Televisión que no muere
No es tan gordo. No es tan libro. A primera vista El libro gordo de 31 minutos (2012, Hueders) es como un booklet de algún disco en formato de box set, pasado de páginas, con ese humor aparentemente inocente con que se asocia al género infantil, pero punzantemente imperfecto y muy curioso, como es el sello de la serie de Aplaplac y como casi todo en el universo de Álvaro Díaz y Pedro Peirano.
Ya sabemos que el noticiero de títeres, que funciona como una parodia de los noticieros reales, no es moralista como el Disney pre-Pixar, ni pontificador como cualquier relato para niños basado en el «amor romántico» de Hollywood y la industria del peluche.
Este libro, firmado por el «diseñador diseñístico» Andrés Sanhueza («declarado por sus parientes como ‘la persona que más sabe de 31 minutos en el mundo’»), sigue esa línea descreída trazada por la serie.
El libro gordo de 31 minutos, detrás de su lectura de un gran álbum con todas sus láminas pegadas, mezclado con esos especiales sobre popstars que venían con la revista Tv-Grama, llenos de datos sin importancia, aparentemente sin ningún valor; es una cosquilla infinita a la fibra más íntima de cualquier fanático del programa que transmitió TVN y al humor absurdo y de sentido común de Plan Z y El factor humano de Canal 2 (y de Nunca digas nunca jamás y Los dibujos de Bruno Kulczewski para los entendidos).
«El libro gordo recopila tantos datos de 31 minutos como estrellas hay en el mar (estrellas de mar, por supuesto), granos de arena hay en un reloj (reloj de arena, por supuesto) o chinos hay en un restorán (restorán chino, por supuesto)» dice Huachimingo en la contratapa.
Ahí están los pequeños guiños para estimular el sentido crítico, entre el Ranking top top top top top, en las sinopsis y los pantallazos de cada episodio, en la saturación de trivia, en esos mapas de batallas y ciudades inventadas.
En Titirilquén, por ejemplo, la iglesia aparece frente al vertedero y al lado de un night club. La municipalidad está pegada a la cárcel y el diario local El alarmista colinda con la sede del Instituto Aplaplac donde se imparten carreras técnicas como «Periodismo periodístico» y «Probador de micrófonos».
Hay más risotadas: en el registro de los perros de Mario Hugo (Neumatex, Yo no fui, Epitafio, Cabeza de challa, Gonzo, Copicopi), en la agenda diaria de Juanín, en lo gracioso de los nombres de los personajes secundarios, todos tomados de la vida real: vecinos, amigos, apoderados de colegio, cultura pop ochentera.
Está ese mismo zoológico un poco disfrazado del cómic Chancho cero de Peirano y el humor más negro de un periodista con opinión como Díaz, como buen síntoma de que todavía no terminan transformados, sin darse cuenta, en lo mismo de lo que se reían antes y de que son capaces de reírse de sí mismos (la cuenta de YouTube de Díaz fue por mucho tiempo Garfunkel, en alusión al músico que secundaba al talentoso compositor Paul Simon en Simon and Garfunkel).
El libro gordo de 31 minutos es tan gracioso como cualquiera de las delirantes entrevistas a los personajes de la serie o sus creadores. Pero, sobre todo eso, está la idea de que la realidad supera a la ficción: Tulio Triviño parece de mentira pero existe y es un abogado que alguna vez nombró Ricardo Lagos, así como Mario Hugo es el stage manager de la banda Chancho en piedra o Juanín Juan Harry era el apodo de un compañero de colegio de Rodrigo Salinas.
Es cierto que El libro gordo de 31 minutos parece un gran universo con vida propia y, por cierto, lo es. Está el esqueleto de cada uno de los 56 capítulos de la serie, emitidos entre el 15 de marzo de 2003 y el 2 de octubre de 2005. Varios pedazos del guión y uno que otro momento memorable, como los pilotos y la película, además de fotos de producción y fan art. «Nunca tanto fue tan todo».
Por supuesto, están los pilares de la serie: las canciones y las melodías de Pablo Ilabaca, que mucho antes de 31 minutos hizo tocar su guitarra a un títere, desmenuzadas con sus letras, los acordes para guitarra y el crédito de sus compositores y directores de videoclip. Los mismos coros que renovaron nuestro cancionero pop y que los llevaron a colapsar el espacio infantil de Lollapalooza y luego a girar por Chile y hasta apuntarse en el Festival de Viña 2013.
También está la vida íntima de cada uno de los títeres protagonistas («donante de órganos: sí, pero preferiría que lo entierren con sus botones», dice el perfil de Tulio Triviño) y, como buen registro visual, todo el enorme trabajo gráfico de la serie y su reconocible dirección de arte.
Lo interesante son las siguientes lecturas. Las capas que desgarran el teatro absurdo de lo real. Los guiños a la televisión de Mario Kreutzberger (hay un capítulo calcado a Noche de gigantes), el desprecio por la televisión, el descrédito a cualquier rostro frente a una cámara.
El libro gordo de 31 minutos aparece en medio de la mayor exposición mediática de la serie: Tulio Triviño desfila por Alameda para la tienda París como un enorme muñeco inflable al lado de Superman y Piolín. Aconseja a Don Francisco en un comercial de Claro para la Teletón, mientras Juan Carlos Bodoque entrevista vía streaming a Pedropiedra y juntos colapsan Kidzapalooza, lanzan su “gira mundial” en una esquina de Providencia, son tributados por bandas chilenas y mexicanas. Cantan en el cumpleaños de Chancho en piedra o en un show de Jorge González y lanzan una obra de teatro en ciudades afectadas por el terremoto. Todo eso entre un montón de hitos que incluyen el anuncio de otra temporada en pantalla chica para la serie, a diez años del comienzo, y, por si fuera poco, una nueva película.
Más que una joya para coleccionistas, esta edición de Hueders es un libro de humor del mejor espacio infantil chileno de todos los tiempos, con el permiso de Cachureos y Mazapán, y puede que, por todo lo que ha conseguido fuera de Chile, se amplíe geográficamente esa etiqueta. Algunos botones: 31 minutos se emite en toda Latinoamérica, en Colombia apareció un programa copia llamado Kikirikí el notizin y El libro gordo de 31 minutos agotó todos sus ejemplares en la reciente FIL de Guadalajara. A pesar de que hablamos de un libro, El libro gordo de 31 minutos es televisión que no muere.