Jared Leto tenía hambre
Hace un año vino 30 Seconds to Mars y, detrás del escenario, Jared Leto almorzaba de noche y con jetlag.
Confieso que soy la persona más pacífica que pueda existir: intento evadir las peleas, me dan lata las situaciones conflictivas, no le grito a nadie y, con suerte, tengo discusiones. Ahora, si me tratan feo, la cosa cambia.
Hay un pequeño factor detonante que alguien puede hacer explotar y listo, estamos, se prende la chispa y tengo la pura cara de cuica.
Nunca pensé que Jared Leto encontraría la forma.
Dentro de todos mis muy calculados y soñados encuentros con él, en cada uno figuraba mi brillante cabellera al viento, nuestros caminos cruzándose a una distancia perfecta, nuestras miradas entrelazadas y él posaría sus profundos ojos azules en los míos, así, y jamás estaríamos separados y nos dedicaríamos con sumo esmero a tener hijos.
En fin. Figuraba a un costado del escenario en el show de Jane’s Addiction, cuando me llamaron para comunicarme que el clan paniko.cl abandonaba el cuartel de prensa. Próxima parada: Kanye West. Todo bien con eso, ya había perdido la cuenta de los tatuajes de Dave Navarro y las minas que colgaban de sus espaldas me tenían mareada. Iba bajando en cámara lenta, haciéndome espacio entre los gorilas que cuidaban los accesos, di un paso y ¡lo vi! Con su pelo perfectamente parado y sus anteojos de sol ya sin sol. Ahí estaba Jared Leto, junto al resto de su banda, lejos de donde sea que estuviera su carpa, en un laberinto imposible de volver a encontrar.
Tenía puesta la versión mezclilla de la chaqueta con la que se subió al escenario al frente de 30 Seconds to Mars, y un plato en sus manos lleno de lo que parecía puré con chucrut. Entre risotadas, estaba posando ridículamente para las fotos que le sacaban sus amigos. Como parte de mi pega era intentar sacarle saludos a las bandas, pensé que podía aprovechar la oportunidad, así que mientras se reía y casi le salía la comida por la nariz, me acerqué.
Error número #629: nunca entrevistar a un artista global cuando come o está rodeado de amigotes.
No tenía ni una pinta de fan, pero creo que el simplemente ser mujer ya te juega en contra cuando te enfrentai a un adonis. Podemos discutir respecto a qué tan guapo es: hay personas que no lo encuentran atractivo, pero de que es bonito, LO ES. Y de cerca, TODAVÍA MÁS. Ahora: ¿qué tan grande puede ser tu ego si el 90% del planeta quiere tener sexo contigo? Si fuera así conmigo, me creería el queque entero.
Siempre lista, cámara en mano, me ordeno el pelo, pero mano agachada, cuidadosa, no hay que asustarlos: es como ir de caza. No alcancé a saludarlo cuando escuché un rotundo: “no”.
Intenté de nuevo, modulando más despacio, “no”.
-Oye, ¿cómo que “no”? No quiero tu autógrafo, yo… -“NO”. Ahí me enojé. ¿Qué tanto costaba escuchar y decir: “pucha, la verdad es que no quiero salir en tu video latero”. Con eso yo me iba tranquilamente por donde aparecí, no había rollo, si hasta Chino Moreno (que vino el año pasado con Deftones y este 2012 vuelve con Crosses) grabó un saludo para nosotros cuando se escapaba de una pelotera de fans y la prensa misma; ¡Moreno, que es seco para no pescar ni en bajada, fue de lo más buena onda! Lo mismo que el antisocial Fred Durst, que el año pasado dejó llorando a una periodista en la rueda de prensa, fue de lo más amable y saludó brevemente y en su estilo.
Pero “no”. Leto seguía diciendo “no” y hasta estiraba el brazo como si yo estuviera a punto de tirarme encima. ¿Telepatía? “¿Pero podís escuchar lo que te quiero decir, por lo menos?”, y se quedó callado. No porque yo lo hubiese logrado, sino porque le causó cierta gracia. Y me sonrió. Se quedó mirándome y luego respondió: “estoy comiendo”. “Ok, no quería molestarte. Perdón”. Y me fui cual teleserie.
No había avanzado mucho cuando escuché un “¡hey!”, media vuelta y lo vi caminando hacia mí. No quiero ni imaginar la expresión de incredulidad que tenía, pero su cara se había transformado (ok, también es actor) y ahora estaba enojado. Luego comenzó a decir: “pero tú entiendes que estoy almorzando, ¿cierto? Es de noche y recién estoy almorzando”. Sí, claro. Si Jared Leto me quería retar, me podía retar todo lo que quisiera. Y ahí fue cuando me asusté, lo sentí seguirme otra vez, me tomó del brazo, no muy fuerte, pero no de la manera más dócil: “he trabajado todo el día, este es mi primer momento de relajo y tú vienes a pedirme algo cuando yo por fin estoy descansando. Fue un largo viaje, no he parado, acabo de dar un show, yo solo quiero comer tranquilo”.
“Ya, ya”, le quité mi brazo de su mano, lo miré (por dios que tenía ojos lindos) y exploté: “si lo entiendo, oh, está listo, está claro. ¡Chao! Yo tampoco he parado y no he comido en dos días y tengo sed hace seis horas y estoy cansada y mi día todavía no se termina. ¿No querís ayudarme? ¡Okey! Me voy”.
Dejó que me fuera y mi indignación crecía mientras lo oía reírse a mis espaldas, tirando besos al aire, como si fuera divertido, gritándome a la distancia “no te enojes, cariño”.
Ya no quiero ser el centro de tu universo, Jared, pero no me opongo al intento de tener hijos.
Lo único que te pido es que para ese momento no tengas hambre.