Crónica del partido versus Costa Rica.
Hay cosas desagradables en la vida, pero ninguna como ver un partido de fútbol en un local, por la tevé satelital, y tener atrás a un retardado escuchándolo con audífonos por radio, gritándote los goles cinco segundos antes de que los puedas ver. Todos lo putean, pero el enfermo sólo pone cara de troll, y como está pagando su cerveza, quién lo va a sacar. Igual, los goles de Argentina, a pesar del mongólico ese, se gritan lo mismo, fuerte y con desahogo, como si las palabras de Batista fueran ley: “Esta es una final”.
Porque era Costa Rica, y como si no fuera suficiente que Costa Rica sea Costa Rica, además era Costa Rica sub22. Pero así y todo, este partido se transformaba en el más importante del año para Argentina, y la gente, los jugadores, el técnico, el kiosquero y el puto de los audífonos estaban nerviosos, tensos, callados pero gritones, sabiendo que sólo un triunfo los libraba de una vergüenza que les pesaría por años: eliminados en primera ronda en la Copa de locales.
Higuaín se perdía los goles que en el Madrid hace con los ojos cerrados y los puños golpeaban las mesas. Pum. Agüero, mano a mano: pum. Messi empezaba a aparecer y era como una luz, porque a todos les brillaban los ojitos, viendo que por fin el mejor era el mejor. Junto a Gago encontró algo de lo que le sobra en el Barça, y fue moviéndose libre por el campo, buscando paredes, diagonales y cambios de frente. Habilitó cien veces a Zabaleta por derecha y a Zanetti por izquierda, listos para tirar centros que no llegarían. Le dio dos pases gol a Higuaín y otro al Kun, todos fuera. Pero cuando se venía un segundo tiempo de más golpes a la mesa, de la jugada más fea salió el gol más gritado. Gol, y desahogo. Y ya es fiesta.
Arístides es la Vitacura de Mendoza. Una calle de pubs y restobares chill-out lounge de comida poca y tragos caros. O no tan caros. El partido lo vi en el centro, en un kiosco que en el fondo tiene unas mesas, una tele y vende unas cervezas. Uno de los pocos lugares sin chilenos, para ver cómo es que lo veían los argentos este match tan jodido. Hubo aplausos, gritos pidiendo descuento y algunos cantitos. Pero en Arístides llegaron los chilenos, que en un lunes querían carretear como si fuera un sábado.
Así como avanza la Copa, también cambian los chilenos que están acá, y los que se vieron en Arístides estaban vestidos con ropa cara, aunque siempre con camisetas, y tenían muchas cosas que gritar, siempre con un tono peyorativo, la papa que todavía está en la boca. Justo les tocó a unos peruanos piola estar sentados por ahí, y gritar un grito tan doloroso como cierto: “Chi chi chi, le le le, todavía no gané”. Todas las selecciones de por acá ganaron la Copa alguna vez, menos Chile, que justo tiene los hinchas más agrandados. A los peruanos el canto les salió caro: les llovió de todo, les dijeron comepalomas, tu mamá es mi nana, chupaelpico por quinientos, y otros gritos de fraternidad.
La cosa se puso media brava, llegó la policía, los chilenos seguían vomitando chauvinismo y el partido se veía más fácil de lo que es. Chile ya está clasificado, pero si no ganaba con Perú, podía ir segundo y el segundo juega con Argentina, que como la el lunes ayer, se dejó de joder y se puso a meter miedo.