Entrevista con Hernán Castellano Girón
Químico farmacéutico, pintor y novelista, el multifacético Hernán Castellano Girón (1937) está de vuelta en la escena literaria nacional tras algunos años de silencio.
En el recién pasado 2012, la editorial Cuneta editó los relatos reunidos bajo el nombre Llamaradas de Nafta, mientras que Una temporada en Isla Negra hizo lo propio con su novela Espectros.
Todo partió en la infancia con dibujos, con historias descabelladas que mezclaban epopeyas animalescas y un incipiente humor, el que sería parte de su impronta narrativa posterior. No obstante aquella tendencia manifestada desde la niñez, Hernán optaría por las ciencias, ingresando a la Universidad de Chile a estudiar Química y Farmacia, donde azarosamente se encontró con el poeta beat Allen Ginsberg en 1960.
Más tarde su vocación artística emergería con más fuerza que nunca, derivándolo al mundo de la literatura, la pintura, e incluso el cine (Nosferatu, un escenita criolla, 1971); todas obras que lo conducirían a ser definido incluso como “el más enigmático de los artistas chilenos”.
Resumir una vida nómade y dedicada al arte, una sensibilidad onírica, delirante, desenfadada y libertaria, no es tarea fácil, aunque parte de sus primeros años estén perfectamente narrados en la experimental y ya casi inhallable novela Calducho o las serpientes de la calle Ahumada (Planeta, 1998), así como en sus cuentos del El huevo de Dios y otras historias (Lom, 2002); donde en general sorprende con su memoria prodigiosa de mundos perdidos y todo un cúmulo de referencias al jazz, las vanguardias, incluso a los dibujos animados (como olvidar aquel epígrafe de Lion-O de los Thundercats: Give me sight, beyond sight…!).
En esta entrevista, Hernán Castellano Girón entrega sus apreciaciones respecto a su regreso al mundo editorial independiente, habla del ninguneo del que dice fue víctima en el pasado y cuenta su relación con los poetas de la generación beat —en especial con Ginsberg.
¿Cómo aprecia esta nueva visibilidad que ha alcanzado su obra, sobre todo este año con la publicación de los relatos de Llamaradas de Nafta y de la novela Espectros?
—Haciendo zoom sobre el mundo literario chileno, el muy importante fenómeno de las editoriales independientes, integra tu pregunta a una especie de “milagro natural” que, en sus principios de antinomia borgiana, induce a los mismos jóvenes que aquí y en el mundo entero están luchando por cambiar las reglas de juego sociales y culturales, desde su vértice económico, a “redescubrir” obras que en su tiempo pasaron desapercibidas, como la mía, porque su visión del mundo estaba lejos del alcance de mis contemporáneos y ahora están plenamente vigentes.
Mi poesía pero especialmente mi narrativa como la contenida en Llamaradas de Nafta, en realidad “profetizaba” el mundo de principios del siglo XXI, ese mundo llevado a la agonía por la codicia de una ínfima minoría que controla la economía planetaria. También mis cuatro novelas inéditas de los años sesenta, como Las hormigas y El invernadero, describen un mundo de leyes naturales trastocadas por la depredación, la guerra nuclear y la falta de compasión hacia los demás seres vivos. Afortunadamente a partir del relativo éxito de los libros editados en 2012 existe interés editorial por ellas.
Me gustaría que contara los problemas suscitados con su obra Calducho o las serpientes de la calle Ahumada, una obra enorme y magnífica, y que al parecer ha pasado un tanto desapercibida.
—Agradezco profundamente tus palabras, que corresponden a los de una minoría exigente en lo literario, precisamente por tener un conocimiento profundo de los avances de la narrativa novelística desde las vanguardias de los años veinte en adelante, y a los cuales Calducho… se ajusta fielmente, como no ha escapado al ojo crítico de estudiosos como Cristián Cisternas y Luis Andrés Figueroa, que han realizado cursos de licenciatura y de posgrado basados en ella.
Como ahora esta novela ha suscitado el interés de importantes editoriales independientes para su reedición y se está postulando a un fondo para ello, preferiría no explayarme sobre el tema. Cabe aquí mencionar y enfatizar el inveterado ninguneo dentro del mundillo literario chileno, su desconfianza y hasta odio por todo lo que aparece como diferente u original, las alianzas mafiosas basadas en la mediocridad literaria y humana de sus miembros y otras lacras parecidas, han jugado un papel negativo en la difusión de mi obra en general durante medio siglo. Los reconocimientos mayores hacia mí y mi obra hasta ahora han ocurrido en el extranjero.
La experiencia del exilio, ¿cómo aportó a su obra? Intuyo que hay algo de ampliación de mundo, pero a la vez una herida que es un testimonio de la historia.
—El exilio es no solo un tema, sino una dimensión esencial dentro de toda mi obra posterior a 1973, tanto en verso como en prosa. Yo las considero como dos formas dentro del lenguaje literario esencial que es la poesía. Y existe también el exilio interior, que he sentido como una dimensión del alma del que escribe desde una perspectiva diferente a la de sus contemporáneos. Pero el exilio político y también económico, que en mi caso se funden gradualmente, el primero con el segundo en concomitancia con el cambio de la dictadura a la “democracia protegida” neoliberal que cambió ciertas reglas en lo político pero las continuó en lo económico, hizo imposible nuestro regreso hasta que la crisis mundial y otras razones personales (principalmente el ansiado retorno a mis raíces humanas y culturales) me movieron a regresar al país una vez jubilado.
Es una paradoja no casual ni única dentro de los escritores y artistas exiliados, porque pese a no haber vivido un solo día en que no haya recordado y añorado mi patria entre 1973-2007, durante ese mismo tiempo tanto la cultura italiana como aspectos mayores de la estadounidense (el jazz, por ejemplo), se convirtieron en parte inseparable tanto de mi vida como de mi obra. El yo y el otro borgianos míos vivieron esa experiencia en modo tal que las culturas del exilio ahora forman parte indisoluble de mi persona humana y literaria.
Resalta en su obra, entre otras cosas, un humor desenfadado que convive con un erotismo sin miramientos… ¿Cómo nace esa mixtura?
—Creo que han sido características de siempre en mi narrativa, pero especialmente la reciente, en una evolución que ha ido de acuerdo con los tiempos. Mi lenguaje irreverente con respecto a los Manuales de Carreño literarios, y las detalladas descripciones lírico- eróticas, todo forma parte de lo que mi profesor de estudios doctorales Iván Schulman llamaba “lenguaje epocal”. Tú ves que actualmente en todo tipo de texto escrito o representado en escenarios y ante las cámaras, aparece un sociolecto que incluye los antes llamados “garabatos” o “malas palabras”, esto es modismos, lexemas del coa y epítetos abundosos en terminología sexual. Las telenovelas (buenas o malas) son ejemplos de un uso expresivo de este sociolecto. Ahora bien, en relación con la sexualidad misma, creo que la posmodernidad ha fundido en su gran calderón, erotismo y pornografía, no sé si para bien o para mal, pero siempre prevalece lo hecho con intención artística, la fiel reconstrucción sensorial regulada en el texto, por sobre lo que es simplemente patanería.
Respecto de mi última novela Espectros, que abunda en ambas dimensiones, humor y sexualidad, he escrito en una especie de autocomentario aclaratorio de mis propias ideas: «más que cualquiera de las clasificaciones usadas en los textos que abordan/ ilustran temas sexuales de una manera que escuece la piel de la gazmoñería tradicional, diría que se fue creando al escribir los episodios de sexo, una especie de hiperrealismo sexual que fija los tres centros nodales de las cópulas de la pareja protagonista descritas en el texto y alrededor de las cuales gira el logos, el pensamiento de ellos y sus proyecciones que rebasan ampliamente lo genital, para barrer o trazar en grandes pinceladas, múltiples facetas, los dramas explícitos y ocultos del fenómeno insondable del amor».
¿Cuáles son sus referentes literarios? Me hablaba de Macedonio Fernández, de Pablo Palacio, Arqueles Vela…
—Yo te mencionaba a esos gigantes de la vanguardia histórica como los iniciadores de un estilo desenfadado, filosurrealista a la manera hispanoamericana, que incluía a Huidobro con sus Tres inmensas novelas (escritas no por casualidad a cuatro manos con el dadaísta Hans Arp) como miembros de un filae (como nicho ecológico literario) que se transfieren y comunican a través del tiempo.
Estoy convencido de que la teoría generacional ha estado obsoleta desde siempre —aunque parece ser, si no la única, la principal metodología vigente en la crítica chilena— y prefiero seguir ciertas líneas de afinidad que traspasan el tiempo. Mis referentes literarios más directos son, en la prosa, Henry Miller y el patafísico/neosurrealista francés Boris Vian. Y desde luego, en Chile, Juan Emar a quien el mandragorista Braulio Arenas, con quien seguí varios talleres literarios, definía como “mi padre literario” ya en los años sesenta y antes de haberlo leído yo mismo.
En poesía, el Huidobro altazoriano y el Neruda residencial han sido sin duda formadores de mis genes literarios, con Rosamel del Valle y Jorge Teillier, a quien siento muy cercano en lo literario y lo humano, fuimos amigos tan cercanos que su espíritu está conmigo más allá de la muerte, en el continuum del espacio tiempo que es la eternidad que también está en nosotros desde antes del nacimiento y después de la muerte.
Por último los miembros de la llamada “beat generation” norteamericana, que tampoco es una generación sino un movimiento literario, especialmente Ginsberg y Kerouac, tienen importancia por la renovación de la prosodia transvasijada también a nuestro idioma, el aliento mismo del lenguaje poético sea en prosa que en verso. Será por esto que en California me llamaron “el beatnik chileno” definición que en Chile aparece más bien chistosa, y en ningún caso de pichuleo.
¿Cómo fue ese encuentro con los escritores de la generación beat? Hay una anécdota suya con algunos de ellos en Italia, donde estuvo con Ginsberg…
—El primer encuentro con Ginsberg fue algo absolutamente mágico, del destino que es el devenir del espacio tiempo al que aludo más arriba. Hacia fines de 1959 estábamos con algunos compañeros del último año de Farmacia descansando en un recreo, cuando por el pasillo de la vieja escuela vimos llegar la figura inconfundible del poeta beatnik, acompañado de un joven que después supimos era nada menos que el poeta Jorge Teillier. Ginsberg nos preguntó en su pintoresco español por la profesora de botánica Eugenia Navas, y nosotros los guiamos hasta su oficina. La entrevista fue breve y al salir los poetas nos acercamos a ellos y le manifestamos a Ginsberg cuanto lo admirábamos y cuan felices estábamos de poder haberlo conocido. Por él supimos que su consulta era sobre la planta llamada chamico y sus posibles poderes alucinógenos.
Parece que la doctora Navas se escandalizó mucho por la consulta y lo despachó convencido que la susodicha yerba no tenía poder alguno alucinógeno. Sin embargo, el Datura Stramonium (planta cosmopolita compuesta por muchas variedades) ha sido usado durante milenios en ceremonias mágicas por distintas culturas en el Nuevo y Viejo Mundo. También ha tenido uso chamánico el miyaye mapuche, pero su alta toxicidad lo vuelve extremadamente peligroso por la concentración de alcaloides (escopolamina, atropina). No sabemos si el poeta beatnik llegó a usarlo alguna vez. Entonces abandonamos el trabajo práctico de química y nos fuimos caminando por la Alameda hasta la casa central de la universidad acompañando a los poetas, yo y otro compañero aficionado a las letras, pero ya no recuerdo quien era. Nos fuimos conversando de este mundo y del otro, y Ginsberg se portó extremadamente afable y conocedor de nuestra cultura, sin asomos de divismo. Los dejamos en las oficinas del Boletín de la Universidad de Chile, que dirigía Teillier, y eso fue todo.
Nuestro reencuentro fue a 20 años exactos, en Italia, en 1979 en el Primer Festival Internacional de Poesía en el Lido de Ostia y después, al año siguiente, 1980, en su segunda sesión, en la cual tuvimos el honor de compartir el escenario con los otros beats Ginsberg, Peter Orlovsky, Gregory Corso y William Seward Burroughs.
Los eventos de ambos están detallados tanto en mi novela Espectros, como en el artículo sobre el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum (leer acá), que también leyó con los chilenos, argentinos, mexicanos, nicaragüenses y venezolanos ese día de julio de 1980 en Roma.
Tal vez la más larga y emocionante conversación con Ginsberg fue en Detroit, al año siguiente, en una fiesta organizada en casa de John Sinclair, un valiente activista político, músico y poeta, muy amigo de Ginsberg y de John Lennon. En esos días Sinclair vivía en Downtown Detroit y después del recital de Ginsberg en el Detroit Institute of Arts con el grupo rock-punk The Layabouts, con quienes compartí gloriosas juergas, especialmente en el pub Cobb’s Corner, donde a menudo leí mi poesía junto a Sinclair, Trino Sánchez, Dudley Randall, Kofi Natambu y otros poetas del ambiente de Motor City; fui con mi amigo y editor Rod Reinhart a saludarlo al camarín, donde estaba también Sinclair, quien nos invitó a esa fiesta. Allí conversamos largo con Ginsberg sobre Rosamel, Nicanor Parra, Luis Oyarzún, Jorge Teillier y otros amigos suyos chilenos. También ahí me presentaron a la viuda de Jack Kerouac, Stella Sampas-Kerouac. Ella quedó estupefacta no solo de saber que a Kerouac se le leía en Chile sino que su prosa /prosodia desenfadada y jazzística había tenido influencia en narradores chilenos entre los que me contaba yo e Iván, el hermano novelista de Jorge Teillier. Terminamos llorando abrazados. Sería la última vez que vería a Ginsberg, fallecido en 1997, y a Stella, muerta en 1990.
¿Cuál es su visión sobre las nuevas generaciones de escritores y cómo ve este pequeño auge y valorización de las editoriales independientes?
—Es bueno puntualizar que es mejor hablar de promociones en vez de generaciones de escritores, porque a este último término se le ha dado y se le da un valor crítico desmesurado, siendo que nada hay más heterogéneo que las llamadas generaciones literarias. Basta pensar en la llamada “Generación del 38”, donde al menos se dieron dos filones contrapuestos, el social-criollista y el surrealista, sobresaliendo en ambos escritores a su vez tan disímiles o individuales como Francisco Coloane y Miguel Serrano. También son inventos/disparates mediáticos la “Generación del boom” y la “Generación del 50”, gestada y promovida por el novelista Enrique Lafourcade.
Las nuevas promociones de escritores, sobre todo poetas de ambos géneros, han producido voces genuinas, muy diversas entre sí, pero unidas en el compromiso con el derecho/deber inalienable del escritor de luchar por la justicia, los valores humanos y humanistas y la denuncia del ecocidio perpetrado por el hipercapitalismo que ha tomado de asalto, incluso mediante la guerra, apoderándose de todos los recursos del planeta.
Las editoriales independientes son una parte importantísima en este fenómeno sociocultural, porque representan la contrapartida de los grandes consorcios editoriales comerciales, cuya idea de la literatura es vejatoria respecto de lo que han sido los grandes creadores del pasado: lo que se vende, vale y tiene significado literario, lo contrario no lo tiene.
También yo debo personalmente agradecer el reconocimiento otorgado a mi obra por parte de editoriales independientes. Después de décadas de silenciamiento y ninguneo mafioso o ególatra por parte de escritores que no veían con buenos ojos la aparición de una voz diferente, mi obra encuentra acogida en editoriales independientes como Cuneta y Das Kapital y a nivel local, en las ediciones artesanales de Una Temporada en Isla Negra y Tralcamahuida.
Finalmente, ¿cuál es su parecer sobre el estado de la cultura en el país?
—Junto a la labor encomiable de las editoriales independientes, habría que señalar el trabajo de los colectivos de arte, de teatro, de música, toda la reacción positiva que va en paralelo, por ejemplo, con la de los estudiantes que luchan por retornar al principio del estado docente, básico para proveer de una educación justa a la comunidad nacional e internacional.
Esta labor positiva se ve contrarrestada por la posición oficial de restricción y postración cultural, donde el arte se ve supeditado a las leyes del mercado y lo que sucede en literatura se extiende a las demás artes. Prácticamente no hay artistas significativos que apoyen un arte servil de mercado, salvo los que han vendido sus muy limitados talentos a cambio de prebendas, embajadas y puestos burocráticos manejados en el más puro estilo mafioso. A nivel comunitario, hay un resurgimiento y una toma de conciencia del artista. A nivel oficial, todo lo contrario, un estancamiento deplorable y sirviente del poder económico.