Acapulco: narcos y la pesadilla del mirrey

por · Marzo de 2014

El mirrey mexicano es el zorrón chileno y esta es la crónica de una recién llegada a México.

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Como muchos, imaginaba Acapulco lujoso, lleno de palmeras, bellezas y todas esas cosas maravillosas que te muestran las teleseries mexicanas. Sin tener el sueño de estar de guatita al sol en alguna playa del mundo, fui a parar ahí. A Acapulco. Y la verdad es que es un lindo lugar, aunque con tanta gente como cualquier otro estado de México. La rodean cerros repletos de casas hasta sus puntas, y está bien delimitado el sector turístico del residencial —este último, con una mayor cantidad de poblaciones y lugares a los cuales es mejor ni asomarse.

Se sabe: los mayores problemas de México son el narcotráfico y la corrupción. El sector norte del país, al estar más cerca de la frontera con Estados Unidos, es el más complicado. Esta playa, aún estando lejos, aparece en el top ten de las más peligrosas de la nación. Los secuestros y el tráfico de drogas le hacen honor al apodo de “Narcapulco”.

Otra evidencia son los policías, que se pasean en camionetas apuntando a cuanto peatón se les cruce con una escopeta. Como para relajarse.

Mi fin de semana en la playa fue con dos amigos y dos desconocidos. Uno de ellos era drogadicto. Formaba parte de la tribu urbana de los mirreyes —zorrones, como se diría en Chile— y parecía no estar muy satisfecho con sus consumos. Escuchaba Luis Miguel —el rey de los mirreyes— y trataba a la gente con los modismos más despectivos que puedan existir en México. Algo así como naco (flaite), gato (roto), cholo (negro), pendejo (imbécil) y todos los adjetivos imaginables.

Los días que siguieron, el mirrey enloqueció. Fue poseído por la cocaína que cargaba en el llavero del auto y los whiskis que tomaba desde las once de la mañana —no bromeo. Las cuatro personas que restábamos dependíamos de él para volver al Distrito Federal. Claro, porque un mirrey, con tal de presumir de su dinero, es capaz de llevarte a China en barco sin que pagues nada, como nos pasó a nosotros con la bencina y el alcohol.

Acapulco ya no parecía tan atractivo. Era ilógico que teniendo preocupaciones más importantes, como los asaltos, los secuestros y los narcos, que supuestamente había por montones, hayamos ido a parar con una versión amateur de ellos.

El penúltimo día, el fan de LuisMi se paseaba por la piscina gritando que estaba anal (muy borracho), mientras seguía tomando frente a niños chicos. Garabateaba a la gente y nos contaba historias hórridas, como que su padre tenía un medio de comunicación y que recibía dinero de una institución —que sería algo así como una municipalidad en Chile— para omitir ciertas noticias.

Él, claro, muy orgulloso.

Después subió de tono y repetía que podía matarnos y que nadie se daría cuenta. Ahí sí que me dio susto.

En México la situación es grave: el que tiene plata sabe que convive con narcotraficantes y no hace nada. Primero, porque les puede pasar algo y, segundo, porque el narco sabe comprar el silencio de la gente. Por otro lado, la policía no es muy eficiente: les pasas dinero y se les olvida tu delito. También es un país que perdona fácil y son o muy sumisos o muy dominantes. Así se explica que el chico con que vinimos a Acapulco hiciera lo que quisiera con nosotros.

El último día, el mirrey se fue a un hotel con una chica y el resto tuvimos que devolvernos en autobus. Poco nos importó, y eso que en México el tráfico vehicular es criminal. Luego caímos en lo barata que la sacamos: nos podrían haber agarrado con cocaína en una ciudad sumergida en el narcotráfico y luego mandado a volar del país. Muy Acapulco habrá sido, pero les aseguro que no es el paraíso que muchos imaginan.

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Sobre el autor:

Tamy Palma (@tamypalma)

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