supone que debía estar emocionado, alucinado e hiperventilado, pero tenía la sensación de haber tenido una cita con Jessica Biehl y que el sexo hubiera resultado malo. Algo falló.

El show comienza con un bombardeo de efectos especiales: explosiones, luces e imágenes estrobo que consiguen sacarte la cresta, dejarte tambaleando, mareados, como nos gusta (puta que nos gusta el mareo, fumamos, tomamos y tiramos por el mareo, por olvidarnos un ratito y fundirnos con lo que sea, un escenario lleno de luces y participar de la leyenda en este caso, como moscas en la pared). El Messerschmitt Bf-109 cuelga perfecto sobre el cable que todos vimos desde temprano, hacemos como que nos sorprendemos de verlo aparecer y alucinamos con que explote frente a nuestros ojos y contra el muro. Waters 1 – Público 0. Pero desde ahí todo se me hizo cuesta abajo. Caché que quería creer, caché que le habíamos abierto las patas a Waters antes de ver un minuto del espectáculo siquiera. Chile estaba entregado.

Mátenme, pero es lo que me tocó. Créanme que daría todo por haber salido cautivado, arrebatado como muchos. Creyendo haber vivido una epifanía, un evento milenario, el tercer secreto de Fátima, pero no. La verdad es que vi una comedia músical increíble y maqueteada, políticamente destemplada y sin riesgo, a un Waters caricatura de sí mismo, un show parafernálico con mucha cabeza de comité y sin mucho corazón. Un cadáver maravillosamente bien maquillado con la mejor tecnología, pero un concepto seco. Mi cabeza me jugó una mala pasada y no compré. Sentí que había ido a una especie de ComicCon a ver a Margot Kidder vieja, intentando por todos los medios de creerme que estaba frente a Lois Lane. En vez de eso me encontré con una comedia musical súper bien ensayada pero fuera de época, nostalgia decadente, elefantiásica, destemplada, los últimos petardos de un mamut al que le sacan los penúltimos dólares. Supongo que la decepción es la moneda con que se paga por tratar de revivir maravillas con 30 años de retraso. Si poh, ir a un recital de McCartney no es ir a un recital de Los Beatles, pero estuvimos tan abandonados en el culo del mundo que queremos creer que sí.

Un error que debo admitir fue pensar que iba a un concierto de rock. Nada más lejos de la verdad, era una banda de buenos profesionales imitando un disco, ni siquiera a una banda, a un registro grabado. Los recitales buenos son imperfectos, con improvisaciones, con vida propia, distinguibles unos de otros. Fue mi error pensar que iba a ser así. El único momento en que me sentí en un recital fue con el increíble solo de guitarra en Confortably Numb, el resto del tiempo me vi escuchando la recreación perfectirijilla de un sonido de otro tiempo, un show multimedia súper interesante.

No me tomen a mal, tampoco. El show es impresionante, el trabajo tipográfico sobre el muro, los íconos, las gráficas, los graffitis fueron lo mejor de la noche, las animaciones no tanto, algunos montajes realmente alucinantes… ya, pero, y qué más. Pucha, igual creo que el público objetivo de Pink Floyd no tiene mucha cultura en espectáculos multimedia y sintió que The Wall es un espectáculo único, novedoso y nunca antes visto, y la verdad es que, a menor escala, hasta La Troppa ha hecho cosas mejores. Como dato, lo del avión ya lo hizo Pink Floyd en Wembley el año ’74 durante la gira Dark Side of the Moon, por ejemplo.

También encontré la raja la postura política de Waters, otras veces no tanto. A su mensaje original anti bélico y anti Tatcheriano le agregó el anti-corporaciones y pro democracia en pueblos lejanos, pro Siria, anti sioinista, anti comunista, anti religión, anti fascista, anti neoliberalismo, anti… qué se yo. A ratos me sonaba tan comprometido políticamente como esos tipos que salen a un escenario y gritan Save the whales!. Punk-Disney. Tan genérico y abierto que termina siendo políticamente correcto. Me pareció más directo, claro y molesto (buena señal) la pataleta de Morrissey que el panmensaje megalomaníaco del ciertamente genial Waters.

Apuntes finales:

– Soy admirador de Waters, en serio.

– Para ver una buena banda de rock tocando Pink Floyd el video para ver es Delicate Sound of Thunder, claramente.

– El único momento con vísceras y rock lo puso el público cuando secuestró al chancho y casi lo destroza.

– “Mother should I trust the government?… NI CAGANDO!“. Es la cuña para todo el 2012.

Ojo, igual es un tema de guata. Le pido disculpas a todo el que honestamente dejó la garganta cantándoselo todo, se secó las lágrimas con una polera desteñida de Dark Side of the Moon y abrazó a sus amigos treintones, cuarentones o cincuentones en el rito de paso más masivo del último tiempo, una verdadera misa para cerrar un círculo demasiado abierto, una deuda demasiado esperada. Lo mío fue inesperado. Me encanta que la gente haya alucinado, seguramente soy yo el equivocado. Pero cuando uno escucha The Wall en su contexto hay un desgarro evidente que no se sintió por ningún lado ese 2 de marzo entre tanta parafernalia maravillosa. The Wall es un disco radioactivo, tóxico, peligroso como alguna poesía; pero lo que ocurrió esa noche fue una opereta alucinante, una comedia musical súper producida sin el corazón que le recordaba. Una cáscara.

Eso es, lo de esa noche fue un maravilloso espectáculo, pero The Wall era otra cosa.

Roger Waters: todos contra el muro

Sobre el autor:

Jorge Baradit (@baradit) es escritor y diseñador, autor de las novelas Ygdrasil, Trinidad y Synco.

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