31 Minutos: prometo nunca ser padre
El año pasado, el Kidzapalooza fue algo así como una guardería o un refugio para descansar echado en el pasto, juntando fuerzas para el próximo concierto. Seguramente esto piensa tanto yo como el resto de la masa mientras transitamos tranquilamente, pero en cuantiosa procesión, desde el show de Los Tetas hacia el de 31 Minutos, pero es grande la sorpresa y la decepción cuando lo que en realidad encontramos es un sector lleno, en donde los padres están sentados sobre el pasto, tan apretados entre sí como sus hijos sobre las rodillas, al parecer desde hace rato, calando el puesto, haciendo la hora.
Se me asignó la tarea de reseñar este concierto, sí, el mismo 31 Minutos de la tele, el de Aplaplac, el del noticiero de Tulio Triviño y el ranking top top top top, el que fue un fenómeno cultural hace casi una década, el que tuvo una película y el que fue increíblemente bien recibido en México y otros países. Ahora volvía como un show en vivo, con banda, con participaciones estelares y las famosas canciones tatuadas en la memoria reciente de nuestro cancionero pop. Es por eso que cuando vi que alcanzar ubicación decente, para poder escribir de eso después, sería imposible, no me quedó otra que quedarme a este costado del escenario, viendo más a los pequeños y sentados espectadores, que a los músicos en escena.
Me dispongo a escribir una idea en mi libreta (“hace calor” o algo así) pero no lo hago, y fijo la atención en quienes pasan frente a mí, son los hermanos Ilabaca de los Chancho en Piedra (a Pablo le debemos mucho del éxito de la serie, es el autor de los temas más recordados), a Pedropiedra que tocará batería, a Camilo Salinas que tocará teclados. Pero mucho más, porque como 31 Minutos nunca ha sido un producto penca ni hecho a la rápida solo por dinero, contará con la participación de sus voces originales: Jani Dueñas (Patana), Álvaro Díaz (Juan Carlos Bodoque) y Pedro Peirano (Tulio Triviño), que además son los creadores de todo. Se pasean, se saludan, conversan con sus familias y amigos, a la espera de subir a escena.
De pronto, por un costado empiezan a circular más jóvenes de lo que corresponde, descubrieron el espacio que estaba unos centímetros más allá de mi ubicación, pasando la reja que divide todo. Son muchos los que pasan, incluso veo a un par fumando y pisando cuantas manos de niño se crucen por sus caminos. Lo obvio comienza luego: “¡siéntense!” -grita un padre furioso, notando que los recién llegados no respetaban nada. “¡Oye, ya po, siéntense!” -gritó otro y no pasa más de un minuto cuando todos los padres están gritando, incluso improperios a lo que ya era casi la mitad de la audiencia: los jóvenes sin hijos. Anoto en libreta: “esto puede ser un desastre como el de La Cúpula del Lollapalooza del año pasado”. Luego anoto otra cosa: “prometo nunca ser padre”.
Los padres furiosos ganan y todos comienzan a sentarse o a pegarse a los rincones donde no molesten la visión de los niños, ya están los músicos en escena y se les ve algo abochornados por lo que acaba de pasar: Pedropiedra solo mira su batería.
El show comienza y tengo entendido que tiene unas visuales y que los títeres interactúan con los músicos en escena. Esto me lo cuentan porque en realidad solo logro ver al bajista y al tecladista. Sigue llegando gente. Una chica canta a todo grito y salta y empuja al resto, la miro bien y parece tener más de 18 años. Los niños la miran asustados.
El show es redondo: es un concierto de rock para niños: escucho gritos guturales, distorsiones, al parecer los músicos bailan. La banda suena increíble y la voz de Pedropiedra, así como los nuevos arreglos, le da nuevos alcances a las canciones.
El show es todo parodia: se ríe de Lollapalooza, de ser padre y endeudarse, se ríe de la figura del músico (Tulio olvida los nombres al presentarlos, nunca se presenta la banda), de los festivales, de Gorillaz, de los mismos 31 Minutos: es un episodio más, pero mejorado, en vivo, una experiencia nueva que podría romperla, una vez más, en México. Es un espectáculo que supera lo local. Creo que los Ilabaca suenan incluso mejor que con su propia banda.
Rubén Albarrán, el de Café Tacvba, que tocó hace un rato con su otro proyecto HopPo!, sube a escena, lo veo entrando al escenario cuando lo presentan como “un gran artista, con uds… el mexicano”. Momento alucinante, por cierto.
Siguen llegando chicas saltarinas, los padres se siguen enojando y ya comienzan a empujar para recuperar su espacio.
Pero bueno, ya está: el show es impecable, tanto así que poco importa tener una visibilidad del 10%. Se despiden con “Lala” y fue imposible mantener a la gente sentada, si no puedes vencerlos, úneteles. Por eso ya todos saltan, con los niños sobre los hombros.
Por supuesto que dispara al nicho de los padres más jóvenes, pero que esta vez, el escenario del Kidzapalooza le quedó chico. O, pensándolo mejor, es la profesionalización del Kidzapalooza, su llegada al siguiente nivel ¿Qué nos traerá el próximo año?
Alguien me empuja, es una chica con un bebé que parece tener semanas de vida. Está llorando y aunque me retiro contento –demasiado contento– del sector, anoto una vez más en mi libreta: “cuídate de ser padre”.