Arctic Monkeys: música para culear

por · Noviembre de 2014

De un bolsillo de su chaqueta azul petróleo, el líder de Arctic Monkeys sacó una peineta para repasar su peinado. Todo se derritió un poco: Alex Turner estaba de vuelta en Chile.

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En mayo de 2011, caminando por Austin, Texas, Alex Turner entró a una barbería de viejo y le dijo al peluquero: hágame un jopo. Lo hizo no de aburrido ni tampoco de rutina. Los cambios comenzarían por su pelo.

En noviembre de 2014, de un bolsillo de su chaqueta azul petróleo, el líder de Arctic Monkeys sacó una peineta para repasar su peinado. Todo se derritió un poco. Apoyando un pie en el retorno, meneando levemente su pequeña cintura, Turner estaba de vuelta en Chile.

En la navidad de 2001, cuando tenía 15 años, sus padres le regalaron la primera guitarra eléctrica. Al año siguiente ya había formado un grupo con su vecino Jamie Cook y otros compañeros de colegio. Sin explicación, se llamaron Arctic Monkeys. «Un pésimo nombre para una banda», reconoció Turner hace un tiempo.

En abril de 2012, engominados en uno de los escenarios principales de Lollapalooza Chile, el grupo decepcionó. Llegaron varios miles de muchachos y muchachas que crecieron con la velocidad de sus canciones primeras, y esa universalidad de la adolescencia suburbana, la falta de romance y la abundancia de pose, con las espinillas brillando bajo el sudor del baile desenfrenado. Pero esa vez, ante esos miles que llevaban más de seis años esperándolos, los Arctic Monkeys fueron un frío trámite. Parecían entrampados entre este nuevo estilo anticuado y su vieja onda modernilla. De su interpretación solo brotó talento y muy poca convicción.

También en abril, pero de 2014, Jamie Cook dijo: «nos hemos vendido». Se refería al cambio de actitud de la banda, que pasó de sabotear premiaciones y apariciones en TV a dar entrevistas y mostrarse dóciles ante la industria. Lo dijo en broma, por supuesto, pero la verdad igual se asoma. Ayer llenaron el Movistar Arena a 60 lucas la cancha general.

arctic monkeys

Otra vez noviembre de este año. Las pantallas gigantes del Arena, a cada lado del escenario, retrataron al grupo en blanco y negro, como dirigidos por Jim Jarmusch: más que la parafernalia, que no hubo en el concierto, registraron los detalles de cada integrante, sus gestos, su personalidad. El relajo de Matt Helders en la batería, la sobriedad del bajista Nick O’Malley, la elegancia del guitarrista Cook y, sobre todo, la sexualidad de Turner. Un erotismo clásico, mezcla de rudeza y fragilidad, totalmente bajo control y completamente desatado.

A mediados de 2004, todavía en Sheffield, su ciudad natal, la banda editaba sin querer su primer trabajo, una colección de 18 demos que un fan compiló bajo el nombre de Beneath the Boardwalk. Ese disco se movió como una droga nueva, rápido y en secreto, activado por una sexualidad implícita, basada en la adrenalina de un carrete problemático y en la novedad de las borracheras iniciales. «Ponte tus zapatos de baile, pequeña calentona», cantaba un ácido Turner. Veloces y energéticas, eran canciones perfectas para perder la virginidad.

En septiembre de 2013 apareció su quinto disco de estudio, AM. El compositor lo definió bien como «un beat de Dr Dre, al que le dimos un corte de pelo a lo Ike Turner y lo mandamos a galopar por el desierto en una Stratocaster». Para la crítica, el mejor álbum de su carrera. Un disco que no acelera pero tampoco se estanca, que consigue una cadencia ideal entre la firmeza del rock stoner —“Arabella”— y lo sutil del R&B —“I Wanna Be Yours”. Sólida y grácil, es música para culear.

El corte de pelo de Alex Turner en Texas no fue casualidad. Los Arctic Monkeys, antes de cumplir veinte años, jóvenes y confundidos, ya eran la esperanza de una generación igual de joven, igual de confundida. Cada paso que daban debía confirmar algo que ni ellos mismos sabían, cada disco se transformaba en una prueba de valía. Turner, de alguna manera, entendió que el mundo es de los adultos, y que a los 25 la juventud ya se le había acabado.

Chaqueta, zapatos, gomina. En noviembre de 2014, en Santiago de Chile, el niño tímido que escondía el acné bajo una chasquilla apareció como un galán, desviviendo mujeres e hipnotizando varones. Todo fue muy sexy. Vendidos o comprados, los Arctic Monkeys, con su pésimo nombre, descubrieron lo que siempre fue suyo y lo potenciaron con distinción. Nunca dejaron de ser una banda sensual, solo que ahora lo saben.

Arctic Monkeys: música para culear

Sobre el autor:

Cristóbal Bley es periodista y editor de paniko.cl.

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