John Malkovich: «algunas mujeres quieren culear con un asesino»
Extraño e inédito es el montaje de ópera y teatro con el que el hollywoodense John Malkovich llegó a Santiago. En The infernal comedy él habla, narra y mata, sin ser dramático. Ellas, por su parte, cantan, se enojan y ríen, lo aman y mueren, todo dramáticamente.
// Reseña: Montserrat Olave • Fotos: Cristián Gallegos.
Ese es el contraste constante entre el elenco que revive a uno de los homicidas austriacos más sangrientos de los 90, Johann “Jack” Unterweger, protagonizado por el extravagante Malkovich, en compañía de dos sopranos de voces de ensueño (los escalofríos iban y venían con sus agudos) y la orquesta de más o menos treinta músicos a cargo del director Michael Sturminger.
Esta semana llegaron cerca de dos mil personas para ver al asesino que cuenta su historia después de muerto. Malkovich se pasea entre el público, incitando sensaciones, provocándolos con sus preguntas y mirándolos de cerca. Muy de cerca, como olfateándolos, sobre todo a las mujeres, su debilidad. No sé qué hubiera hecho con él a un metro mío, pensaba desde mi asiento en el Arena Santiago.
De traje, zapatos blancos y lentes de sol, Jack Unterweger entró al escenario a contar su historia, la del asesino austríaco, un hombre adicto a las mujeres que llegó a tal límite que mató a muchas de manera brutal.
Es trágicamente chistoso cuando dice, entre irónico y sarcástico: «some women just want to fuck a killer».
A ratos, no se diferenciaba si el actor era el sádico Unterweger o Malkovich, como si tuviera un desdoblamiento de su personalidad. Como espectadores, caíamos en la duda muchas veces. Es la facilidad que tiene este actor de 59 años, con su naturalidad y talento, para hacer lo que quiere en el escenario.
El verdadero Unterweger se convirtió en escritor mientras estaba preso por matar a una joven de 18 años, en 1974. Los textos los mandaba a editores de la época que difundieron su historia y sus poemas. De tanto escribir, mostró una buena conducta y lo liberaron en 1990. Continuó con las letras, pero al mismo tiempo asesinando. En 1994 lo capturaron y lo volvieron a condenar. Pero al enterarse de que viviría el resto de su vida en prisión, se suicidó.
Lo malo, pésimo y terrible, para la gente que no entiende el inglés original que respeta la obra, fueron los subtítulos. En dos pantallas grandes, a cada costado del escenario, aparecía la traducción de todo, pero con suerte se logró: no iban acordes a lo que hablaba ni a lo que cantaban las sopranos. Fue el cara larga de la obra, la cual generó expectativas muy altas en personas como Francisco Reyes, que estaba entre el público y que dijo que esperaba más de Malkovich, dramáticamente hablando.
Pero no así para Ítalo Passalacua: «como soy lírico, me fascinó». Cuenta que hay dos puntos opuestos, uno en lo puramente dramático: la lírica; y el otro, la historia contada desde alguien que ya no está, que casi ni siente lo que fue su vida, es decir, el asesino.