“Los hinchas son los únicos insustituibles. Son distintos a los espectadores”
Chile no es un país de hinchas. Con suerte, mucha suerte, es uno de simpatizantes. Marcelo Biesa hizo esta distinción en su famosa conferencia previa a las elecciones de la ANFP el año pasado, pero al parecer la diferencia no es fácil de entender para todos. “No son los jugadores, ni los árbitros ni los técnicos”, dijo Bielsa esa vez. “En el fútbol, los hinchas son los únicos insustituibles”. Pero este elemento básico, tan frágil y escaso en este lado de la cordillera, está seriamente amenazado por el Gobierno y su populismo de mercado.
El plan que está tratando de implementar el Ministerio del Interior, y que los medios de comunicación tratan de ambicioso, necesario, esperanzador, moderno y revolucionario, simplemente dificulta aún más el proceso de adquirir una entrada e ingresar al estadio a ver un partido de fútbol. ¿Y a partir de qué? ¿De un problema real y concreto que se vive cada fin de semana? ¿De una violencia despiadada que impide a miles de familias poder ir a apoyar a su equipo? No, no y no.
En Chile el hincha es un especimen raro. En extinción. El hincha -ese que asume y concreta el compromiso con su equipo, que va al estadio como el fiel a misa, que aunque gane o pierda no le importa una mierda- en este país es escaso. Y nadie se preocupa de él. Nadie le da facilidades para que pueda asegurar su presencia en los partidos importantes (sobre todo después de haberse bancado todo un año de partidos fomes con frío con lluvia sin gente con suplentes) ni se le consulta al momento de tomar decisiones institucionales que le afecten (como una remodelación del estadio o un cambio de localía). Es así como el hincha, el poco y raro hincha que va quedando, es maltratado, apaleado y puesto a prueba constantemente, como si no fuera suficiente sacrificio estar todos los domingos en un tablón viendo a tu equipo jugar mal otra vez.
Esto es así: la fidelidad y el fervor se perdieron. También desaparecieron de la política, de la religión y de casi todas las actividades que requieren de un costo físico y espiritual, más que monetario. Y por supuesto en el deporte -y el fútbol, específicamente-, que desde los 60s fue perdiendo tanto practicantes como fanáticos. Sino pregúntenle a Palestino, Santiago Morning, Cobresal o la U de Conce, que cada vez que juegan de local logran juntar, y a duras penas, mil personas de público. Difícil encontrar tantos casos de equipos de Primera División en el mundo que puedan existir sin hinchas. ¿Para quiénes juegan?
Aunque se quiera exponer lo contrario, la Ley no ayuda a estos pocos hinchas. Al contrario: no los distingue de los supuestos delincuentes y por lo tanto los discrimina y persigue. Quizá no sea su deber hacerlo, pero más parece otra manipulación de las SA para sumar más espectadores a un show que no existe. O, como dicen ellos, “quitarle el miedo a la familia y traerla de vuelta al estadio”. Por favor: la gente que dice tener miedo es la que no va al estadio, y es la que nunca va a ir, a menos que en el Nacional jueguen todos los finesdesemana el Barcelona contra el Real Madrid.
-Bueno, pero a eso hay que aspirar, pues. A que el espectáculo sea de primer nivel mundial -diría algún comentarista deportivo con lentes en el noticiero de un canal sensacionalista.
Pf. Y siempre es lo mismo: o lo comparan con el mejor partido del mundo o lo comparan con el cine. Que el cine está lleno siempre, que no hay flaites, que los asientos son cómodos y la comida grasienta. Pero la comparación que hay que hacer es otra: el fútbol chileno sufrirá igual que el cine chileno, ese que aun en las mejores salas (el que aun en el mejor estadio) es incapaz de llevar público y pelear un espacio con La Era del Hielo 8.
El problema, entonces, no son los estadios ni los barrabravas (a los que los políticos, los medios de comunicación y algunas celebridades como Felipe Bianchi, suelen confundir con hinchas). El problema es el chileno medio, desarraigado de cualquier causa o institución; y los clubes y autoridades, que en vez de fidelizar a la gente la ahuyentan con medidas que sólo buscan notoriedad mediática, pero que sólo se traducirán en estadios aún más vacíos en el mediano plazo y muchos más abonados al CDF. Mmm.
Pintoresco. Eso era lo único seguro al momento de jugarse un súperclásico. Pero desde este sábado, en un Estadio Nacional lleno de asientos pelados, esa pequeña certeza comenzará a desaparecer.