Un recorrido flash por Riot Fest, Lollapalooza y Pitchfork Fest.
Lollapalooza, 29, 30, 21 Julio y 1 Agosto, 2021. Grant Park
Boy Pablo
Creo que soy el único en el público con más de 35 años. Y de más de 30. No, diablos: creo que soy el único, a la espera de Boy Pablo, que tiene más de 27 años.
Claro: es mi primer Lollapalooza en Chicago, donde vivo hace años y medio, y no sabía qué esperar.
¿Sería igual que el Lollapalooza en Chile, una mezcla de adultos jóvenes nostálgicos y centennials con ganas de reventarse con música electrónica y pastillas?
Porque ahora tengo mis dudas de que Lollapalooza Chicago sea para mí. Por otra parte, quería ver a Boy Pablo, el chileno-noruego que aparece solo en escenario porque no le dieron visa de trabajo al resto de su banda. Así es su concierto: Nicolás Muñoz y su computador. Y al público centennial no le importa. Una nueva ola de COVID se avecina y puede que todo se cancele luego de esto. YOLO. Solo se vive una vez. Dance with me, baby!
Boy Pablo pasa por sus hits (“Everytime”, “Feeling lonely”, “Hey girl”), lo que también incluye “Wachito rico”, lo cual no me deja de causar gracia: miles de gringos cantando: Muévelo, show me that you’re mine / Para siempre, baby / Dame tu mano / Yo soy tu guachito rico!
Limp Bizkit
“¡Esta mierda no es Woodstock 99!”, grita un Fred Durst disfrazado de algo que no me queda claro. ¿Es uno de los personajes ancianos de Jackass?, ¿o de uno de los Bestie Boys en “Sabotage”? No sé. Creo que no importa.
Porque solo bastan dos minutos y Limp Bizkit tiene al público en el bolsillo.
Por ahí dicen: dime qué tan interesante es el malo de tu película y te diré qué tan buena es tu película. O algo así. En cualquier caso: Fred Durst sabe que es el malo de la película y la película, por estos días, es el documental de HBO sobre el desastre de Woodstock 99. Por eso tal vez Limp Bizkit es uno de los mejores shows de Lolla.
“¿Les gustan mis vibras de papá?”, pregunta Durst antes de que Wes Borland comience con los acordes de “Break stuff” y tenga que salirme de las primeras filas.
Tyler the Creator
Quince años atrás, en Lollapalooza, Kanye West confirmó su estatus de estrella de hip hop. Hoy Kanye se ha vuelto una mezcla de rapero libertario con artista vanguardista-capitalista. Kanye es el Ciudadano Kane. Está encerrado en su mansión rememorando el pasado.
¿Su reemplazo?
Luego de su show en Lolla queda claro: Tyler de Creator.
(Por lo menos hasta que Kendrick saque nuevo disco, claro).
Tyler es la razón de que me quede hasta el final. “Can I get a kiss?”, canta, parafraseando lo que en el disco canta la diosa Kali Uchis. “And can you make it last forever?”
De fondo se ve el centro de Chicago. Los edificios estilo Ciudad Gótica. La nueva ola de Covid se asoma. Por ahora a nadie le importa. Tyler the Creator tiene un auto sobre el escenario. Viste pantuflas. Parece un personaje de Wes Anderson. Y rapea sobre el aburrimiento (“Boredom”), sobre casi agarrarse a combos (“Who dat boy”), y hasta rapea una canción en que mezcla comida mexicana, Spike Lee y jugar Xbox hasta tarde (“Tamales”).
Pitchfork Fest, 10, 11 y 12 de septiembre, Union Park
Phoebe Bridgers
“Soy una adicta sin heroína”, canta Phoebe Bridgers vestida con su traje oscuro de esqueleto, y las casi 20 mil personas, como zombis, se dejan llevar por la letra de “Emotion Sickness”. Es el final de la primera noche en el festival Pitchfork Fest. Un festival que se ajusta más a mi edad. Y sensibilidad.
Phoebe Bridgers termina la canción y sigue con “Kyoto”, la cual le dedica a su papá. El público estalla. La escena se parece al episodio en que Homero va a Lollapalooza y tocan los Smashing Pumpkins: un público que parece zombis hipnotizados.
Una confesión: no estaba muy seguro de Phoebe Bridgers hasta este concierto. Había escuchado sus discos, especialmente Punisher que se volvió de culto durante la pandemia, y nada.
Ahora todo tiene sentido.
Bridgers repasa Punisher canción por canción y entremedio toca temas de otros discos, así como un par de covers (“That Funny Feeling” y “Me & my dog”, ambos de Bo Burnham). Supongo que Phoebe Bridgers es el The Cure de esta generación, anoto en las notas de mi teléfono. Lo hago justo cuando comienza mi ahora canción favorita de aquel disco: “I know the end”.
Divino Niño
Son divinamente vintage estos niños. Son retro. Pop. Y una de las tantas razones para creer que Chicago es uno de los centros de la nueva (¿?) escena Latinx Pop (¿?).
(Otros dos nombres: Rudy de Anda y Gabacho.)
Que Divino Niño toque en Pitchfork Fest (un festival muy alterna-anglo; es decir, que no acepta nada que no sea en inglés) es un logro. Y Camilo Medina (vocalista y guitarra) lo celebra: “Somos Divino Niño y somos de Chicago. ¡Siempre quisimos estar en este festival!”
Dos puntos altos del concierto: “María” y “Foam”.
Kim Gordon
Se ve increíble. Apenas habla. De fondo hay escenas que parecen sacadas de una instalación de un museo de arte contemporáneo; una carretera, centros comerciales, paisajes adormecedores. Una mezcla entre J. G. Ballard y un videojuego de autos de los 80.
Kim Gordon solista es una sorpresa. No dice mucho. Toca y se ensimisma en su cabeza. Mejor así.
Recuerdo por un momento el show en Maquinaria en Chile (2011). Ese que luego Gordon recordaría en su libro La chica del grupo: “Después de esta noche, Sonic Youth terminó. Nuestra vida de pareja y de familia ya estaba hecha”.
Otra confesión: intenté escuchar su disco antes del show, pero se me hizo árido. Casi sin punto de entrada emocional, pese a que los títulos de sus canciones me llamaban la atención: “Paprika pony”, “Get yr life back”, “Air BnB”.
En vivo Kim Gordon es otra cosa. Es como que te cuenten una obra de arte versus verla en persona.
St. Vincent
Confesión: hay pocos artistas, a esas alturas, ya alcanzado los cuarenta, que me sacan del sillón.
Cosas de la vejez. También de la pandemia. Y del fin del mundo.
Pues bien: St. Vincent es el artista que me saca del sillón. Sé que a no todo el mundo le convenció su disco Daddy’s home, pero yo ya tengo el vinilo-versión especial con rayones de tanto escucharlo.
Su show en el Pitchfork es un tributo a los años 70. Una performance. Un vaudeville retro-pop. Porque St. Vincent sabe que cada disco merece una historia diferente. Masseduction fue su disco en que se despedía de Nueva York (“New York”), en que aterrizaba en Los Ángeles (“Los Ageless”), y en que también confesaba sus adicciones (“Pills”).
Ahora, con este disco, confiesa su fanatismo por Steely Dan. Por el sitar eléctrico. Y los pedales funk y soul. Pues eso: St. Vincent es la mejor guitarrista de este tiempo. En vivo destroza la guitarra con solos y también usa los pedales y nunca olvida el elemento dramático del show.
Bienvenidos a la casa de mami. Mommy’s Home.
Riot Fest, 16, 17, 18 y 19 de septiembre, Douglass Park
Patti Smith
¿Se puede ser punk y aparecer sobre el escenario con una taza de té?
¿Se puede comenzar un show de la manera menos punk posible?
O bueno: ¿qué queda del punk a estas alturas?
Porque el show de Patti Lee Smith (74) comienza lento. Aparece Patricia Smith sobre el escenario. Lo hace caminando, despacio, con lentes oscuros que no se saca durante todo el concierto porque tiene problemas a la vista.
“People have the power” suena a tropezones. Hay problemas de sonido y, la verdad, el público es escaso. Claro: es el primer día de Riot Fest, un festival más bien punk y metal, que siempre tiene un pre-show los jueves.
Hoy tocan Patti Smith y Morrissey. La mayoría del público vino por el segundo. Aunque también haya fanáticos del primero. Como esa señora fan que lleva un vinilo (Horses) para que se lo firme. Patti se ríe: “Ni cagando”, dice. No way. Igual lo hace; el público pasa de mano en mano el vinilo y Smith lo firma. Luego de eso algo sucede con el show; la energía aumenta cuando cae la noche. Por lo general son los mejores momentos de los festivales. El atardecer.
Suena “Because the night” y “Gloria” y Patti Smith se despide.
Alrededor mío veo que aparecen los fans de Morrissey. En cosa de diez minutos se llena el pit. “Viva Morrissey”, grita una chica a mi lado.
Morrissey
“Viva Morrisey”, grita una chica a mi lado (tiene un tatuaje de Moz en la espalda) y el público responde: “¡Viva!”
Luego de Patti las primeras filas se llenan. De todas maneras esto es Estados Unidos y hay Covid: no es como las primeras filas de mi único concierto de Morrissey hasta la fecha. Aquel en San Carlos de Apoquindo, con Morrissey vestido de cura. Acá, en las primeras filas, se puede respirar y además nadie quiere estar pegado.
De todas maneras, esto es una religión. Una que podría llamarse: Latinos esperando a Morrissey. Veo y converso con mexicanos, argentinos, peruanos, incluso un paraguayo (¡!). Unas chicas de veinte y pocos dicen que fueron a todos los shows de Morrissey en las Vegas, donde acaba de hacer una residencia. “He never va a Denver, por eso tengo que seguirlo!”
Minutos más tarde aparece Morrissey con una polera de los New York Dolls. Es decir; el ex The Smiths busca reconectar con sus raíces. Y lo hace. Por momentos nos olvidamos de que hace poco había gente que quería cancelar a Moz por sus opiniones (¿cuándo Moz no ha sido un provocador?). Porque Morrissey abre el concierto con unas líneas de “My way” y sigue con “How soon is now?” y sigue “Alma matters”. Y ya tiene al público en el bolsillo. A mí alrededor veo gente llorar. Las chicas que lo siguieron desde Las Vegas: “Oh, god, I can’t, I can’t, ¡Morrissey!, ¡Morrissey! Look at me, Morrissey!”
Pasa “Every day is like Sunday” y su cover de los Pretenders: “Back on the Chain Gang.”
Entremedio un fan intenta saltar al escenario. Un guardia salta sobre él. El fan alcanza a tirarle la rosa a Morrissey, quien la toma y huele en medio de “Shoplifters of the World Unite”. Por detrás pasan imágenes de James Baldwin, Oscar Wilde y un mensaje: Art is not a crime.