Seattle tiene fama por el grunge, pero también por su llovizna: constante, agobiante, aplastante. Como la segunda temporada de la serie de AMC.
Seattle tiene fama por el grunge, por ser la ciudad en donde Kurt Cobain se destapó los sesos, pero también por su constante lluvia. Aunque en casi todas las ciudades de la costa oeste de Estados Unidos tienen un promedio mayor de precipitaciones, la fama de Seattle es por su llovizna. Constante. Agobiante. Aplastante.
En medio de este ambiente, se desarrolla “The Killing“, una de las series que obtuvo mejores críticas el año pasado y un éxito de audiencia (el tercer mejor estreno de la historia de la cadena AMC luego de “The Walking Dead” y “Hell on Wheels”) que hace dos semanas volvió con su segunda temporada por el canal de cable.
“The Killing” es una adaptación del drama danés “Forbrydelsen” (“El Crimen”) y cuenta, obviamente, la historia de un asesinato: ¿Quién mató a Rosie Larsen?
Desde ahí, un puñado de personas ven sus vidas ralentizarse y la serie se reparte en tres historias paralelas. La detective de homicidios Sarah Linden (Mireille Enos) y a su compañero novato Stephen Holder (Joel Kinnaman), a quienes se le asigna la investigación del caso. También, a la destruida familia de la víctima y a un candidato a Alcalde, que se ve involucrado porque el maltratado cuerpo de Larsen aparece en un auto de su campaña.
Todos ven que su vida cruzada e interrumpida por el asesinato de la joven. Y sus vidas se detienen.
Una detective que no puede tomar un avión para pasar a retiro porque el caso se convierte en algo personal, una y otra vez. Una familia que ve como pasa el tiempo en vano, impotentes, con secretos que los van quebrando aún más. Y un político que ve truncada una carrera política promisoria.
Gente que no come, que no duerme, que vive en moteles, que se mueve como por inercia. Vacíos. Fantasmas que caminan entre la llovizna y ese Seattle gris pizarra que se va degradando hasta ser azulino. Abrumador y pesado, tan hermoso como sórdido.
Y “The Killing” funciona por eso y va alcanzando una calidad insospechada, con una historia vertiginosa desde su capítulo piloto. Aunque va cayendo de a poco en el lodo de las excesivas pistas falsas y eso se nota, es molesto y da la impresión de que los que están tras la serie no saben cómo desenredar la madeja.
Por esto, la segunda temporada se convierte en la prueba de fuego para la serie de AMC, entre consolidarse como una serie de peso o continuar con recursos simplistas. Hasta ahora, y con la promesa de que al final de esta temporada se revelará al asesino de Larsen, la historia parece apuntar a que la muerte de la adolescente es sólo una pieza de una conspiración que parece tener redes por todo Seattle. Lo que genera un descalabro kármico en las vidas de todos los que rodean a los Larsen.
Todo huele mal. Todo les sale mal, especialmente a la detective Linden, quien ve como el asesinato de Larsen empeora el desastre que ya es su vida, la relación con su hijo y sus afectos en general.
Por su parte, ante la ausencia certezas, los cada vez más divididos Larsen’s, van a comenzar a tomarse la justicia por sus propias manos. Y eso siempre será interesante. Se desatará el infierno en Seattle, y será azul y lluvioso.