Voces del vecindario

por · Junio de 2012

“Compro fierro”: Juan Carreño y un libro que ya casi no existe, donde nos interpela como país y como generación con una lengua dura y callejera.

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Antes de los 25 años debutó con uno de los libros de poesía más refrescantes y contundentes de la lírica actual. Un libro que ya casi no existe y que se ha transformado en una suerte de joya primeriza: una total paradoja si nos adentramos en su raíz al margen y a contrapelo. “Compro fierro”, desde las barriadas, nos interpela como país y como generación con una lengua dura y callejera. Acá habla su autor.

Nos encontramos afuera de la estación Cumming del metro, en medio de un mar de gente joven que se junta el sábado en la tarde. Damos vueltas por el barrio Brasil, intentando encontrar un bar, pero está todo cerrado, es muy temprano, entonces vamos a su casa. La entrevista sufrirá un record de interrupciones, porque la morada actual de Juan Carreño (1986) también es un centro abierto a la comunidad, donde se dan películas, se hacen talleres, se comparten los conocimientos, y claro: el sábado hay un pequeño peak de concurrencia. Nos instalamos en una sala contigua al patio, ahí los afiches nos miran; las caras de Pasolini y Manuel Rojas, las máscaras de carnavales pasados.

Lo primero que le pregunto es por su único, celebrado y ya mítico libro “Compro fierro”, cómo nació. Me dice que fue el año siguiente a su salida del colegio, cuando se puso a trabajar con su padre arreglando refrigeradores y lavadoras en su casa, y que en los intertantos surgió el libro, por eso el nombre. Para hacer la edición Carreño recurrió a la calle, pegó sus poemas en los postes y paraderos de su población (Santo Tomás en La Pintana), y se dio cuenta de que fueron quedando sólo algunos, el resto era destruido o arrancado, “los que quedaban eran los que imitaban el habla, con escenas más realistas”. Un verano posterior, Juan partiría a trabajar en la temporada de la uva a Montepatria, donde su amigo David Santos comenzó hacer algunos ejemplares manualmente e ideó digitalizarlo bajo el sello La Lagartija. Casi de boca en boca el libro circuló y gustó. Tiempo después Carreño ingresaría a un taller con Germán Carrasco en Balmaceda 1215, lugar donde “Compro fierro” finalmente se editó en 2010, alentado por el coordinador literario del espacio, Rodrigo Hidalgo.

Ahí comienza el mito, porque encontrar un “Compro fierro” hoy no es tarea fácil. “Por lo que sé, Rodrigo mandó algunos libros a Argentina, vendí algunos en la Metales pesados, y lo estuve vendiendo en la calle, en el Puente Pío Nono como cuatro meses, viviendo de eso igual”.

Quiero que me cuentes más del contenido, ¿De dónde viene tu voz, tu expresión?
—Vengo leyendo y escribiendo hace bastante rato, y participando en talleres, principalmente en Balmaceda, como era gratis… y como sapeando los nuevos libros que salían de los poetas jóvenes, como que me interesé en algunas cosas, pero como que no era lo que yo quería hacer. Recuerdo algunos poemas de Pablo de Rokha, como que hablaban del campo en primera persona, como con una voz más a la altura del habla, me interesaban harto porque venía haciendo esos experimentos en la calle, porque me interesaba algo que entendiera la gente. Si igual la poesía es una especie de torre de marfil donde están los iluminados, por más que lean a Parra, que es el poeta que bajó del Olimpo, igual siguen los poetas así como…

Como que es un circuito difícil de penetrar, es una cosa muy de nicho…
—Y de grupitos que se van armando.

Claro.
—Y yo nunca me he metido mucho en los grupos que había, especialmente por afinidad y porque, no sé, tal vez por clase social (risas). De alguna manera me sentía como bastante aparte, tal vez por las lecturas, que estaba entre medio de puros universitarios. Sí, de alguna manera por contraposición y por hacer algo que entendiera la gente, que lo leyera mi mamá, mi papá y pudieran entender también.

Que no fuera como una entelequia llena de recovecos.
—Claro y los vecinos también, porque aparece harto lo barrial en el asunto (…) y el material poblacional quería tratarlo de una manera que no fuera llorona ni paternalista. Generalmente la escritura de las poblaciones se mira desde otra parte, una manera más vertical del asunto. Los vecinos fueron los primeros lectores que tuve y los primeros críticos, siempre estuve mostrando cosas.

¿Y cuál fue su reacción? ¿Qué te decían?
—A mí me da lata mostrar los intentos más “literarios” y cuando les mostré el poema del 11 de septiembre, que es como un clásico a estas alturas, los cabros así: ‘wena compadre’, como que les gustaba eso, que es una construcción colectiva. Yo salí con una grabadora no más esa noche.

Fuiste como un medio solamente.
—Claro.

A raíz de eso yo quiero plantearte la reflexión sobre la periferia, que tiene que ver con una escritura que es como “en oposición a”. Si tú la ves de ese modo, si tiene que ver con las carencias sociales, o cómo vas viendo tú donde estamos como país.
—Las únicas cosas que llegan allá son los evangélicos y la municipalidad. Y la municipalidad haciendo cosas al lado de la muni, sin siquiera meterse a las poblaciones o con un tratamiento de ‘les vamos a dar mediaguas, les vamos a dar esto’, como siempre dándote y la gente siempre esperando. A mí me parece una mierda la actitud paternalista que ha tenido la municipalidad o el escapismo que hay con la iglesia evangélica, porque hace como que la gente asuma su posición de postergado.

Tras varias interrupciones, Juan me dice que si bien reniega de los paternalismos, se ha dado cuenta que hay varios poemas del “Compro fierro” que le parecen algo “llorones”; le rebato observando que aún así parecen escritos desde la sinceridad y él me dice que le gusta “la sangre” y “el riesgo en la actitud del poeta, que no es una actitud solamente del poeta, sino una forma de ver la vida, de ver cómo son las cosas de manera estructural, de sistema, saber de qué posición estás hablando y vivir esa parte”. Me cuenta de sus vecinos de la población, que ellos quieren irse a La Florida, que adoran las antenas de TV cable, que sienten que están de paso. Hablamos luego de la despolitización, de la inorgánica de los movimientos sociales, “en las poblaciones, en la Santo Tomás, nadie está ni ahí, las juntas de vecinos desarticuladas…”. No obstante ese diagnóstico, Carreño es entusiasta y participa activamente en la Escuela de Popular de Cine junto al realizador José Luis Sepúlveda, incluso juntos organizan el Festival de Cine Social y Antisocial (Feciso) como una manera “de generar conciencia crítica en las poblaciones.

—No sacai nada con llevar películas que te muestren a Spider Man y a Harry Potter, que no sirven de nada. Mostrar imágenes y creaciones que hagan los mismos locos ahí y meterle el bicho ahí entremedio, porque no se trata de llegar con un discurso. Yo estoy súper en contra del panfleto, que se den cuenta que también son creadores, no son puros receptores de paternalismo exteriores y que pueden cambiar la cosa, y no de una manera individual, sino que colectiva, juntándose, asociándose.

Pasamos de la posibilidad del viaje, del fracaso del tránsito iniciático altiplánico-chamánico-latinoamericano como “rica experiencia personal”; dudamos del relativismo cultural, de cierto conservadurismo etnográfico; hablamos de caridad; nos abismamos con la creciente migración provincia-ciudad, del campo sin juventud ni trabajo, del centro de Santiago demolido para dar paso a nuevos edificios de departamentos. Damos una vuelta por el lado más político, para volver otra vez sobre los libros.

¿Cuáles son tus referentes? ¿Cuéntame qué estás leyendo?
—Yo siempre he hablado de literatura de feria, como esos libros que uno encuentra tirados, baratos y como que un libro te lleva a otro igual. Nunca leí a Isabel Allende, porque ningún libro de los que me han gustado o que me han cambiado la vida, porque al final esa es la literatura y la poesía: leer algo que te cambie la vida…

Que te haga un click.
—Claro. Ninguno me ha llevado a giles que te hagan leer en el colegio. Ahora estoy leyendo a Gramsci, un libro que me compré hace poco en la feria. A John Ashbery, que es una cosa súper distinta a lo que hago yo, es impresionante la maleabilidad que tiene como para trabajar el lenguaje. Y lo leí en traducción, yo no sé leer en inglés y debe ser más maravilloso. Y de los chilenos, ahora por el Feciso, he estado leyendo más a poetas chilenos jóvenes: leí a Pablo Paredes, también está como interesante esa cosa como bien adolescente, como más desgarrada, rabiosa, imaginativa, tiene muchas imágenes bien buenas, a la Elvira Hernández con Cuaderno de deportes, está re interesante eso.

Cuéntame sobre tu próximo proyecto literario, en qué va eso. Un pequeño adelanto.
—Se llama “Bomba de bencina” y es algo que me ha dado bastantes problemas en los últimos años, porque, lo que pasó con “Compro fierro”, y lo conversaba con otros amigos, es que uno cuando hace el primer libro, la primera película, tiene cierta, no sé, “inocencia”, como que escribís no más, no te das cuenta de los análisis posteriores que otros le pueden hacer a la obra. Claro yo escribí el “Compro fierro”, después lo dejé tirado y quería hacer otra cosa, más bacán, desligarme completamente de la población, irme como de viaje, experimentar la aventura cheguevarística y al final valía callampa. En un principio se llamaba “Camión”, después se llamaba “Vulca” y al final ahora terminó por “Bomba de bencina”. Principalmente es como volver, luego de querer tratar de alejarme completamente de la población, de hacer un lenguaje como más literario, una aventura más etérea de alguna forma. Al final me di cuenta que valía callampa, y que yo valía callampa también. Y empecé a aterrizar los temas del lenguaje que estaba utilizando. Y tanto que se ha estado hablando del “Compro fierro” últimamente, entonces me di cuenta de otras cosas y he estado utilizando harto lo que una amiga me dijo: que hay unas partes de “Compro fierro” que eran como “dispositivos colectivos de enunciación”, que es como tirar un discurso pero con voz de otros.

¿Pero es poesía también?
—Es poesía, sí, o sea ni siquiera sé si es poesía, porque hay textos cortados, sacados de otras partes, porque al final igual un poco hay que destruir las estructuras. Si hay algo que me carga son los poemarios. ¡Cuánta gente no saca poemarios!, como estos libros de señoras, libros que se titulan El Umbral, El Ayer, cosas así. Hay una disyuntiva ahí también, porque los talleres literarios, tantos que se hacen y tiran caleta de libros así, como respetando la individualidad, sin crítica de los textos mismos.

Que tienen que ver con pura subjetividad.
—Claro, sin ningún trabajo lógico a fin de cuentas. Igual me gusta que un libro sea como un conjunto, que no sean puros poemas sueltos. Por ejemplo en Bolaño, La Universidad Desconocida son puros fragmentos sueltos, que forman como un aura rara. Me gustan esos poemas que se valen por sí solos, pero que tienen que ver con el conjunto en total, como los Sea Harrier de Diego Maquieira. Bueno, he estado trabajando eso y me ha dado bastantes problemas igual (…) Es muy raro sacar el segundo libro, me he psicoseado bastante.

Acá puedes leer “Compro fierro” (2010) de Juan Carreño (pincha Expand para ampliar a pantalla completa):

Voces del vecindario

Sobre el autor:

León Álamos

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