Chile: la sociedad del desapego

por · Agosto de 2022

Considerando el estallido de octubre del 2019 como la punta de un iceberg de conflictividad social, la socióloga Kathya Araujo ofrece una mirada crítica de las últimas dos décadas de la sociedad chilena.

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El siglo veintiuno nos expone una y otra vez a episodios que nos enseñan que la complejidad y la incertidumbre son lo único seguro. Ante el caos y la confusión de todo proceso de cambio, las persistentes ciencias sociales se declaran en rebeldía, resistiéndose a aceptar su posición en los ránkings de competitividad laboral para recordarnos de la importancia que tienen cuando parecemos extraviar la capacidad de comprender lo que nos rodea. Por ello, es particularmente valiosa la reciente publicación de la socióloga Kathya Araujo titulada The Circuit of Detachment in Chile (Cambridge University Press, 2022) que reseñaremos en este artículo. 

El libro ofrece una mirada crítica y comprehensiva de la adaptación a cambios estructurales que la sociedad chilena ha experimentado durante las últimas dos décadas. Las dos principales fuerzas impulsando dicha transformación son la implementación del modelo neoliberal instalado de manera autoritaria durante la dictadura militar y la democratización del vínculo social. Y el mecanismo mediante el cual explica las operaciones de adaptación de las personas a dichos cambios es un circuito dinámico de cuatro componentes: exceso, desencanto, irritación y desapego.

Considerando el estallido social de octubre del 2019 como la punta de un iceberg de conflictividad social, la autora usa el circuito de desapego para analizar el proceso de desidentificación y distanciamiento entre las personas y las instituciones y entre personas y grupos sociales percibidos como extraños o lejanos. Y desde esta heurística, disecciona los riesgos que la debilitación del vínculo social y político comporta para una sociedad cohesionada y para una democracia vital.

Orígenes del desapego

La obra sintetiza dos décadas de investigación de la autora sobre la adaptación de la sociedad chilena a dos fuerzas estructurales de cambio. El modelo neoliberal implementado en la dictadura bajo el diseño intelectual de los Chicago Boys y profundizado durante los gobiernos de la Concertación. Y un reciente e intenso proceso de democratización del vínculo social.

Araujo define neoliberalismo como aquel modelo económico orientado a la promoción del libre mercado bajo la creencia que la autorregulación mercantil y la competitividad beneficiarán al crecimiento económico. Esta liberalización se asocia a la desregulación del intercambio de bienes y servicios, de relaciones entre los individuos y a la reducción del estado a la prevención de prácticas que erosionarían la libre competición. El neoliberalismo se nutre de la despolitización, priorizando una visión económica y moral de la sociedad construida sobre el individuo, en desmedro de estructuras colectivas.

El éxito macroeconómico del modelo neoliberal en Chile, sostiene Araujo, se acompañó de una notoria reducción en la provisión de servicios y protecciones sociales. Esto aportilló los sentimientos de solidaridad que están en el corazón de los lazos sociales, situación que se agravó durante diversos eventos de prácticas económicas predatorias que profundizaron la sensación de vulnerabilidad. Sin embargo, las personas en Chile también reconocen diversos aspectos en los que el neoliberalismo benefició al país. La prosperidad económica permitió mayores niveles de confort en la vida cotidiana, lo cual llevó a una generalizada percepción de mejora en el status socioeconómico. La sombra de esta percepción sería la consciencia de que dicha mejora dependía mayoritariamente en los esfuerzos de cada individuo. 

La segunda fuerza estructural de cambio, propone Araujo, es la democratización del vínculo social que encuentra su origen en la transición de ver a la democracia como una aspiración (durante la dictadura) para vivirla como una tarea (post-dictadura). Enmarcado en el proceso de ciudadanización de América Latina, prevaleció en Chile un modelo en el que el domicilio de los derechos estaba en el individuo y en donde la igualdad se convirtió en el ideal normativo. Las estructuras jurídicas, institucionales y políticas que se cristalizaron alrededor de este ideario supieron incorporar demandas de movimientos sociales, incidencias de organismos internacionales y la influencia de la industria cultural de manera que se ampliaron los límites de discusión respecto a la igualdad. 

La extensión de un modelo democrático basado en la igualdad, fue interpretado por chilenas y chilenos como una invitación a un trato social más horizontal, es decir, como la disolución de asimetrías históricas en el trato asociadas al estatus social. Sin embargo, estas expectativas de una nueva forma de trato digno chocaron con jerarquías naturalizadas, privilegios étnicos y de género, el autoritarismo como modelo de autoridad y las formas tradicionales de ejercer el poder, perpetuando desigualdades interaccionales. La siempre esperable distancia entre las expectativas de igualdad social y la realidad en el caso chileno se volvió tan grande que generó incredulidad respecto a las promesas de mayor igualdad, afectando la confianza en las instituciones, en otras personas y en la sociedad en general.

Un circuito de desapego

Araujo explica el efecto de estás fuerzas en las vidas de chilenas y chilenos a través del circuito de desapego, modelo compuesto de cuatro elementos: exceso, desencanto, irritación y desapego. Este circuito bien podría describirse como la receta del caldo en el que hierven a fuego lento profundas contradicciones de la sociedad chilena contemporánea. Anhelos de mayor igualdad que conviven con preferencias por la verticalidad de un autoritarismo que se confunde con autoridad. Una crítica a estructuras tradicionales elitistas de poder que se acompaña de una lucha cotidiana por imponerse al otro en el trabajo o en el espacio público para disputar la última silla disponible. Personas que confían más en sus capacidades y logros, pero se sienten desprotegidas y engañadas por instituciones que desprecian. 

El componente de exceso se refiere a la forma en que las personas se adaptan a las exigencias de sus vidas cotidianas y sociales. En el ámbito laboral, el exceso se manifiesta en el fenómeno de la pluriactividad, con el que Araujo nombra la realidad de chilenas y chilenos que adoptan más de una ocupación para compensar las exigencias económicas requeridas para asegurar mínimos de protección y estatus social. 

Kathya Araujo
Kathya Araujo

Concretamente, se trata del arrinconamiento al que se enfrentan las personas que no optan por el camino del endeudamiento para financiar servicios dentro de los mercados que el modelo neoliberal creó en Chile para resolver dichas necesidades. Además, la pluriactividad se asocia con el esfuerzo de los individuos para poder alcanzar los estándares de calidad de vida en áreas que cada vez ganan mayor relevancia para la sensación de bienestar, tales como gastos en comunicación y conectividad. 

Finalmente, el exceso representado por la pluriactividad es el mecanismo mediante el cual las personas buscan protegerse de la fragilidad de su estatus social. El éxito en conservar esta posición lleva a las personas a crecer el nivel de autoconfianza en sus capacidades y a dejar de sentir que las instituciones sociales les resultan necesarias. Todo, bajo el costo de volverse hiper-actores sin tiempo para cuidar del bienestar físico y mental individual y para nutrir vínculos familiares.

El desencanto dice relación con la desilusión generada por las promesas incumplidas del modelo neoliberal. La idea de que el ascenso social y el mejoramiento gradual de las condiciones de vida dependía del mérito y el esfuerzo individual permeó con profundidad en las relaciones sociales, laborales y políticas en Chile. Pero Araujo plantea que las personas se encontraron con límites a las reales posibilidades de mejora individual, con bajos retornos o recompensas de los esfuerzos individuales y con constante riesgo del deterioro de lo conseguido. A pesar de una percepción subjetiva de las personas de que el ascenso social sí era posible, al 2013 tres de cada cuatro personas pertenecían a la clase trabajadora (o de auto-empleo e informalidad laboral). Una gran paradoja del desencanto se oculta en la frecuente utilización de las personas de la pobreza como factor explicativo de su experiencia social, al mismo tiempo que se reconocen como clase media. 

El desencanto también se relaciona con la baja recompensa de la participación individual en el mercado laboral que surge de, por ejemplo, los bajos salarios. Esta desilusión se manifiesta de manera significativa en la evaluación que las personas hacen del retorno que tiene la educación superior en su capacidad de ingreso. El significativo aumento en el acceso a educación superior, generó expectativas de movilidad social que no se cumplieron.  Citando evidencia del PNUD, Araujo plantea que la distribución de oportunidades laborales en Chile sigue estando fuertemente vinculada a temas como las redes familiares, la apariencia y el apellido. En tanto, una nueva paradoja yace en el hecho de que mientras la deuda por estudios superiores no conllevaba mejores oportunidades de prosperidad económica, al año 2020 el 63 por ciento de personas entre 18 y 29 años consideraba la deuda educativa una inversión. Por último, el deterioro en otras dimensiones, tales como la de la vivienda o el endeudamiento para consumo, también se identifican como fuentes de desencanto. 

El inicio del siglo veintiuno relevó que la sociedad chilena padecía altos niveles de irritación. La fricción relacional de la irritación lleva a un uso desregulado de la fuerza que resulta desagradable y agresivo. Según Araujo, esta irritación conecta con la sensación de malestar detectada por el PNUD hacia finales de los noventas. La autora plantea que aunque las expresiones de malestar son variadas, un elemento común a todas ellas es la presión generada por la cada vez mayor horizontalidad del vínculo social. Y por otra, la expansión del sistema o el modelo, frecuentemente concebido por las personas como un tipo de enemigo. 

La idea de que dentro de este sistema se deben encontrar soluciones individuales a las problemáticas de la vida cotidiana, propició la percepción de que se puede subsistir en el mundo social sin instituciones. Señalando la dificultad de comprobar esta percepción, Araujo menciona que ésta inclusive avanzó hasta llegar a la idea de que las personas debían protegerse de las instituciones. Esto correlaciona con la baja histórica en el respaldo ciudadano a instituciones tales como la iglesia, la policía, fuerzas armadas, gobierno, empresas y partidos políticos. Así, candidatos en campaña agredidos o personas desconocidas disputando violentamente los asientos en el transporte público, se vuelven manifestaciones cotidianas de irritación en el espacio público.

En la base de la irritación están factores como el ya señalado exceso, la percepción respecto a la propia autoconfianza requerida para rascarse con las propias uñas, o una sensibilidad exacerbada a la desigualdad interaccional visible a través de mecanismos como funas. Y recientemente, la crisis que se manifiesta en el estallido social también da lugar a una creciente incertidumbre respecto a los códigos que regulan la interacción con otros, generando constantemente arenas de confrontación y disputa. 

Finalmente, Araujo propone que el desapego es el componente final del circuito, definiéndolo como un proceso “multiforme de extrañamiento y desvinculación con los principios, racionalidades y legitimidades que estructuran el vínculo social”. Es decir, se trata del momento en el que se aflojan los hilos que mantienen a la sociedad cohesionada. Alejándose de las implicaciones del concepto de anomia, Araujo plantea que el desapego es ante todo una solución de auto protección individual contra la dificultad de la vida social, que se manifiesta en cuatro tipos. 

Refugio es la forma en la que el desapego se expresa mediante el plan real o imaginario de dejar el propio contexto y cambiar de aire (irse al sur o al campo) o bien en el deseo de trabajar de manera independiente. Lo que se busca es la tranquilidad, dejar atrás la competitividad, la agresión, la indiferencia cotidiana siempre presente en interacciones con otros. 

Nuevo comienzo se parece bastante a refugio, en cuanto a lo que busca evitar y lo que aspira a conseguir. Pero no sólo se limita al acto de escapar, sino que conlleva la activa búsqueda de un plan de vida alternativo. Si en refugio el plan llega hasta cambiar el campo por la ciudad, en nuevo comienzo el plan llega hasta a concebir modos de vida, de producción, de empleo, que permitan asegurar la viabilidad de dicho cambio. 

Adhesión aparente es la apuesta por la permanencia en la sociedad para cumplir con las expectativas respecto a los roles que se asume, bajo el objetivo de beneficiarse de las recompensas que la sociedad tiene para ofrecer. Al mismo tiempo, se desarrolla un discurso que critica la sociedad en la que se vive, aunque ello no genere una modificación profunda del comportamiento. Asumiendo la imposibilidad de escapar de la sociedad, se opta por reconocer sus contradicciones morales y aprender a vivir con ellas.

Finalmente, alternativas adversarias implica una forma más extrema de desapego, que llega hasta suponer la “creación de mundos alternativos a partir del rechazo absoluto de la sociedad, en abierta confrontación con sus principios, lógicas y racionalidades”. Tal como ocurre en grupos delictivos, se trata de desarrollar mecanismos para ignorar definitiva y efectivamente la norma social del sistema y hacerse “la propia ley”. 

¿Salir del desapego?

A través de este libro, Kathya Araujo no sólo sintetiza de manera ejemplar dos décadas de investigación social, sino que abre una invitación para conectar con nosotros mismos y con muchas de las contradicciones y laberintos en nuestras propias biografías. 

Esta obra nos permite ver cómo los cambios estructurales se ciernen sobre las experiencias subjetivas, modificando el ámbito íntimo de las personas y alterando el vínculo social y político. Y de paso nos hace reflexionar sobre los riesgos que puede tener que la clase política continue dando la espalda a una mirada más fina de lo social, permaneciendo obstinada en su estado actual de organizaciones de competitividad electoral y de agencias de polarización del debate.

Sobre todo, el libro nos convoca a pensar críticamente el presente. En un contexto de renovación constitucional como el que vive Chile, Araujo nos recuerda que no sólo están en juego la disputa por las reglas del sistema político y económico, sino también las pautas a través de las cuáles se debe redefinir la percepción que tenemos de nosotros mismos y las relaciones que construimos con los demás. 

Sólo con una mirada franca de lo que somos y hemos sido, podremos proyectar lo que queremos llegar a ser sin un excesivo margen de error. Reconociendo la existencia del desapego, así como los límites y las contradicciones de un individualismo -para bien o para mal- enquistado en lo profundo de nuestra forma de experimentar lo social, podremos ensayar alternativas hacia una nueva valoración de lo colectivo y construir la confianza y la cohesión necesarias para llegar ser una sociedad democrática, justa y participativa.

Chile: la sociedad del desapego

Sobre el autor:

Gustavo Rojas Ayala (@gurarojas) es periodista de la PUCV y Máster en Educación de la Universidad de Harvard.

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