La isla desconocida

por · Septiembre de 2021

“Ah, ah, sin amor irse a la mar”.

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Sur moi la nuit immense
S’étend comme un linceul;
Je chante ma romance
Que le ciel entend seul.
AH! comme elle était belle
Et comme je l’aimais!
Je n’aimerai jamais
Une femme autant qu,elle
Que mon sort est amer!
Ah! sans amour s’en aller sur la mer!

 

(En mí la noche inmensa/
Se extiende como un sudario/
Canto mi romance
Que solo el cielo comprende/
Ah, cuán bella era ella/
Y cómo yo la amaba/
Nunca volveré a amar
A una mujer tal como ella/
Cuán amarga es mi suerte/
Ah, Ah, sin amor irse a la mar.
)

Estos son los versos iniciales de un poema de Théophile Gautier, que forman parte del ciclo Las noches de verano, y que eran los favoritos de mi madre y su hermano mayor, Teo, Teófilo Alonso, quienes se los sabían de memoria y los recitaban en privado, tal como en aquellos años se usaba, o sea, reunirse pocas personas y leer o declamar versos. Gautier, durante mucho tiempo, fue considerado un escritor menor o, como se diría hoy, de segunda clase; sin embargo, en la actualidad se le ha revalorizado hasta el punto de estimársele un artista de primera línea, pues ha pasado a ser el fundador del parnasianismo y el precursor del simbolismo y la literatura moderna.

Como lo he escrito largamente en un libro mío, mi familia materna, todos españoles provenientes de Zamora, no fueron los típicos refugiados de la Madre Patria que llegaron a Chile en el famoso barco Winnipeg. Ellos residían en el distrito de Aubervilliers, en París, debido a que mi abuelo, Heliodoro, había sido un miembro activo y dirigente del Partido Comunista en el exterior. De modo que emigraron a nuestro país en 1940, a bordo del Groix, un barco mixto de carga y pasajeros. Matías y Teo lucharon por el bando republicano en la guerra civil, pero solo Matías pudo llegar a tiempo antes del zarpe. Teo, en cambio, se quedó en Francia por órdenes del Partido, debió sufrir los rigores de la ocupación alemana y contrajo tuberculosis, lo que no impidió que continuara laborando en una fábrica de muebles en Beauvois, hasta su muerte, en 1971. Apenas lo conocí, ya que solo tuve oportunidad de verlo dos veces: la primera de ellas fue a raíz de las fiestas de Navidad y Año Nuevo que pasé con él y su familia en 1970 y algo más tarde en Villalpando, su pueblo nativo y el de su familia, mi familia materna. Mi primo Luis Alonso, al cual muy poco frecuenté en esa época, fue, tiempo después, representante del Partido Comunista francés en la Asamblea Nacional. 

Pero, como ya lo dije, he hablado demasiado sobre mi familia, así que vuelvo al poema de Gautier, favorito de Loreto, mi madre y de Teo, que hasta lo cantaba con su bellísima voz de barítono. 

Es una romanza que nos habla de la noche y del cielo, que solo son capaces de comprender las tribulaciones del poeta. El estribillo «Ah, ah, sin amor irse a la mar» se repite, una y otra vez a lo largo de las tres estrofas que conforman la estructura rítmica de la poesía. Es el lamento de un pescador que ha perdido a su amada: su comienzo nos dice que ella, de una belleza que solo él puede captar, ha muerto, por lo que él llorará siempre: bajo la tumba ella se ha llevado su alma y su amor, pues en el cielo, sin escucharle, ella regresará.

Esta elegía fúnebre, nostálgica, de suave tristeza, fue un tema favorito, no solo de Gautier, sino también de sus contemporáneos y sucesores —en especial Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Banville—, así como de cantores en verso en otros idiomas, como Poe, Browning, Swinburne, Dante Gabriel Rossetti, Christina Rossetti, Arnold, Morris y muchos otros. En el siglo XX y, más aún en el actual, todo esto parece pasado de moda, lánguido, mortecino, adocenado. Sin desconocer los méritos de la poesía contemporánea, se diría que, en general ella se reduce a aullidos, gemidos, estrépitos, cacofonías sin sentido, lo que, por desgracia, es particularmente aplicable a Chile, donde todos los días surgen poetas y poetastros que, sin decirlo con menosprecio, creen que basta con largar un par de gruñidos, para crear una obra de magnitud. 

Con Gautier de ninguna manera sucede esto, porque su delicadeza, su finura, su sentido del ritmo, ese cantar que solo con el alma se expresa, emana de una sensibilidad que, al parecer, hoy se ha perdido por completo y, por desgracia, nuevamente tengo que mencionar a Chile, cuyos bardos, quizá, produjeron la mejor poesía del siglo XX.

La verdad es que, el romanticismo y sus secuelas, así como la forma de versificar clásica o semiclásica, con rima consonante, metáforas de gran altura, imágenes y todos los demás recursos poéticos parecerían batirse en retirada, a diferencia y a una diferencia sideral, de lo que Theophile Gautier entendía como lo que es forjar una estructura versificada. 

En La isla desconocida, con que titulamos este artículo y que forma parte del incomparable ciclo Las noches de verano, hay ángeles, palomas olvidadas, blancas criaturas, disparidades entre los amantes, lágrimas que se vierten sin cesar, ataúdes, noches cual mortajas y, más que nada, un sentimiento de ausencia y pérdida total. El poema se construye poco a poco, de modo gradual, sin que nos demos cuenta cómo esa evolución progresa hasta el ritornello final, que ya ha golpeado en nuestras conciencias cual martillazo que registramos en nuestras conciencias, tal como acontece con canciones que hemos memorizado o memorias de películas que hemos visto: «Ah, ah, sin amor irse a la mar».

El problema es que resulta difícil resumir, y menos explicar una poesía semejante. De partida, la poesía no se explica, tampoco hay por qué entenderla, ni menos intentar una comprensión lógica de ella. Claro, podemos interpretarla y en el presente, hay cientos, tal vez miles de escuelas de literatura, en especial de literatura creativa, cuyos profesores y doctores en letras se ganan la vida preparando papers, ensayos, disertaciones sobre tal o cual poeta, hombre o mujer y se pasan la vida en congresos, festivales, simposios, concursos, ferias llevando consigo, para leerlas en libro y luego verlas publicadas, unas pocas páginas sobre algún o alguna poeta conocidos o más bien oscuros. Perfecto. Todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida cómo quiere y esto es tan legítimo y vale tanto para ingenieros, médicos, abogados, periodistas, arquitectos, funcionarios públicos y privados, contadores, comerciantes, vendedores viajeros, empresarios, jefes de servicios, trabajadores sexuales, traficantes de divisas, corredores de bolsa, malabaristas callejeros o cualquier tipo de profesión. Pero, hasta donde yo sé, nadie, absolutamente nadie ha logrado siquiera, ni de lejos, expresar «Ah, ah, sin amor irse a la mar».

La isla desconocida

Sobre el autor:

Camilo Marks es novelista y crítico literario. Como reseñista, ha colaborado, desde 1988 hasta el presente, en diversos medios escritos. Es autor, entre otros libros, de La crítica: el género de los géneros y La dictadura del proletariado.

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