Shameless: sobrevivir a la familia

por · Enero de 2015

En su quinta temporada la serie barre con todo: desarma la familia —o lo que nos han enseñado sobre ella—, es agresiva en lo que expone y entiende que a la prole no hay que comprenderla, sino que ponerle el hombro a sus miserias y virtudes.

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Simone de Beauvoir lo dijo: «La familia es un nido de perversiones». Si la autora de El segundo sexo y La mujer rota estuviese viva, sería una fanática declarada de Shameless, ya que después de ver cualquier capítulo de esta serie uno entiende que producciones ya clásicas, como Matrimonio con hijos, Los Simpsons o hasta Padre de familia se mueven en un plano de cierto clasicismo y compostura. Porque en Shameless (adaptación estadounidense de la original británica, transmitida por la cadena Showtime) las relaciones son crueles, de verdad amargas y agobiantes. ¿Suena demasiado insoportable de ver? No, ya que la mayor parte del tiempo el espectador está expuesto a carcajadas que nacen del impacto y lo insólito de las situaciones en la que se ven expuestos los Gallagher.

Ellos son una familia white trash, que es como llama la clase dirigente gringa a los blancos sin dinero ni educación, y en sus cinco temporadas —la última estrenada el 11 de este mes— han sido acosados sin piedad por las deudas, el abandono afectivo y la marginalidad. Porque en Estados Unidos también existen pobres, pese a lo que la industria cultural oficialista se ha encargado de esconder durante años. Esa es la principal razón por la que Shameless resulta una serie altamente incendiaria, donde las mejores risas provienen del intenso dolor de ser un olvidado a pesar de nacer en la tierra de las supuestas oportunidades.

Esta es una historia que a ratos se siente profundamente chilena, tanto por su gusto por lo freak como por su horror vacui, y que en un improvisado ejercicio podría estar situada en algún sector del maltratado casco histórico de Santiago o en un rincón oscuro de Estación Central, encajando perfectamente con la realidad nacional.

Frank Gallahger (William H. Macy, potentísimo y todos los superlativos habidos y por haber) y sus seis hijos viven en un barrio obrero de Chicago. Mientras se encarga de autodestruir su hígado bebiendo hasta la última gota en el bar de la esquina, evitando a su vez cualquier deber paternal, sus hijos, liderados por Fiona, la carismática hermana mayor (interpretada por la sobresaliente Emmy Rossum), se las ingenian de una y mil formas para mejorar sus vidas apoyados por vecinos y amigos en la misma precaria situación. Destaca dentro de este grupo Sheila Jackson (Joan Cusack, de culto), un personaje de bordes casi surreales que padece de agorafobia y además de fetichismo por los juguetes sexuales, ya que no tolera el contacto íntimo.

Alcoholismo, drogadicción, incesto, trastornos mentales, embarazo adolescente y prostitución son parte del cóctel. ¿Es posible reírse de temas tan delicados? Sí, y mucho. John Waters, con sus delirantes hipérboles de la escoria humana en los barrios bajos americanos, ya expuso todo esto en su trilogía de heroínas amorales y enloquecidas: Pink Flamingos, Female Trouble y Desperate living. La serie, a su vez, que parece dirigida por él, recoge algo conmovedor dentro de la imaginería watersiana: nunca burlarse de los débiles, sino que darles poder y hacerlos luchar —todo lo contrario a la escuela facilista de los hermanos Farrelly, con su humor conservador y estupidizante.

Entonces Shameless tiene una arraigada vocación trash —aunque no white trash—, un espíritu punk pero al mismo tiempo iconoclasta. Shameless barre con todo, desarma la familia —o lo que nos han enseñado sobre ella—, es gráfica y agresiva en lo que expone y consigue, al final del día, entender que a la prole no hay que comprenderla o amarla ciegamente, sino que ponerle el hombro y seguir adelante con sus miserias y virtudes. Pese a que la sangre no se elige ni es condicionante para quererse o respetarse, los hermanos Gallagher se aman y se cuidan —como los Salinger de Party of Five, pero en riesgo social. No así al padre, quien permanentemente está boicoteando sus escasos logros, y aunque la mayor parte del tiempo el espectador desee matarlo con sus propias manos, resulta un borracho entrañable.

Hasta el momento van cincuenta capítulos, que se sienten como un Jack Daniel’s, el mismo por el que Frank sería capaz de vender a Peggy, su madre (Louise Fletcher), o a uno de sus hijos. Un trago intenso, maduro, con un cuerpo que quema y un sabor final inolvidable. ¡Larga vida a los Gallagher!

Shameless: sobrevivir a la familia

Sobre el autor:

Fernando Delgado es comunicador audiovisual y guionista de series y teleseries en TVN, MEGA y CHV.

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