Por qué ver la última “The Dark Knight Rises” de Christopher Nolan.
Los estadounidenses son increíblemente buenos para matar. Lo hacen como una manera de conseguir sus objetivos: un poco como la extensión de su pasado violento (con la matanza de indios y esclavos o la guerra “civil” entre el norte y el sur), otro tanto, desde que decidieron enviar a sus clases bajas a invadir Medio Oriente.
Puede ser su política exterior, su envidiable imaginación para crear una variedad infinita de superhéroes o que tengan tantas municiones en los pasillos de los supermercados. Las mismas que matan a 24 estadounidenses al día, unos nueve mil muertos al año, sin contar las víctimas de disparos por accidente o los suicidios, que suman en total ¡25.000 fallecidos por armas de fuego!
Si lo pensamos, son las armas, pero todos sabemos que, en realidad, no son las armas.
// Por: Gabriel Labraña y Alejandro Jofré.
Parafraseando al gordo Moore, «no es culpa del cine, ni de los videojuegos: en Japón, son mucho más violentos y, sin embargo, mueren menos de 20 personas al año por armas. Y no se trata del número de familias rotas, como aseguran otros todavía más perdidos, porque en Inglaterra hay tantos hogares monoparentales como en Estados Unidos y tienen menos de 40 muertes por armas al año».
Es su forma actual de «resolver todo lo que les inspira miedo» y este filme de un británico —y sus primeros efectos, como la matanza en el cine de Aurora, en Colorado— no hace más que demostrar lo viable que es manipular a una sociedad completa a través del miedo.
Al comienzo de esta película, Nueva York como Ciudad Gótica es una maqueta de esa paranoia. Después de la aparente calma, están las filas y columnas de ventanas, con algunos habitantes caldo de cultivo de frustraciones, susto e indignación, como a punto de sacar el arma del cajón, todo por efecto del villano de turno.
Christopher Nolan concha-de-tu-madre. Eso fue lo primero que dije en los créditos de la última Batman y cuando salí del cine. Después pensé “hijo de puta”, pero ese es un detalle. Lo cierto es que “The Dark Night Rises” (2012) es la mejor de las tres películas del murciélago, dirigidas por la claqueta británica tras “Memento” (2000) e “Inception” (2010), y escritas por su hermano Jonathan junto a David S. Goyer.
¿Por qué? Simplemente porque se toma la paciencia de sembrar el caos con el mejor abono de toda la trilogía: la manipulación como un móvil al desbarajuste y la violencia.Este punto debe entenderse como el acto de regar la duda sobre la admirable figura de Selina Kyle (Anne Hathaway) y la certeza tras la máscara de Bane (Tom Hardy), que no responde a un villano cualquiera que va a terminar aliándose con los buenos, sino que a un sicópata motivado por un propósito tan complejo como repetido en la historia de la humanidad.
Además de que, otra vez, la duda apunta a la fuerza y la voluntad que pueda tener —o no— Bruce Wayne (Christian Bale), para seguir vistiéndose de negro y combatir la injusticia en el bajo mundo.
Sí: sabiendo que la única mujer que ha querido voló en mil pedazos.
A lo largo de 165 minutos vemos una Gótica sumida en el desconcierto por una falsa revolución, liderada por un criminal temerario (quizá tanto como Batman), que obliga a Bruce a colgar la bata y salir a pelear a las mismas calles que le arrebataron ocho años atrás, cuando se hizo cargo de los crímenes cometidos por Harvey Dent (Aaron Eckhart) y el comisionado James Gordon (Gary Oldman) destruyó la batiseñal.
Acá, nos encontramos con un Gordon pagando el precio de su mentira y una Gótica hundida en lo que se denominó la “Ley Dent“. Algo así como la “Ley Peña” o la “Ley Hinzpeter” en pantalla grande, que ve encarcelados a todos los hampones que amenazan con la armonía de Gotham.
Ahí, un policía-niño-bonito, John Blake (Joseph Gordon-Lewitt), le da esperanzas a Gordon y a toda una ciudad, a punta de hambre y amor por el oficio, mientras otro, al ver que Batman vuelve, solo quiere cazarlo.
Estamos terminando de digerir todos esos cabos sueltos cuando aparece la mejor secuencia de acción de toda la trilogía: en crudo, el Caballero de la noche recibe una terrible paliza, con referencias al cómic incluidas.Párrafo aparte para Bane: correcto, sólido y misterioso. Asesino, que se oye como el surreal Frank de “Donnie Darko” (2001) y encarna, en parte, la representación clave que hacen del comunismo todos los cómics gringos: lo amenazante de la idea de la igualdad de condiciones y la posición del poder cuando las masas toman la iniciativa y se toman las calles para exigir lo que creen suyo.
Bane es un asesino y mentiroso macizo de cintura, pero pucha que le hace bien a la película su perversión. Sus bombas y su explosión en el estadio de fútbol americano, cuando el niño que parece un pequeño Lucho Jara está cantando el himno de Estados Unidos, son la mejor escena del ventrudo. (Y todos ya lo vimos en el tráiler, así que cero spoiler.)
La película es un tejido hilvanado desde la complejidad de Nolan, que es un maniático de los detalles: no queda ningún cabo abierto de toda la trilogía, personajes más personajes menos, y eso se agradece. Sabemos quién es quién e, incluso, si no hubiera muerto Heath Ledger, hubiese apostado que el Joker habría hecho, aunque en breve, un cameo memorable.
En “The Dark Knight Rises” entendemos mejor las motivaciones de fondo de Bruce. Lo vemos solo y devastado. Lo vemos pobre. Y lo vemos regresar a su álter ego Batman, que es lo que importa.
Si los tres primeros tramos de la película, son un complejo tejido peripuesto por las más correctas escenas de acción —que por cierto confunden los límites de la ficción— y la química perfecta entre Hathaway y Bale; Nolan asoma como una anciana pidiendo que estiremos las manos hacia adelante, apuntando hacia ella, para que unos segundos más adelante pueda reordenar sus madejas de lana mientras teje.Porque eso es lo que hace Nolan en este film: teje, teje y teje, y al final, desenrolla todo y aparece su visión de Batman, tan honesta que costará años, si es que no décadas, para que alguien tome el material de la novela gráfica como si fuera un poco de plasticina, lo estruje con los puños y se pase por cualquier lado a los engrupidos que dicen: “oye, Batman salía con las uñas cortas en el episodio cuatro de la revista que compré en el calabozo del androide”, e invente. Porque eso es lo que hace Christopher Nolan. Y le resulta perfecto.
El director toma los moldes que él quiere, desde el guión de su hermano y el autor de “Justice Society of America” (DC Comics), y reinventa la historia de Batman.
Le guiña el lente al cómic, juega con las relaciones entre sus personajes y da lo que muchos antes prometió en “Batman Begins” (2005), cuando empezó todo: hacer del personaje de cómic más amado por los gringos —esa basura de “el fin justifica los medios” y de “somos para el mundo lo que Batman es a Gótica“—: un simple protagonista de una historia muy realista.
Tan simple como eso. Menos es más. El tagline de la película dice “El épico final de la saga“. Y sí, es realmente épico. Nolan no falla, no es alguien que prometa sin cumplir. Por algo costó tanto convencer al director de continuar la secuela de la taquillera “The Dark Knight”.
Con una hora de la cinta grabada en formato IMAX (cines con pantalla gigante ⎯desde 22×16 metros⎯ y sonido en seis canales ⎯para violar tus oídos⎯, que no existen en Chile), “TDKR” cumple la máxima que el mismo Nolan nos enseñó cuando éramos más chicos y vimos “The Prestige” (2007): el truco tiene tres fases.
Primero, la expectativa de que viene algo genial: “Batman Begins”. Luego, la ilusión, donde se plantea una batalla a largo plazo entre el Guasón y el murciélago: “The Dark Knight”. Y el final, a todo reventar, que nos deja pensando en qué demonios es lo que vimos, en “TDKR”. Yo así cerré mi pasada por el cine. Sacándole la madre a Nolan. Fui víctima de su tejido, del sube y baja de Bruce, del héroe de verdad que fue Gordon y del policía con cara de niño bueno de Blake; el pulentismo de Alfred —nunca esperé menos de Michael Caine—, las motivaciones de Bane y una soberbia Marion Cotillard (como Miranda Tate), que a mi juicio, es de lo más extravagante que le pasa a la película y en el momento justo.La banda sonora es un punto aparte. Uno muy bajo, como objeto independiente: pongan atención con Hans Zimmer en Bombers over Ibiza. Aunque no es más mala que The Amazing Spider-Man (2012), una película sacada de un episodio de Glee.
Una vez mi abuela me tejió un chaleco y, cada vez que veía como iba quedando, me sorprendía más. Al final, el que me pasó era más la zorra que el que vi que hizo. Aunque siempre fue el mismo chaleco.
La señora tuvo la magia para maniobrar todas y cada una de las hebras y darle como vieja loca a los palillos. Nolan hizo lo mismo. A mi abuela no puedo sacarle la madre ahora, ni pude hacerlo cuando me regaló el chaleco. A Nolan, por esta trilogía —reflexiono ahora en frío— no le puedo terminar sacando la madre. Le daré lo mismo que a mi abuela: las gracias. ¡Gracias por la enorme trilogía, Nolan! Ahora, antes de que seamos manipulables a través del miedo, vayan a ver “Batman: el caballero de la noche asciende”.
Paf.