Como no tengo nada, amo con todo
Nos pasamos la vida racionalizando el amor, ordenándolo y esquematizándolo, conteniéndolo y controlándolo: que no se nos escape, bien agarrado de la cola, no vaya a ser que nos destruya esta vida tan ordenada, de planificada juventud y esquiva madurez.
No vaya a ser que nos arriesguemos a perder algo: un viaje largo por el sudeste de Asia, una beca de algún posgrado inservible.
O no vaya a ser que, de repente, nos hagamos grandes y responsables.
Nos pasamos la vida duchándonos largo, con agua tibia y hasta que los dedos se arruguen, pensando en lo que nunca diremos y con miedo a consolidar ese amor cursi que nos cambiará la vida. Miedo a demostrar el amor, a verse sobrepasado por él: miedo a la vergüenza de revelarse enamorado, de perder el control y la compostura, de dejar de ser serio, cul y desinteresado.
No vaya a ser que nos enamoremos mucho. No quiera nadie que demostremos demasiado ese enamoramiento.
O no vaya a ser que nos encontremos con una película como esta película, en la que el amor, de tan verdadero, se hace ridículo: una donde las mujeres sufren y los hombres lloran, donde muchos pierden pero todos cantan. Una película sobre el Brasil sin playas, lleno de mosquitos y caminos de tierra, de karaokes oscuros y bailes apretados. Un Brasil de pueblo chico, donde todos aman y se engañan; donde la mayoría se arriesga y pocos ganan.
Se dice en la película: todo amor que es real, es cursi. Es brega. Ese amor que tiene sangre y tiene humillación, que tiene a hombres buenos abandonados y a prostitutas gordas enamoradas, a mujeres sometidas y a travestis melancólicos. El amor de los pobres y de los normales, de la mujer traicionada que no volverá a amar y del bencinero triste que no puede olvidar. De los flacos y las feas, de las casas con ventanas sin vidrio y las cervezas que no se alcanzan a enfriar.
Voy a rifar mi corazón,
A subastarlo.
Voy a vendérselo a alguien:
No voy a dejar que el pobrecinho
Viva siempre sin cariño.
Dice la letra del tema que le pone el título a la película. Eu vou rifar meu coração se hace cargo, como pocos documentales de música, del origen y destino de las canciones populares, de cómo surgen sus temáticas y a quién van dirigidas. La música brega, que aquí sería el AM más cebolla, es allá un género que nace y muere en el mismo lugar: el sufrido corazón de la clase trabajadora brasilera. Sus compositores e intérpretes salieron de los mismos barrios y favelas que sus auditores, cerrando un círculo tan sincero como masoquista. Desde la canción del hombre que mató a su esposa y a su amante cuando los encontró en su cama hasta la del macho adicto al sexo que no puede parar de culear, la música brega representa sin eufemismos al exagerado y ardiente romanticismo de Brasil. Y desde 1970, década en la que el estilo se consolidó, también funcionó como una oposición popular y del interior del país a las movidas más vanguardistas y burguesas de las grandes urbes: el tropicalismo de Os Mutantes y Gilberto Gil; o el MPB de Roberto Carlos y Gal Costa.
Convencidos de que nuestras vidas pueden ser eternamente jóvenes y azarosas, llenas de viajes y planes acomodados, nos cagamos de miedo al arriesgar ese próspero futuro por algún amor fulminante. Por lo mismo, es fascinante y a la vez chocante encontrarse con estos intensos amoríos, dolorosos y apasionados, que surgen más bien desde el desconocimiento de esas oportunidades: como no tengo nada, amo con todo. O lo que es lo mismo: amar o morir.