Tinder: fotos de amigas

por · Marzo de 2016

Meses antes de la boda, me dijo que había otro. Seis años se convirtieron en los seis minutos que ella tardó en tomar un par de cosas e irse de la casa. Por eso empecé a usar Tinder.

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Terminé una relación de seis años con mi novia argentina. Vivíamos en Rust, mi tierra natal. Ella era fotógrafa para medios de renombre, y yo daba clases y escribía para algunos periódicos. íbamos a casarnos. Meses antes de la boda, me dijo que había otro. Un escalador que había conocido en un trabajo fotográfico para una revista de deportes. Seis años se convirtieron en los seis minutos que ella tardó en tomar un par de cosas e irse de la casa. A las semanas, yo también decidí irme. Llegué a Chile a vivir con unos amigos.

Esa pequeña introducción viene a explicar (o justificar) por qué empecé a usar Tinder. Cuando llevas tantos años con una persona, cuando conoces su rutina, sus manías, cuando pueden compartir y llevarse bien a pesar de que la otra persona tenga tres días sin bañarse, te hace olvidar cómo es el proceso de conquista. Cómo enamorar. Cómo coquetear. Cómo salir con alguien.

Lo había olvidado. Los mensajes. Las primeras caricias. La primera vez que se desnudan ante ti. El primer roce. La primera vez que entras en esa persona. El primer gemido. El primer orgasmo juntos. El cuidado de no eyacular ni demasiado rápido, ni dentro.

En las últimas dos semanas, he salido con cuatro mujeres. La primera, C., me aburrió durante toda la conversación contándome que ella no quería tener hijos porque las mujeres deberían ser independientes. Casi dos horas de un discurso retrógrado feminista mientras tomábamos un café en Starbucks (que, por supuesto, pagué yo a pesar de su verborrea indepentista). Al final de la cita, nos besamos. No sé si fue culpa de ella o mía. No me gustó. Fui torpe. Choqué con sus dientes unas tres veces.

La segunda, A., era el paquete completo. Chica fitness, haciendo un doctorado en química, vivía sola, no fumaba. Salimos el jueves a tomarnos un café. Luego el viernes a cenar. El sábado, nos acostamos. Tenía meses sin estar con una mujer. Uno no debería pasar tanto tiempo sin sentir el cuerpo de otra persona sobre el suyo. Comenzamos en el sofá donde los besos empezaron en su cuello y terminaron entre sus piernas. Al día siguiente, me dijo que si queríamos seguir, tenía que pedirle que fuera mi novia. No le escribí de vuelta.

La tercera y la cuarta ocurrieron el mismo día. Primero vi a M. para tomar un café. Como verán, me gusta el café. En persona, M. no se parecía a la de las fotos. Era más bien bajita y rechoncha. No busco una mujer hermosa, pero me molesta que me engañen. Por suerte, un amigo me llamó al teléfono y fingí una emergencia. Le dije que volvería a escribirle.

La cuarta la vi en la noche. Me había invitado a escucharla cantar en un bar de Providencia. No cantaba mal, pero su cabello pintado de verde me aturdía. En el fondo, soy un maldito conservador. Quizá mi ex me dejó por eso. Nos tomamos unas cervezas. Me dijo que no podíamos tirar esa noche porque estaba en sus días, a menos que no me molestara un poco de color. Su frase me aturdió. Me imaginaba mi semen mezclado con su regla. Me escabullí un momento al baño, y me fui del local. Me mandó un mensaje llamándome maricona. No le respondí.

Hace unas horas, explorando en Tinder, conseguí un perfil que me llamó la atención. J., 25 años, escaladora. Como si el destino quisiera encontrar un equilibrio, mi ex me había dejado por un escalador, ahora era momento que yo también tuviera esa pieza faltante. Lamentablemente, en la foto del perfil, sale con dos amigas. Mejor dicho, salen tres mujeres: una muy fea, otra aceptable, y una tercera que me dejó con ganas de no invitarle café sino una copa de vino. Qué copa de vino, una botella, un paseo a un viñedo, un escondernos entre las viñas para exprimir nuestros jugos.

Inmediatamente que mandé el corazoncito, hubo match. Le escribí.

Ahora, espero respuesta. Tengo miedo de cuál de las tres sea ella. ¿Será que en Tinder las menos agraciadas colocan fotos con amigas en vez de las suyas solas? ¿Qué buscan con eso? Imagino el momento en que nos encontremos. Ella se emociona al verme, porque soy el hombre que ha visto representado en esos píxeles de frenesí. De ser la más fea, no podré decirle nada. No me ha mentido, pero tampoco me ha dicho la verdad con sus imágenes. Me ha dejado en una tensión doble que no termina ni en arrebato sexual ni en deseo cumplido.

Sin embargo, de encontrarme con la menos atractiva de las tres, no la culparía. Tantos años con una sola persona, te hacen olvidar lo difícil que es construir una relación. Aparentemente, hay que mentir, fingir ser otro, disfrazarse, jugar a darlo todo por el todo. Tal vez debí decirle a A. que aceptaría ser su novio. Hubiera sido más fácil. Hoy domingo estaríamos montando bicicleta por la avenida. Capaz terminaríamos en el cine. Así era mi vida en Rust. Sin embargo, creo que ese no debería ser el camino, sería una repetición de aquella relación que perdí. Seguramente sabe que al no ser tan bonita como sus amigas, poca probabilidad tenga de conseguir un «match» en Tinder. Sabe que comemos con la vista, aunque solo nos quedaremos sentados en la mesa con la persona que nos tome las manos y nos haga sentir en casa. Sin importar sus labios, su cabello, su rostro, su cuerpo. Sentir el afecto de hogar no se transmite en una fotografía en Tinder.

De esos tres rostros en las fotografías, uno le pertenece. Tal vez sea la menos bonita. No importa. Puede que tenga algo que enseñarme que hasta ahora no he aprendido.

Tinder: fotos de amigas

Sobre el autor:

Tobias Von Messel

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